Por Laura García Tuñón
Maestra Titular Esc 15 DE 6
Legisladora porteña por Buenos aires para todos
Cuando escuché y leí el discurso de la Presidenta de la Nación el 1º de marzo, como muchos, quedé perpleja. Quise tomarme unos días para que lo que escribiera no fuera producto de la bronca, sino de la reflexión. Voy a hacer referencia a las palabras destinadas a nosotros y nosotras: trabajadores de la educación. Es una falacia total que los maestros trabajamos 4 horas y tenemos 3 meses de vacaciones. Los aplaudidores seriales que la rodean no saben lo que es el trabajo de enseñar. Los docentes tienen sueldos que no alcanzan ni siquiera para sostener a sus familias, y mucho menos para solventar los materiales culturales indispensables para que nuestra formación sea continúa.
Estos agravios, son propios de quien quiere tener en mano férrea la voluntad de los trabajadores, para domesticarlos a su antojo o a los intereses de su política. Sus dichos refuerzan la alianza con los sectores más reaccionarios de nuestro país, que piensan que sólo en la escuela privada se enseña bien porque los maestros de la pública son vagos, realizan paros, motivados solamente por un bienestar personal y mezquino. Nada más lejos de nuestra realidad!
Luego de muchos años, se ha convocado a un paro nacional docente en defensa de nuestros derechos, de un sueldo digno y de condiciones de enseñar y aprender. Hoy el salario promedio de un trabajador formal es de $3500. Entonces, ¿por qué el Ministro de Educación Sileoni y la Presidenta piensan que está mal reclamar $3100? ¿Volveremos al latiguillo de que hacer un paro es funcional a la derecha? Cuestionar un salario que apenas alcanza es lo mínimo que debemos hacer como trabajadores de la educación. Un país que tiene médicos, enfermeras, policías y maestros con salarios magros, no puede considerarse un modelo de los paradigmas de la igualdad. Es inconcebible que unilateralmente se levante un proceso de negociación y se desconozca un espacio igualitario, como son las paritarias.
El Ministro dijo que no estamos en el país de la Carpa Blanca. Fui ayunante de esa Carpa. Con orgullo peleamos miles de docentes de una forma creativa, y esa lucha, mal que les pese a muchos, se convirtió en un símbolo de las luchas populares y de los reclamos por justicia en esos años. Es cierto, no estamos en ese momento del país, pero esa referencia me recordó las palabras de la entonces Ministra de Educación Susana Decibe, y de los entonces ministros de Menem que frente al paro decretado por CTERA el 3 de abril de 1998 y ante la Carpa Blanca dijeron:
«Los maestros que están allí (en la carpa) tiene una clara definición política, se pliegan a los discursos negativos que siempre hace la Alianza«. «No es tiempo para paros, sino de ponerse a buscar soluciones«, dijo la ministra Decibe.
La Presidenta Kirchner hizo referencia al enorme cariño que le tiene al sector docente para luego proceder a enunciar todas las «cuestiones que la enojaban»: la relación trabajo y carga horaria, el presupuesto universitario, la distribución del FONAINDO, las vacaciones, el ausentismo y los suplentes, etc. Este intento de disciplinamiento guarda una similitud tenebrosa con las palabras de Corach en el año 1988: «El gremialismo docente es un típico caso de poder corporativo, con aliados mediáticos que hábilmente colocaron la Carpa en el centro de la escena. No tiene nada que ofrecer al país en materia de soluciones al problema educativo, es magro lo que pueda hacer por el educador y por los chicos«.
Todavía me cuesta comprender cómo, quienes llenan sus bocas hablando de los supuestos éxitos en la cartera educativa, degraden con sus palabras a nuestro sector, descalificando a los trabajadores. Más todavía me cuesta creer que aquellos que alguna vez han participado activamente del sindicalismo docente destinen medios para justificar lo injustificable. Tenemos años luchando y la única lucha que se pierde, es la que se abandona.
Nos sentimos parte de un país que para desarrollarse integral e igualitariamente debería preservar a sus docentes e incentivarlos a la producción de conocimiento, con condiciones concretas y no solamente discursivas para alimentar un relato progresista. Nosotros los docentes, debemos ser también protagonistas y como tales, productores de conocimiento. En ese marco, la lucha de los maestros pone la centralidad en la construcción colectiva del conocimiento como parte ineludible de nuestro trabajo.
Sigo sosteniendo que si contamos con maestros que con sus salarios dispongan de tiempos para prepararse, acceso a la cultura y a otras experiencias de formación y sobre todo pagar el alquiler, la comida y la vestimenta de ellos y sus familias, y que a su vez sean legitimados hasta por la presidenta, seremos los sujetos del cambio que este país se merece.