Por Alfredo Grande
Iglesia y policía. Estas dos instituciones confluyen en la formación de 45 chicos que todos los sábados, de 15 a 18, asisten al casino de suboficiales para integrar la denominada «policía infantil» de Esquel, un espacio que próximamente le podrá uniforme a cada uno de sus miembros. Tiene su propio espacio en Facebook donde se define como «un grupo de jóvenes con la ilusión de encontrar su policía interior» y, en este sentido, asegura que su «misión» es «acompañar, aprender, respetar y seguir con orgullo y esmero a cada policía del brazo de nuestra Iglesia Católica». En el espacio virtual se pueden encontrar varios videos donde se muestran parte de las actividades que realizan los sábados en el casino de suboficiales: juegos deportivos, representaciones teatrales, charlas con el capellán y con policías, práctica de formaciones y desfile policial. También allí se anunció recientemente que «después de un gran esfuerzo, empezarán a confeccionar los uniformes de los chicos». Iglesia y policía. «Los chicos se conocen, juegan, aprenden, sobre todo lo que tiene que ver con la familia, la amistad, la vocación la vida y, a raíz de eso, van aprendiendo lo que es ser policía», finaliza el capellán. Para muestra basta ver a los miembros de este grupo, en rigurosa formación policial, entonando una popular canción de misa que ellos adoptaron como «canción de la policía infantil». Es aquella que reza: «Un nuevo sol se levanta sobre la nueva civilización que nace hoy…una cadena más fuerte que el odio y que la muerte…lo sabemos, el camino es el amor…». (Puerta E)
Quizá sea el momento de reconocer que la sangre derramada ha sido negociada. Doloroso por cierto, y justo en el extremo límite de una profunda tristeza. Negociada en una de las formas de impunidad que el pensamiento de los justos nunca hubiera podido elucubrar. Mirábamos a la impunidad como algo que desde los poderes terrenales, casi diríamos supra terrenales, se arrojaba con crueldad y brutalidad sobre el cuerpo de los mortales. Freud, del que alguna vez podremos decir que no solamente fundó el psicoanálisis como terapia sino como un formidable analizador de la cultura 1, realiza una disección de lo que denomina Masas Artificiales. Y menciona como emblemáticas a la Iglesia y al Ejército. Agrego a mi cuenta que esas Masas Artificiales son cultivo puro de cultura represora. ¿Qué tienen de artificial esas masas? Son una multiplicidad porque tienen muchos integrantes y muchos simpatizantes. Muchos que son y que no practican, y otros que practican mucho y aunque no son, se hacen. Pero esa multiplicidad es aparente, encubridora, porque todos y cada uno están cortados por la misma tijera. Que no es otra cosa (la tijera) que el Poder del Amo Despótico que ordena, juzga y castiga, todo por el mismo precio y en una sola y definitiva ocasión. Iglesia y Ejército pensadas como Instituciones, o sea, lógicas de pensamiento, sentido y acción. La cruz y la espada, dadoras de la subjetividad imperial, aptas para colonizar, destruir, quebrar, amordazar y enseñar los cantos celestiales de los ángeles del averno. Freud en uno de sus trabajos reconoce: «nunca hubiéramos sospechado: un inconciente represor» la convicción era que el inconciente siempre era reprimido por una conciencia represora y mutiladora del deseo. Nosotros, décadas después, sostenemos la convicción que la baja de la edad de imputabilidad era una estrategia castigadora de esa conciencia vigilante y cruel de los diferentes torquemadas de la historia. Dijimos que pegotear una identidad de «chorros» para los pibes era una forma de criminalizar la niñez y prepararla para nuevas y cada vez mas eficaces políticas de exterminio. Pero debo confesar, aunque sea una laica confesión, que nunca imaginé que se pudiera convocar a chicos con la «ilusión de encontrar su policía interior». Luchamos contra el enano fascista interior, y nos madrugaron con una tecnología para implantar una alucinación.
Quizá en Esquel vieron la película El Origen y aprendieron la técnica de implantación de ideas (inception). Hablar de la ilusión de encontrar el policía interior es una monstruosidad que avergüenza y aterra a nuestros 27 años de democracia. Ya no se trata del enfrentamiento de «pobres contra mas pobres», sino directamente del enfrentamiento de los chicos pobres que tienen hambre y necesariamente serán chorros con los chicos pobres y menos pobres que tenían tristeza pero que podrán calmar sus penas con el goce de la autoridad enseñada. Incluso tendrán uniformes y quizá triciclos con sirena. Pero no estarán jugando al policía y al ladrón. Ya no habrá juegos porque las masas artificiales no tienen sentido del humor, ni del placer, ni mucho menos del juego y la creatividad. Lograrán pibes, chicos uniformes con uniformes, que cantarán a un camino de una caricatura del amor, una deformación grotesca del amor, como solo podría ser concebida en la mente de un grassi o un astiz. Vamos a decirlo: eso que pretenden que los chicos encuentren adentro, es algo que les fue implantado (inception) desde afuera. Pero esas masas artificiales, de las cuales la Iglesia y el Ejército son emblemáticas, han sido naturalizadas, por lo tanto ya parecen parte del «adentro». Claro, la catequesis ayuda, así como la educación católica. ¿Cómo no van a ir del brazo? Y aprenden de la familia patriarcal, de la amistad que luego será la «omertá», el código de honor de las mafias que algunos llaman «espíritu de cuerpo». Cuando yo era un pibe, que también lo fui y quizá lo siga siendo, fui cruz roja. Alcahuete del maestro. Le entregué el amado brazalete luego que, por mi inconducta, me sacó del aula. Consideré que no era digno de llevar esa distinción. Me arrepentí durante años, no de mi inconducta, sino de mi renuncia patriótica. Década después, uniformes policiales reemplazan al desvaído brazalete. Están fabricando en siniestras cadenas de montaje a los nuevos soldaditos, bendecidos por la iglesia, lo que es una absoluta licencia para hacer el mal mientras se predica el bien. Estos chicos de barro y miel aprenderán en sus cuerpos y lo enseñarán en otros cuerpos el exacto alcance del represor refrán: «a dios rogando y con el mazo dando». Cuando la primera cabeza de un pibe apaleada por otro pibe, estalle en sangre y huesos, podrán decir que solo están siguiendo una ilusión. Y cantarán su nuevo himno, mucho mas nacional que el nuestro: «una cadena mas fuerte que el odio y que la muerte», o sea una cadena para la cual amar sea odiar al odio y vivir sea matar la muerte. Odiarán y matarán creyendo que aman y dan vida. En Esquel la profecía de George Orwell (1984) se verifica una vez más: el doble pensar. Soldaditos de barro porque los chicos todavía son de la tierra que los vio nacer. Soldaditos de miel porque los chicos tienen una dulzura aunque te miren fijo y serios. Soldaditos de barro y miel que gracias al brazo armado y santificado de la policía y la iglesia, serán mas temprano que tarde, de acero y plomo. Y que al ser luego púberes y adolescentes, ya no reconocerán a su madre tierra. Se habrán entregado a una madrastra artificial y entonces, no habrá más barro, no habrá más miel, y los miraremos desangelados, y no podremos soportar tener que enfrentarlos. Pero quizá, o mejor dicho, con casi la total convicción, aunque duela escribirlo, tendremos que hacerlo. Y tendremos dolor al hacerlo. Porque en ese instante nos daremos cuenta, si no lo hacemos antes, que a esos soldaditos de barro y miel no pudimos protegerlos.
1. He denominado Psicoanálisis Implicado al psicoanálisis pensado como un analizador del fundante represor de la cultura. Desde esta concepción teórica y política, escribí las CRONICAS DE TRAPO