Por Eduardo Abeleira, mayo de 2010.
Un bicentenario que se presenta como una fecha emblemática, ornamental.
Casi impoluta, cantemos el himno, pongamos cara de solemnes, posemos para el bronce.
Olvidémosnos del barro de la historia, plagada de luchas sangrientas, de héroes humanos con sus cánceres y hemorroides.
De las miserias pasadas que nos condujeron a las actuales miserias.
Amnesia colectiva a los asesinatos de tantos patriotas, que los hubo y los hay, como aquel Moreno sumergido, envenenado en el mar, como tantos marianos morenos que sufrieron el mismo destino en las frías aguas del río más ancho del mundo por querer concretar similares sueños.
Olvido manifiesto de tanta mugre colonialista e imperial que solamente cambió el ropaje, el maquillaje, el idioma pero no la mugre.
Desde España a EEUU el saqueo continúa. Hoy más sofisticado pero con el mismo grado de crueldad que no repara en vidas humanas, en edades o género.
Armas que se disparan a través de teléfonos, computadoras, internet.
Armas que disparan deuda por todos sus cañones y recogen el fruto de millones de cadáveres de pobres adultos, de niños pobres..
Deuda externa que sigue pendulando amenazante, que guillotina con manos criollas, cipayos y complacientes con el inglés colonialista, con el yanqui imperial.
Deuda que se recicla en un “canje” bicentenario para que Rivadavia aplauda emocionado por tanta devoción al acreedor.
Los mismos que critican al del nombre del sillón son los que aplauden una nueva pleitesía, una agachada más para colaborar en el eterno abuso del poderoso.
La lengua de Castelli, el mejor orador de la Revolución de Mayo, lanzaría fuego jacobino y haría tronar el escarmiento ante tanta entrega real que se verbaliza como un acto soberano.
Iconos se llaman con impudicia monárquica, ostentando riquezas e impunidad, seguramente no los espera el exilio ni la pobreza como a aquellos sanmartinianos, morenistas, artiguistas.
La deuda golpea la espalda de catorce millones de pobres en este bicentenario, el Teatro Colón se reinaugura pero la gala se mira de afuera, con la ñata contra el vidrio.
La historia la escriben los que ganan, por eso no figuran los millones de marginados, los asalariados en negro con pesos enflaquecidos, los viejos nuestros que después de trece aumentos siguen viviendo miserablemente, los pibes con hambre que son más de la mitad.
“Detrás de cada gran riqueza se esconde un crimen” decía hace siglos Honorato de Balzac.
Hoy se puede reafirmar junto a Eduardo Galeano “que no hay riqueza inocente”.
Esos siglos recorridos muestran un hilo conductor en la historia humana : los explotados de toda época y color siguen buscando la brecha donde terminar con los explotadores.
La vigencia de esta contradicción humana, social, de clase, indica la permanencia después de dos siglos de historia independiente, de la injusticia, la explotación, la miseria.
Pero bueno es que en este Bicentenario, el festejo se traduzca en más conciencia y movilización, en más protesta ante lo injusto, en más claridad ante lo oculto.
Que no nos venzan con adverbios y sustantivos cuando el sujeto que puede cambiar la historia sigue buscando caminos, ideas, proyectos que hagan lugar a los sueños.
El Bicentenario que viene nos lo lega el pasado, con él vienen las voces de quienes nos precedieron en esta hermosa aventura de cambiar la vida.
De cambiar la patria, para que sea de una vez y para siempre de todos y de todas.