Por Laura Pinery
Y nos dijeron que era necesario ver para creer. Que la razón era el instrumento más poderoso con el que contaba el ser humano para desarrollar sus tácticas y estrategias, para consolidar proyectos y sostener ilusiones. Y nos dijeron «pienso, luego existo» y nuestros parámetros acerca de nuestros propios limites se configuraron en torno a la lógica de lo exacto, de las variables factibles de ser medidas y controladas por un supuesto saber. Y nos mostraron un puñado de sistemas y sus contraposiciones y el cierre del juego en blancos y negros sin matices, sin sabores y así sostuvieron la magnánima leyenda de lo que consideramos real, determinante e inmodificable. Asumimos el espejo sin distorsión, la razón sin pasión y al poder sin potencial real de cambio. Nos mostraron un camino, una forma y determinadas etiquetas. Nos marcaron el tiempo y el espacio donde jugar al juego. Nos enseñaron algo acerca del miedo y la cautela y algo más sobre la impericia de los sueños.
Y sobre estas líneas reposa la política de la representación y la política de la creación. La política del actor y la política del amante, del guerrero. La política que se atrinchera acorralada en sus propias limitaciones por no comprender que el saber y el poder no reposan en la lógica de las certezas sino en la movediza incertidumbre del poder como potencia, en el desacuerdo de las líneas, en la contradicción de las formas y en el refugio del corazón.
Nos pidieron silencio y callamos. Nos pidieron compresión y cedimos al punto de que hoy las verdades mas cruentas que estallan frente a nuestros ojos son parte de un paisaje decorado, vacío de contenido y de sentido, viciado de negación y de conformismo.
Todo esta dado vueltas
Todo esta invertido
La farsa se ha instalado, y ya no vemos la tragedia de este hecho.