Por Tomás Raffo, economista.
La Economía Argentina no reconoce en el poder de compra de sus asalariados el motor dinámico por medio del cual se impulsa la actividad económica, por el contrario, es la Demanda Mundial y el consumo de los sectores de altos ingresos los que configuran los vectores principales de la demanda doméstica. En este marco, aquellas argumentaciones que sostienen que reduciendo el costo salarial se crea empleo, adolecen de una grave incomprensión respecto al funcionamiento básico de nuestra economía. Son las mismas voces que en los 90s, justificaban la reducción de las contribuciones patronales, mientras que en lugar de crearse, se destruían a niveles inéditos, los puestos de trabajo, ubicando en niveles récord la tasa de desempleo.
Lejos de crear empleo, muy otro es el efecto que produce reducir los costos laborales. Se trata del mecanismo espurio, y salvaje por medio del cual el segmento más concentrado del capital, se apropia de ganancias extraordinarias a expensas del resto de la sociedad. Un ejemplo por demás significativo de lo expuesto lo vivimos en el «infierno» de finales del 2001 y principios del 2002, cuando la devaluación supuso una «bestial» reducción del costo laboral, operando una monstruosa transferencia regresiva del ingreso, al calor de la construcción de un piso salarial más deteriorado que en el contexto de reactivación de la demanda mundial permitió vivir la no tan «gloriosa» fase de crecimiento económico que iniciado a mediados del 2002 se agotara durante el 2007 y que mantuviera a más de un tercio de la población sumida en la pobreza.
Como se observa, no es reduciendo costos laborales que se mejora las condiciones de vida de los argentinos, precisamente porque hay un vínculo perverso que es necesario romper: el que asocia la reactivación económica con el deterioro de las condiciones de reproducción de la fuerza laboral. Además aquellos que sostienen que el costo salarial medido en dólares es igual a la de los 90s ocultan que la economía hoy es un 50% superior a la de finales de la Convertibilidad. En este marco, lejos de pugnar por reducir costos laborales que tensan al máximo la conflictividad social en tanto amenaza la reproducción de la vida del conjunto social, el desafío para toda visión comprometida con una sociedad más justa pasa por otorgarle racionalidad y funcionalidad a la demanda popular (y entre ellas la asalariada) como el motor de la reactivación económica. Desafío que por cierto supone discutir el perfil productivo, impugnando la obtención por parte del capital concentrado de rentas fáciles que sin inversión se alimentan de las ventajas naturales, la ausencia de regulación pública, los mercados concentrados y además la reducción de los costos laborales.