Por Alfredo Grande
Jueves, 08 de Abril de 2010 02:38
«-Disculpame, querido Leòn. Pero no todo
está clavado en la memoria»
(aforismo implicado)
La cartera de Educación porteña censuró materiales pedagógicos del Bicentenario por su «tendencia ideológica». Hay libros que el ministro no deja leer en el aula. «Como ministro no puedo permitir que se publiquen materiales con alguna tendencia ideológica», argumentó Esteban Bullrich. «Creo que ningún jefe de Gobierno, ni ministro, ni director de Area debe definir o influir en que los docentes y alumnos utilizen (sic) material con una tendencia ideológica, sea ésta de izquierda, derecha o ‘centro'».
«Esteban Bullrich, el sucesor de Abel Parentini Posse en la cartera educativa porteña, sinceró con este argumento la decisión de ‘no publicar’ los materiales sobre el Bicentenario, elaborados por especialistas de la Dirección de Currícula, aunque sí, en cambio, colgarlos en su página web personal (www.estebanbullrich.com). Cinco pedidos de informes en la Legislatura reclamando explicaciones, la publicación impresa del trabajo realizado durante 18 meses por los docentes, más un dictamen en el mismo sentido de la Defensoría del Pueblo, una marcha, dos grupos en Facebook de repudio a la ‘censura ideológica’ y una rueda de prensa convocada para el viernes en la Legislatura, muestran que la solución on line del licenciado en sistemas está lejos de conformar a las partes.
(Nora Veiras, Página/12)
(APe).- Luis Landriscina contaba un cuento. Un señor se levanta por la mañana y se da cuenta que le quedan 5 pelos. «Me peino dos para la izquierda, dos para la derecha y uno al medio». Al día siguiente, sólo encuentra 4. «Bueno, dos para un lado, dos para el otro». Un día más y sólo quedan tres: «Uno para la izquierda, otro para la derecha y el del centro . atrás». Cuando sólo quedan dos, resuelve: «una para este costado, uno para el otro». Finalmente, al día siguiente se encuentra con un solo pelo. «¡Ma sí, hoy no me peino!». Cuando no quedan pelos, se nota. Cuando no quedan ideas, se nota menos. Suponer que en la educación puede haber ideas que no impliquen tendencias, mas aún, que no impliquen firmes posicionamientos ideológicos, es haberse quedado pelado de neuronas.
El Bicentenario, para el señor ministro del imposible, al decir del poeta Mario Benedetti, son sólo doscientos años. Habría que preguntarle: «doscientos años… ¿de que?». Sin tendencia ideológica alguna, apenas podríamos balbucear que el pueblo «quería saber de qué se trataba», que «French y Berutti tenían el franchising de las escarapelas», que «llovía, pero, como de costumbre, siempre que llovió, paró», que «el obispo Lué era un alcahuete de Fernando» (no, en realidad, esto es un poco tendencioso), bueno, que hay gente que viene, que hay que gente que va, como en la casa de Irene. Recordar, conmemorar, evocar, convocar al primer gobierno criollo sin tendencias, apenas permitiría con el rostro grotesco de Stella y Amore, los compradores compulsivos de la tele, decir: «la junta de Mayo financia mejor. Qué grande questa targeta».
El señor ministro del imposible ha regresado a las épocas del pensamiento único, pero lo ha mejorado. Ha demostrado tener un único pensamiento. A los demás pensamientos se los llevó el peine de la historia. Y el único pensamiento es que el Bicentenario sea tan descafeinado como nuestro himno nacional, amputado, castrado, emasculado justamente para el Centenario. Porque para que las tendencias ideológicas de los criollos no se notaran demasiado y Infanta no se acalorara, se consideró que, por ejemplo, «escupió su pestífera hiel», era un texto demasiado directo. Por eso tenemos un himno que, en la actualidad, hasta sirve como cortina musical de un aviso de la banca solidaria.
Seguramente, el ministro del imposible cantará sin preguntarse cuál es la tendencia ideológica del himno censurado. Pues bien: es simplemente acallar las voces de los rebeldes de la Historia, para que todo sea más parecido a un partido de bridge o de tute, que a una lucha sin cuartel de un pueblo en armas contra un ejército invasor. Es más grave que censurar. Al menos Tato, aquel voyeur, no ocultaba que cortaba las películas de acuerdo con sus obscenas tendencias ideológicas y eróticas. Cuando en la década del ’40 se censuraron las letras de algunos tangos, todos recordaban que «en mi pobre vida paria» tenía poco que ver con «en mi existencia azarosa».
La censura prohíbe lo censurado, pero no puede eliminarlo. La censura no es neutral, ni pretende serlo. El censor es un cerdo que tiene bien claro en qué chiquero le dan de comer. Pero este ministro del imposible aspira a que ninguna tendencia «no de izquierda, ni de derecha, ni de centro» manche el recuerdo inodoro, incoloro e insípido del Bicentenario. No es poca cosa señalar que este ministro no está en condiciones mentales de conmemorar el Bicentenario, porque no puede tolerar tendencias.
Pobres los historiadores revisionistas de la historia «no tendenciosa» de Mitre. ¿O será una de las tantas zonceras que Jauretche no pudo incluir en su libro? Sin embargo, a pesar del grotesco educativo que propone, el tema es grave, muy grave. Tan grave porque de un plumazo, es decir, de un bromazo, sepulta décadas de educación popular, de bachilleratos populares, de experiencias autogestionarias en Educación.
La crítica a la educación formal, sarmientina (con el perdón de las notebooks, que son muy necesarias) ha señalado con justicia que hay educación para el sometimiento o hay educación para la libertad. Y que, en todo caso, quizá sea cierto que el saber es poder, pero no será en los espacios que la cultura represora habilita donde ese poder pueda ser ejercido.
El ministro del imposible pretende una educación que no eduque. Porque educar no es instruir. No es una catequesis laica. No es escuchar comunicados de las fuerzas conjuntas. Educar al soberano es poder disputar la hegemonía de sentidos que los enemigos decantaron durante décadas en la conciencia de los pueblos. Supongo que este ministro del imposible estará de acuerdo en que hubo una Campaña del Desierto, y que eso no tiene que ver con ninguna tendencia ideológica. Pues bien: lo que hubo no fue una campaña, sino una expedición de exterminio; y no fue del desierto, sino al desierto; y además, el desierto no estaba desierto. Pero este ministro contento hubiera ido en ancas de Roca, ya que cuando se habla de tendencias ideológicas, políticas, siempre es para descalificar los intentos de subvertir la historia oficial.
Haga memoria, ministro del imposible: ¿Qué pensó cuando escuchó la noticia que Mónica Cahen D’Anvers dijo en Telenoche que «dos piqueteros fueron muertos en una pelea entre diferentes grupos»? Maximiliano y Darío fueron rescatados por el fotógrafo que no ocultó las pruebas de otra infamia. Pero Mónica, aséptica, no expresaba ninguna tendencia. Apenas una de las tantas historias oficiales.
Señor ministro del imposible: ¿gritó usted los goles del mundial del horror? Seamos democráticamente sinceros, señor ministro. Publique sus propias tendencias ideológicas sobre el Bicentenario. Tómelo como un desafío. Recoja el guante. Quiero leer lo que usted piensa del tema convocante. Después de todo, habrá que esperar 100 años para el Tricentenario y ni usted ni yo estaremos.
Pero ahora sí, quiero que me enseñe cómo se escribe un material pedagógico sin tendencias ideológicas. Usted debe saberlo. No será de los que predica sin dar el ejemplo. Seguro que este texto le va a llegar y, como dicen en el barrio, sabe donde encontrarme. Esto es lo hermoso de la democracia, a pesar de que no siempre cura, de que muchas veces no permite comer y de que, por lo que veo de su gestión, casi nunca educa. No obstante, es democracia, y yo ejerzo mi derecho de pedirle las pruebas de aquello que pretende.
Mientras espero su texto sin tendencias, le adelantaré cuál es la mía: «Con los pobres de la tierra / quiero yo mi suerte echar. / El arroyo de la sierra / me complace mas que el mar». Es de José Martí, que tenía fuertes tendencias ideològicas. Y se lo dedico a Carlos Fuentealba, que fue asesinado por aquellos que, como usted, no aceptan que las ideologías se expresen, aunque apenas sea, en las tendencias, para conmemorar un Bicentenario de los Pueblos.