Por Claudia Rafael
(APe).- Cuando en 1949 Alberto Salimei fundó junto a las familias Seitún y Trucco la fábrica de alimentos Sasetru, en Avellaneda, no imaginaba siquiera que allí, sobre el Camino General Belgrano un pibe de 23 años haría su experiencia militante bautismal 54 años más tarde. Esa que le haría sentir que fundía inexorablemente la teoría y la práctica obrera en un para siempre que no tendría retorno.
Ese mismo pibe no sabía tampoco -cómo imaginarlo- que algunos años después, durante una lucha obrera en apoyo a los tercerizados del ferrocarril, se le iría la vida.
La historia argentina está forjada y también manchada por la sangre joven y apasionada de decenas y decenas de miles de militantes. Mariano Ferreyra es uno de ellos.
Es real -recuerda Pablo, su hermano mayor- que el primer impacto de Mariano con el compromiso político fue antes, durante los intentos de formación del centro de estudiantes de la Casa de la Cultura de Avellaneda, frente a la plaza Alsina. Y que él mismo fue el encargado de darle lo que define «la experiencia más ingrata: repartir volantes» del Partido Obrero, en donde Pablo militaba. Mariano sería consecuente con el partido hasta el final, Pablo lo dejaría en 2004. Desde aquel mismo día en que con 14 años tan niños aún, salió a la calle con la pila de volantes dispuesto a entregarlos a cuanto hombre o mujer se cruzara en el camino.
Ya para ese tiempo hacía mucho que Sasetru había bajado sus persianas. Aquel holding de 140 empresas que en los 70 había llegado a tener el 40 por ciento del mercado alimentario nacional había dejado en la calle, allá por 1981 a más de 10.000 trabajadores. Y el Polo Obrero, asumiría la toma en 2003 en la lucha por la expropiación. Mariano estaba entre ellos.
***
«Siempre vivimos ahí en Avellaneda, también mi abuelo y la familia de mi madre. Con mis hermanos siempre tuve una relación amistosa y lo de Mariano nos unió más. Para mí fue la pérdida de un semejante. Y desde ese día me falta algo de mi percepción en la vida». Es Pablo el que habla. Sentado en un bar, con un libro a punto de empezar, una cerveza y un almuerzo tardío.
«Mariano era una persona muy diferente de mí. Yo soy extrovertido y él era introvertido, hablaba poco. Teníamos gustos parecidos pero a partir de la adolescencia él se empieza a diferenciar más, a transitar su propio camino».
Cuando Mariano se suma al PO, cursaba la secundaria en la Media 11, Simón Bolívar, a unos metros de su casa. «Allí mi vieja es jefa de preceptores y fue todo un desafío porque él se empieza a mover para tratar de formar el centro de estudiantes en la secundaria. Era de alguna manera enfrentar a mi vieja porque si querían tomar la escuela o cortar la calle, la primera persona a la que la directora iba a pedir explicaciones era a ella. Y si bien a ella no le interesa la política, fue el puntapié inicial para que nos apoyara en nuestro compromiso, sin juzgarnos, sin ponernos fantasmas de la dictadura más allá de que ella misma no se involucrara. Mi vieja no deja de decir que nunca se arrepintió de la militancia de mi hermano, incluso ahora en que todo cambió drásticamente».
***
La experiencia en Sasetru lo marcó a fuego cuando era apenas un niño. Rodeado de militantes dispuestos a ejercer en primera persona una toma fabril, a discutir política, a soñar que la taba puede ser dada vuelta con empuje y utopía.
Algunos años más tarde, su lucha junto a los tercerizados ferroviarios lo encontraría con apenas 23 como un militante veterano de otras batallas.
«Yo sabía que estaba haciendo algo con tercerizados del ferrocarril. Lo mío fue más caótico ante lo suyo tan sistematizado en la militancia. Y hay cosas a las que en aquel momento no le di bola y después entendí que podían significar algo heroico o la muerte. A la luz de todo lo que pasó, creo que hay que destacar esta última batalla suya. Esto de que exista un trabajador que valga la mitad o menos aún que otro. Y por eso rescato su inteligencia para elegir una causa justa. Pero también, lamentablemente, tengo que remarcar que hay sectores de la política que resuelven las cosas de modo terrible. Disparándole a alguien. Por eso fue absurdo lo que sucedió. Era una movilización para que reincorporaran trabajadores y sectores ligados a los trabajadores, aliados con barrabravas y policías criminalizaron la protesta». Cuando Pablo habla, sonríe con los ojos y la boca. Por momentos, los ojos brillan y se atraviesan con leves vidriosidades que contiene.
Aquel 20 de octubre él estaba trabajando en un laboratorio fotográfico de La Lucila. «Me llamó mi vieja para decirme que le habían disparado a Mariano. Pero no pensé… Era como una fantasía que uno aleja todo el tiempo. Pensaba que estaba herido. Pero espantaba la idea de la muerte». Después se siente tironeado entre esa imagen heroica de militante que da la vida por una causa revolucionaria y la de su hermano. Desprolijo, bohemio, introvertido. Que amaba mirar películas de David Lynch y leer a Paul Auster o a Cortázar. Que gozaba con las letras de Spinetta o con las guitarras de Escape. O que pasaba horas leyendo textos de política. «A mí la iconografía no me gusta. Ni ahora ni antes. No me gusta la imagen del Che Guevara en una remera. Me gustan las acciones. Por eso no quiero que mi hermano sea un ícono político y nada más. Quiero que los que juzguen a los asesinos vean el lado humano…A veces pienso que me hubiera gustado más decirle lo que pienso. Y hoy siento que su muerte es absurda porque a mí me dejó sin la posibilidad de verlo una última vez. La muerte te deja sin despedida. Nunca sabés que va a haber una despedida y eso queda dando vueltas».
***
La cita, aquel 20 de octubre, era a las 10.30 de la mañana en el local del PO. Cuando se despidió de su mamá le dijo simplemente «me voy, tengo una marcha». Una de tantas, pensó Beatriz Rial. Cuando Mariano, con sus 23 años, llegó fue con sus compañeros hasta la estación Avellaneda. Ese sitio plagado de las imágenes de Maxi y Darío, a los que luego se sumaría también su propia silueta.
Piedras, golpes, balas de plomo. La vida que se iba. La historia misma en unos cuantos segundos. Mariano guitarrista, militante, acordeonista, lector avezado, luchador, pibe tímido, soñador de otro mundo y otro país.
«Yo necesitaba armarme interiormente para entender qué había pasado. Que la Unión Ferroviaria sea un gremio de la CGT y que la CGT sea aliado del gobierno. Hay cosas que cambiaron en mi concepción y hay cosas que tienen un costo. Y este costo me parece un poco alto. Yo esperé un repudio de la CGT contra la Unión Ferroviaria. Yo esperaba una condena. Necesitaba procesarlo a todo esto…Después pude entender que hay gente que por móviles económicos y para no perder poder es capaz de hacer algo así y que están más cerca de lo que parece. Yo no creo que a mi hermano lo mataron por ser Mariano. Lo mataron por su lucha. Por ser parte de algo que ponía en peligro la hegemonía de Pedraza en el sindicato. Los tercerizados son muchos. El móvil principal es cómo podría perjudicar las incorporaciones de los tercerizados a planta permanente en lo económico a Pedraza. Ellos armaron una patota para amedrentar y castigar una oposición real a Pedraza».
Pablo sonríe y piensa cuántas cosas le quedaron atragantadas. Cuántas no pudo decirle a su hermano. «Al principio era mucha angustia. Ahora siento tristeza, lo extraño. Pero no sé si me cayó del todo la ficha. No puedo dejar de hablar de él en tiempo presente. Quizás podamos estar más tranquilos si hay justicia. De última esto es lo mismo que seguramente aprendieron en los 70 muchos compañeros. Fue aprender a partir de la pérdida. Esto de empujar para que haya justicia. Para que se corra el velo de la impunidad».
***
«Los trabajadores defendieron sus fuentes de trabajo», se lo escuchó decir a José Pedraza, máximo dirigente de la Unión Ferroviaria, para justificar lo ocurrido aquel 20 de octubre.
Veinte años antes, el mismo Pedraza había acompañado a Carlos Saúl Menem durante la firma del decreto de la creación de la empresa Ferrocarril Metropolitano S.A. (Femesa) que llevó adelante el proceso privatizador de los trenes. Instante crucial en el que Pedraza asumió su rol como empresario
En febrero de 2011, lo detuvieron en su departamento de más de 200m2 valuado en un millón de dólares imputado en la causa por el homicidio de Mariano. Un departamento que –extrañas contradicciones de la vida- está ubicada en la calle Azucena Villaflor. Poco después, la Unión Ferroviaria decretaba paro y movilización en apoyo a su máximo referente sindical.