Por Maristella Svampa. Diario Crítica.
Desde el corazón mismo del sistema institucional provino la negativa al proyecto oficialista.
Fue una larga e intensa noche, que quedará registrada en los anales de nuestra historia. Desde el corazón mismo del sistema institucional, el Parlamento, provino la negativa al proyecto oficialista. Algunos dirán por eso que la sesión en el Senado fue una de las máximas expresiones de nuestra democracia institucional. Tal vez sería mejor afirmar que ésta mostró una mezcla rara en la cual se pusieron al desnudo todos los vicios, pero también algunas de las virtudes o potencialidades que puede desarrollar nuestro sistema republicano: vicios, porque fue evidente que existió una suerte de «mercado de votos», tanto de un lado como del otro. Para algunos, fueron decisivas las presiones del oficialismo; para otros, el temor ante las inminentes represalias de parte de las propias bases electorales. Virtudes y potencialidades, porque hubo discursos que lograron trasmitir convicción mostrando un tenso equilibrio entre la defensa de los valores y la responsabilidad frente a las consecuencias políticas de las decisiones. Quien mejor puso al desnudo esto último fue el propio vicepresidente Cobos, cuya voz balbuceante trasmitía todo el dramatismo de la hora, dándole a su voto negativo un carácter de inmolación, al tiempo que buscaba restarle el carácter dramático a su decisión, aclarando que no estaban en juego la democracia o sus instituciones.
En todo caso, la decisión del Senado señala una bisagra histórica, pues significa el estallido del núcleo duro del actual espacio de soberanía presidencial, construido sobre la doble idea de la concentración del poder en el ejecutivo y la subordinación de los diferentes actores y poderes al líder. Esta figura, recreada por Menem en los ´90, para justificar la urgencia de las reformas neoliberales, tuvo continuidad en Néstor Kirchner, aún si éste la utilizó -allá en 2003- con el objetivo de redefinir y otorgar mayor variabilidad a la relación entre economía y política, en un contexto de semi-default. Por eso mismo también, sus primeros gestos fueron leídos como una suerte de «recuperación de la política», en comparación con la subordinación dramática de la política a los mandatos de los organismos multilaterales, así como al alineamiento automático con los Estados Unidos (la política de las «relaciones carnales»). Otras medidas cimentaron la productividad política del cerrado liderazgo presidencial (la política de recuperación de la memoria o la destitución de la Corte Suprema menemista, tantas veces citado por el mismo ex presidente), todo lo cual le permitió conectarse positivamente con los reclamos de una sociedad movilizada, que en esas fechas efectivamente desarrollaba una acción de tipo destituyente, y al mismo tiempo, creaba acciones colectivas de solidaridad.
Pero una vez desactivada la crisis económica y política, el espacio presidencial fue reduciendo sus márgenes y alimentando cada vez más su núcleo duro: hacia adentro, hay que recordar la reforma del consejo de la magistratura, los nuevos decretos de necesidad y urgencia, la ampliación de las funciones del presidente y la jefatura de gabinete, en fin el disciplinamiento partidario en el Congreso. Hacia afuera, la concentración del poder fue favorecida por el aceitado e histórico vínculo con los sindicatos peronistas (de la mano de Moyano), y potenciado por la generación de nuevas lealtades, provenientes de organizaciones sociales, algunas de las cuales tuvieron protagonismo en la resistencia al modelo neoliberal durante los ´90, y otras nomás fueron creadas desde el poder.
Los límites a la productividad política del poder omnímodo no vinieron por izquierda. Lamentablemente la voz de las izquierdas, salvo honrosas excepciones parlamentarias, aparece disociada de las instancias institucionales, localizada en ciertos movimientos sociales que no figuran ni en la agenda del los «intelectuales» de la carta abierta, ni tampoco podría hoy reconocerse dentro del insólito conglomerado ideológico que reúne el frente agrario. Tampoco podría decirse que los límites proceden exclusivamente por derecha, ya que la victoria en el Senado refuerza un frente en la cual coexisten posiciones antagónicas y otras más difusas, que reclaman de una vez por todas ser clarificadas por sus protagonistas principales, al tiempo que desborda a los mismos sectores agrarios, y engloba una parte de la sociedad, tanto porteña como del interior.
Pero dichos límites, claramente políticos, señalan el final de la era K, al menos en la configuración que había adoptado desde 2003 en adelante. Un nuevo escenario se abre, en el cual uno de los datos fuertes será el posicionamiento que adopte la actual presidenta, Cristina Fernández (así, a secas), quien tendrá que hacerse cargo de esta inflexión, abriendo o clausurando nuevas vías políticas, pero nunca minimizando la naturaleza del corte instalado.