Por Alejandro Alagia *
Como esos restos fósiles resistentes al olvido que se dejan ver en la piedra martillada por el tiempo, la declaración de guerra al humanismo anunciada por Aníbal Posse demuestra que la pulsión genocida que late en el interior de toda sociedad de conflicto siempre encuentra salida a través de profetas del castigo. Que sean intelectuales o académicos es perturbador, pero si el mito del castigo inevitable para la existencia humana se instala verticalmente en la educación de niños y adolescentes en el futuro cercano no distinguiremos la escuela del cuartel.
No hay sorpresas en el lenguaje bélico del escritor porque otros racistas como él, durante el reinado del positivismo criminológico en la Argentina, para la época del Centenario, demonizaron a trabajadores y pobres como amenazas para una sociedad liberal y oligárquica. Pero lo que sí produce escalofrío en la solución punitiva que Posse propone al conflicto social, es la total falta de mística sobre la idea de progreso que era aquello que legitimaba a los reformadores del siglo XIX. “Sin progreso, sin igualdad y a los palos” se acerca más a la consigna genocida de la última dictadura cívico-militar que a las utopías de los viejos liberales latinoamericanos.
Reprimir al “vandalismo piquetero”, el “desorden lumpen” y la “indisciplina juvenil” no es simplemente el retorno a un programa clásico de trato cruel de la autoridad sobre la población pobre, a la que se alucina degenerada y que debe neutralizarse como se hace con un virus que amenaza con infectar todo el organismo social. Porque para el aspirante al premio Lugones del siglo XXI primero habría que reconstruir las instituciones militares y policiales de la Argentina, destruidas por el “virus ideológico… que impusieron la visión troskoleninista… cuando en minoría se alzó contra el Estado para imponer una revolución socialguevarista”, “la persistencia gramsciana” y “los muchos garantistas que pagaron su lujo humanista con cadáveres humanísimos”.
Las instituciones punitivas no son esenciales por naturaleza, como afirma Posse; son necesarias únicamente para las sociedades divididas entre los que mandan y los que obedecen, entre ricos y pobres, y la intensidad del trato cruel estará siempre en relación inversa con la profundidad de las privaciones y la desigualdad. El mito del orden punitivo radica en convertir al delito en causa de anarquía, cuando se trata simplemente de una de las tantas consecuencias aberrantes que produce la organización social bajo la cual vivimos.
Invito al señor Posse a presenciar el juicio que se les sigue a los torturadores y asesinos de todas las fuerzas de seguridad (Ejército, Policía Federal, Gendarmería y penitenciarios) que actuaron en el campo de exterminio conocido como Atlético-Banco-Olimpo. Anímese, escritor, los testimonios de quienes padecieron de las barbaridades más inimaginables cometidas por funcionarios públicos son una experiencia que podría ayudarlo a comprender lo que es el fenómeno punitivo cuando se lo evoca demonizando a una parte de la población como enemiga de la sociedad. Y porque todo candidato a educador, primero, necesita educarse, como sostiene la tesis III de Marx sobre Feuerbach.
* Profesor de la Facultad de Derecho de la UBA y fiscal general en el juicio que se les sigue a los represores del Atlético-Banco-Olimpo.