Por Mesa de Cultura Buenos Aires para Todos en Proyecto Sur Los integrantes de la mesa de cultura de BAPT participamos del II Congreso Argentino de Cultura (San Miguel de Tucumán del 16 al 19 de octubre pasado) esperando que fuese un ámbito propicio para el debate y el intercambio de opiniones con trabajadores de la cultura de todo el país. Lamentablemente, a lo largo de los días nos fue embargando la desilusión; el Congreso se quedó mitad de camino, no fue una instancia académica, y como iniciativa política dejó mucho que desear. Fue un festival de cultura, con una serie de mesas redondas y conferencias magistrales. Un despliegue de programaciones artísticas y culturales que los propios tucumanos desconocían. El Congreso planteaba el debate entre cultura y desarrollo y en realidad lo que se explicitó fue la necesidad de contar con una Ley Federal de Cultura, con la subyacente propuesta de transformar la Secretaría en Ministerio. Por la mañana, se leyeron las conclusiones a las que se llegó luego de cuatro intensas jornadas de trabajo en las que se llevó adelante un debate amplio y pluralista. En el documento se destacan: el impulso para sancionar una Ley Federal de Cultura, la creación de un Consejo Federal de Cultura, la recomendación de aumentar el presupuesto para el área y la ratificación de realizar en forma bianual y permanente el Congreso de Cultura. Los secretarios de Cultura se comprometieron a poner en marcha el proceso de elaboración y discusión de un anteproyecto de Ley Federal de Cultura, cuyo texto preliminar será redactado por la Secretaría de Cultura de la Nación para su posterior discusión en todas las provincias. Además, se acordó crear un Consejo Federal de Cultura como marco estratégico para la propuesta, análisis y discusión de políticas públicas federales e inclusivas. Las áreas de Cultura de todo el país serán las responsables de elaborar un estatuto que regule el funcionamiento de ese organismo y que establezca sus modalidades operativas y financieras. Propender a aumentar sustancialmente el presupuesto para el área, adecuándolo a las recomendaciones de la UNESCO, es otro de los puntos salientes del documento en el que también se ratifica el carácter bianual y permanente del Congreso Argentino de Cultura, convocando a una tercera edición en 2010, con la postulación de la provincia de San Juan como sede. La pregunta que nos hacemos entonces es: ¿fue éste un congreso amplio, abierto, con la finalidad de discutir entre todos que modelo de país queremos y cómo la cultura, como productora de sentido, y por lo tanto herramienta para la transformación social, puede contribuir a acortar la brecha de desigualdad? Ahí está en realidad el cruce entre cultura y desarrollo. En ningún momento se planteó que desarrollo queremos, por lo tanto cuál es la verdadero rol de la cultura en este desarrollo. Se trató simplemente de un escenario bien montado para refrendar una iniciativa gubernamental que nadie tiene muy en claro para qué puede servir. Se habló de una Ley Federal de Cultura como si su sola existencia fuera a modificar nuestra realidad. Como si al cambiar el status jurídico de la Secretaría de Cultura se solucionarían mágicamente las asimetrías que hay en el país en materia de producción y acceso a la cultura. Creemos que los funcionarios confunden política con gestión, indudablemente el aumento de presupuesto facilita la gestión, pero para aplicar qué política. Las leyes, los organismos, los registros, los bancos de datos, son herramientas que sirven para volver eficaces las políticas culturales, no son un fin en si mismos. Lo que sentimos es que los organizadores del congreso, (y entre ellos el Sr. Mauricio Guzmán, el funcionario anfitrión merece un capítulo aparte por aquello “mi pasado me condena…”) no toman en consideración que la cultura es una creación del pueblo, no de las autoridades, que con ministerio o sin ministerio, con ley o sin ley el pueblo sigue generando hechos culturales afines con su identidad. Con consejo federal o sin consejo federal la gente está para más, porque la cultura es una síntesis entre las prácticas y los valores de nuestra sociedad. Por todo esto, el Congreso nos dejó un sabor amargo, porque creemos que se perdió una instancia única de encuentro, se sacrificó la oportunidad de dar una discusión profunda y de construcción colectiva, y en su lugar se privilegió el ombliguismo de los funcionarios que piensan que cuanto más y mayores estructuras, más cultura. Como si la cultura dependiera para existir de la voluntad de los que son sus administradores.