De las épocas en que trabajaba con Carlos Nino, recuerdo el vínculo con círculos de radicales, que defendían al gobierno sin razones de peso: Alfonsín había cedido en cuestiones que no debía ceder, ni tenía por qué hacerlo, y muchas de sus políticas se habían convertido en públicamente insostenibles. Sin embargo, recuerdo la presencia de un amplio «núcleo duro» que insistía siempre con la misma teoría: «perdemos apoyo porque comunicamos mal.»
La explicación podía ser cierta, pero era a la vez compatible con otros hechos cruciales: se estaba actuando mal, en áreas en donde se debía y podía actuar de otro modo. Presentada así, entonces, esa explicación se convertía en torpe excusa, que servía para ocultar(se) lo importante: las graves fallas propias. Se trataba, además, de una explicación arrogante, que denunciaba poca capacidad real de autocrítica, y mostraba un despreciativo simplismo en la lectura del vínculo partido-sociedad: la sociedad, se asumía, no era capaz de distinguir todo lo bueno que se estaba haciendo, y se enemistaba con el gobierno, equivocadamente, al quedar enredada en la malla que se ubicaba entre el gobierno y el pueblo: la (mala) comunicación.
Señalo lo anterior, porque el recuerdo se me renueva una y otra vez en estos ya largos días, cuando el gobierno y sus amigos insisten con una versión aggiornada de aquella excusa: «nosotros actuamos bien, pero nos matan con la comunicación.» Como entonces, es cierto, en este caso, que el gobierno es muy criticado por algunos medios (los que no se ubican entre los muchos propios, o controlados por testaferros), como es cierto que el gobierno sigue acumulando graves errores propios (ahora bien, los radicales al menos se excusaban admitiendo su propia torpeza comunicativa, acá la culpa es pura y exclusivamente ajena). Todo lo cual nos deja enfrentados, otra vez, a una visión simplista, boba, reduccionista, y muy despreciativa sobre la voluntad popular, promovida desde las esferas oficiales: «si la comunicación fuera diferente, la mayoría nos apoyaría, porque lo que hacemos está realmente bien.» Esto no es cierto, es arrogante, implica ceguera y negación frente a los errores propios, y se basa en la despreciativa idea según la cual el pueblo es una marioneta incapaz de ver y entender más allá de lo que dicen los medios.
Postdata 1: Es interesante advertir que acá gobierno y amigos llegan a una encrucijada en la que suelen contradecirse: para el gobierno, cuando su popularidad baja, ello se debe a que los medios lo atacan, y cuando la popularidad sube es porque la gente «entiende a pesar de los medios.» Luego, la popularidad vuelve a bajar, y son otra vez los medios los que están haciendo la diferencia. Deberían ponerse de acuerdo sobre cómo considerar las preferencias populares.
Postdata 2: Sin entrar en consideraciones sobre derecho y democracia, habrìa que decir que nada sería peor, para el gobierno, que la desaparición de los medios opositores. Claramente, nada le conviene más que tener al enemigo vivo, y transferirle a él las (ir)responsabilidades propias.