Reportaje de Laura Di Marco para LA NACION
Martín Caparrós es de izquierda, pero nunca fue kirchnerista. También está en contra del matrimonio gay, aunque se define como progresista. Acaba de terminar unas crónicas sobre el cambio climático para las Naciones Unidas, pero rechaza la ecología, que define como una causa conservadora. Es, además, anarquista; sin embargo, lo único que valora del kirchnerismo es la recuperación del Estado, destruido en los 90. Y, finalmente, descree, tajante, de que haya dos proyectos políticos antagónicos, disputados por el kirchnerismo y la centroderecha.
«Por el contrario: el kirchnerismo y el antikirchnerismo de derecha tienen casi el mismo proyecto de país, que supone una sociedad con altos niveles de exclusión social. La prueba es que la brecha entre pobres y ricos se agrandó en los últimos años, y ese dato, más allá de los discursos, es el que define el modelo K como derechista. Lo único que los diferencia, en todo caso, es el tamaño del Estado. Por eso, no entiendo a los ricos de la Argentina: deberían reconocer más a los Kirchner», afirma.
Escritor, periodista e historiador, Caparrós tiene una extensa y rica carrera periodística y literaria. Empezó a trabajar en el diario Noticias, en 1973, y más tarde dirigió El Porteño, Babel, Página/30 y Cuisine & Vins.
Tiene 52 años. Durante buena parte de 2009 viajó por lugares exóticos del mundo para escribir crónicas sobre los jóvenes y cambio climático, que serán tema de un libro para el Fondo de Población de Naciones Unidas.
El periodismo de investigación parece haber resucitado en la Argentina. En los 90, las denuncias sobre la corrupción del menemismo no tuvieron demasiadas consecuencias en los Tribunales. ¿Y ahora?
La investigación periodística suele sustituir el debate de ideas sobre los proyectos de los gobiernos. Cuando periodistas muy bien intencionados iluminaban la corrupción menemista, Menem estaba cambiando la estructura socioeconómica de la Argentina como nunca nadie lo había hecho. Mientras se consolidaba un modelo de exclusión que todavía estamos sufriendo, el periodismo estaba atento a la leche adulterada o al frigorífico. Ahora pasa lo mismo. Volvemos a la facilidad de «¡ah, son corruptos, roban!». Yo lo llamo a eso «honestismo». Es muy feo que alguien robe, lo que sea. Pero eso no es lo decisivo: son errores y excesos.
¿Y qué sería lo decisivo?
Qué modelo de país llevan adelante. Esa es la clave. Cuando Menem acabó con el Estado e instauró un modelo con polos sociales de gran exclusión, que estuviera robando era secundario.
En la izquierda, hubo muchos enamorados del kirchnerismo. ¿A usted nunca lo sedujo?
No, nunca, ni siquiera en las primeras semanas. Lo único que me parece interesante es que empezaron con la reconstrucción del Estado. Hoy hay un poco más de Estado que hace diez años.
¿Pero usted no es anarquista? ¿No debería ser antiestatista?
Sí: soy anarquista y un ferviente antiestatista. Pero en países como el nuestro, en el que unos pocos tienen mucho poder y otros tienen muy poquito, el Estado es necesario para regular las relaciones sociales. Lamento que el kirchnerismo haga una política de centroderecha con un discurso que a veces apela a cierto populismo «derechohumanista». Para mí, lo que define la política K es un dato: la brecha entre los más pobres y los más ricos, en vez de achicarse, crece. Ese es el tipo de dato que explica cuál es la política socioeconómica del Gobierno: la que definimos como derechista.
¿Por qué, entonces, la derecha no apoya a los Kirchner?
No sé, y me intriga, porque los Kirchner gobiernan en su favor. Los ricos argentinos son mucho más ricos que hace cinco años y, sin embargo, no se lo reconocen al kirchnerismo.
¿No cree que hay dos proyectos de país en pugna?
Para nada. El kirchnerismo y el antikirchnerismo de derecha tienen el mismo proyecto político: una sociedad con una tasa importante de exclusión y desigualdad, y en lo único que difieren, básicamente, es en el rol y el tamaño del Estado: eso es lo único que se está discutiendo. Mientras la derecha quisiera volver a los tiempos idílicos del menemismo, donde no había Estado, los K se dieron cuenta de que, para que un Gobierno acumule poder, debe tener un Estado para gobernar.
La reapertura de las discusión política sobre lo que pasó en aquellos años, ¿no sugiere que se trata de un debate que dista de estar saldado?
Después de que se publicó La voluntad, dije que no iba a hablar más de los años 70, porque me parece que hay un uso de la jerga de los derechos humanos, impulsado por el kirchnerismo, que me parece deleznable. Por otro lado, si bien me parece importante debatir la historia, si ocupa tanta energía social está dejando sin posibilidades a los debates más urgentes sobre el presente y el futuro. La discusión setentista, entonces, se vuelve perversa.
Ultimamente se reflotó la discusión sobre los crímenes de las organizaciones armadas. ¿Tiene posición tomada?
Es algo que realmente no he pensado, porque, en realidad, es algo que no me interesa. Es poco relevante, y quiero explicar por qué: esa recuperación de la idea de que hay que juzgar a ciertos militantes de la izquierda revolucionaria tiene más que ver con el uso contemporáneo del setentismo del que hablábamos antes. Y ese uso no lo hace sólo el kirchnerismo, sino también Reato, Pando, la hija de Rucci y el antikirchnerismo de derecha en su conjunto. Proponen este tema como si fuera una pelea de barrio entre los muchachos K y los anti-K, como una forma presente del antikirchnerismo, que me resulta poco interesante. Si quieren atacarlo, que lo ataquen por otros tantos flancos?
Durante este año, estuvo escribiendo sobre cambio climático. Algunos politólogos sostienen que, caídas las grandes utopías, la ecología es hoy parte de la agenda de una nueva izquierda?
La ecología no sólo me parece un tema light en relación con el tema de fondo, que sigue siendo la obscenidad de un mundo organizado en torno de la miseria y la desigualdad extremas, sino que, además, no estoy seguro de que sea una bandera de la izquierda o una causa progresista. Me parece que, al contrario, la ecología es la forma más cool del conservadurismo. Se basa en el concepto de inmovilización del mundo, y la idea de que el futuro siempre depara cosas peores. Y eso es lo contrario del progresismo, que sostiene, en cambio, una confianza en que el futuro va a traer algo mejor. Por otro lado, estos supuestos ecologistas, como Al Gore, están en favor de la energía nuclear, capaz de concentrar más poder que la Casa Blanca. Lo que seguramente hay en marcha es un cambio de paradigma del uso de la energía, que supone dejar de depender de los combustibles fósiles, que están en manos de revoltosos difíciles de controlar, como venezolanos y árabes. Por otra parte, el mercado que se deriva del miedo al calentamiento global es uno de los grandes negocios del futuro.
¿Siente culpa por vivir en un mundo obsceno?
Digamos que me pesa. Y a pesar de que disfruto mucho, porque tengo una vida muy agradable, tengo presente la desigualdad, aunque me favorezca. Ignorarla es lo que me haría sentir un canalla.