Por Carlos del Frade
Postales del frío en uno de los territorios más ricos del planeta.
Miles y miles de mamás y papás se apiñan en los edificios de los correos y la ANSES para cobrar planes sociales y la asignación por hijo que no es universal. Hay un muchacho joven que tiene bien apretada contra su pecho apenas protegido por una campera desteñida y cremallera rota, una nena que no debe pasar el año. No hay sol que entibie las paredes de ese correo ni los escalones donde los dos piden algo más porque lo recién cobrado no les alcanza para nada. Ni para acercarse al significado del verbo vivir ni para comprar una garrafa que la hipocresía oficial califica de social y está cinco veces más que el valor de producción de ese gas que hace rato dejó de ser argentino.
No hay día del niño para esa nena ni tampoco día del padre para ese hombre que están allí, desesperados, por completar un manojo de monedas y billetes que les alcance para superar algo.
El gobierno kirchnerista se llena la boca de imposturas.
Dice que es un gobierno nacional, popular, progresista y atravesado por sensibilidad social.
Los números de la economía real dicen lo contrario. Las doscientas empresas que más facturan en la Argentina concentraban el 33 por ciento de la riqueza a fines de los años noventa, ahora ya están por encima del 56 por ciento. No hay progresividad.
Y de esas doscientas firmas, más del sesenta por ciento son extranjeras. No existe la mentada raíz nacional de la economía.
El 70 por ciento de los trabajadores ganan menos de dos mil pesos mensuales y la cobija de la asignación por hijo deja afuera a más de dos millones de chicas y chicos.
Por eso está el papá y su hija allí, a las puertas de uno de los edificios del correo central de una de las ciudades más importantes de la Argentina. Busca monedas, billetes, un cachito de sensibilidad que le sirva, aunque sea, para comprar una garrafa y un poco de comida.
El gobierno kirchnerista que habla de su vocación de autonomía ante los organismos internacionales no ha destrabado ninguno de los contratos de concesión de sus recursos naturales que realmente podrían convertirlo en una administración que busca algo parecido a la independencia.
Al contrario.
La dependencia se profundiza.
Dice la información que «en 2003, el año que asumieron los Kirchner el gobierno, las exportaciones de combustibles eran casi 10 veces las importaciones del rubro. Con los años, la situación fue cambiando: en 2009, la relación terminó siendo algo más de 2 a 1. En este año, los faltantes de energía producto de la caída de los faltantes de gas, petróleo y electricidad harán que el Estado tenga que importar energía por US$ 2.300 millones», a razón de seis millones de dólares diarios.
El papá y su hija que necesitan de subsidios, asignaciones y mendicidad para seguir vivos no podrán tener acceso al calor de una garrafa porque ni el gas ni el petróleo argentino están en manos argentinas.
Hace mucho frío y el país, envuelto en un cinismo que asfixia, está cada vez más lejos de la independencia y de dar respuestas a las urgencias de las mayorías.