Entre las cosas que llaman la atención de la lista de «los mejores jugadores» del Mundial que acomodó la FIFA, se incluyen algunas ausencias. Y sobre todo, las de aquellos jugadores que a veces no tienen tan en primer plano la hermosa misión de ir para adelante, hacer goles o meter pases deliciosos. Pero el fútbol se compone también de otra parte: esa a la que llaman destrucción.
Que no es sólo destrucción, desde ya, pero también.
La FIFA, en afán de sobreactuar su supuesto amor por lo que esos mismos dinosaurios llaman -sin saber- buen fútbol y por las tendencias ofensivas, en lugar de hacer descansar más a los jugadores, elige estas giladas: en la lista de «los mejores» pone sólo delanteros o volantes ofensivos.
Para la FIFA, los defensores no existen, aún en un Mundial que todavía puede ser el de menor promedio de gol de la historia (se supone que, Jabulani mediante, algo bien habrán hecho los defensores para que haya tan pocos goles, a no ser que creamos que los delanteros son malos… Y si son malos… ¿cómo es que hay tantos en la lista de los «mejores»?).
¿No había lugar en esa lista de 10 para ninguno de la dupla de zagueros centrales españoles, Piqué y/o Puyol? ¿No pensarán sus compañeros -y sus rivales- que fueron de lo mejorcito del Mundial, y que por eso España, aún yendo al ataque todo el tiempo, tiene sólo 2 goles en contra?
La tarea del defensor está mal vista cuando el discurso del buen fútbol es pura hipocresía, o sentido común del peor, del que venden los ignorantes de este juego: el defensor es visto apenas como el que la tira afuera, el que corta o hace faltas. El que enrarece los partidos, el que impide el divertimento.
Que lo sepan: los buenos defensores, gracias a que son buenos defensores, son los que permiten que sus equipos sean ofensivos. Porque cuidan las espaldas con jerarquía y con sus virtudes permiten el acople de más jugadores en ataque. Los que tienen velocidad, panorama, inteligencia, son buenos defensores y buenos jugadores. Y a veces ni la tiran afuera ni hacen faltas.
Cuanto mejor sea un grupo de defensores, más ofensivo puede ser su equipo.
En algún lado lo escribió -creo- el Negro Fontanarrosa, admirándose de la categoría de Roberto Perfumo para quedar luchando contra el mundo cuando el Racing del ’66 iba perdiendo y mandaba al resto del equipo -pero el equipo entero- a comerse crudo al rival. Sólo defensores de calidad pueden permitir esa voracidad ofensiva reduciendo los riesgos de un terremoto en el propio arco.
Pero también hay otros defensores, de equipos no tan poderosos ni con tantos recursos, que tienen una misión igual de digna, con la misma grandeza.
Y mirando con estos ojos, ¿no merecían su lugarcito en esa lista, el uruguayo Lugano o el paraguayo Da Silva? ¿Cómo puede creer la FIFA, seriamente, que Messi jugó mejor que Lugano? El primer análisis es el elemental: uno hizo lo que tenía que hacer, el otro no (y ni hace falta aclarar cuál es cuál…).
Hubo otros defensores, desde ya, tal vez un poco más abajo. ¿Pero Maicon -por ejemplo y más allá del resultado de su Brasil- hizo un peor Mundial que Gyan? ¿El portugués Fabio Coentrao, el alemán Lahm, jugaron menos que Özil?
¡Y ni hablar de los mediocampistas! Hecha la excepción de Scweinsteiger, porque no ponerlo hubiera sido un escándalo -y algún alemán había que meter en la nómina- también se olvidaron de aquellos que a lo mejor no lucen tanto, ni aparecen en las fotos, o que no les toca hacer un gol, pero que son -y fueron en este Mundial- auténticos ju-ga-do-ra-zos.
El caso del holandés Van Bommel es tal vez el más visible: rueda de auxilio de su equipo, prolijo, corredor, preciso, tiene además un espíritu ofensivo comprobado, que es el que muchas veces arrastra a La Naranja a meter a los rivales en su propio campo.
Pero ya se sabe: para los delanteros y los volantes ofensivos no sólo los goles y las fotos, sino también los premios del establishment.