Ese contraste estadístico, entre los censos nacionales de los últimos 60 años con la producción diaria de basura por persona, permitió al equipo de Neira llegar a una dimensión precisa del descalabro ambiental que vive la ciudad al calor de la basura. «Si bien la población residente en la ciudad disminuyó en 150 mil habitantes, la producción per cápita de residuos sólidos urbanos no dejó de aumentar», sostiene Neira en el documento «Lo que tapa la basura», un diagnóstico elaborado por su equipo parlamentario que actualiza las cifras históricas de producción de basura.
Según el último censo, en los 202 kilómetros cuadrados de superficie porteña, viven 2.891.082 personas. Sin embargo, esa tendencia decreciente de la población porteña, que encontró su mayor disminución en 2010, no implicó menos residuos. En 1972, cada porteño generaba 700 gramos de basura por día, una cifra que llegó a los 882 gramos en 2001, y que superó el kilo en 2005, cuando la Legislatura Porteña sancionó la Ley de Basura Cero.
Desde entonces, la evolución de los desechos no experimentó la reducción que establecía la norma. Por el contrario, se registró una producción que siempre estuvo cerca del kilo diario de basura producida: 968 gramos per cápita cada 24 horas en 2007; 867 al año siguiente; y 883 en 2009.
Dentro de ese historial de producción, el estudio también revela que los residuos húmedos, es decir, los más difíciles de reciclar, han reducido su volumen en los últimos 40 años. «Si bien los desechos alimenticios mantienen el primer lugar, existe una marcada tendencia a la disminución: en 1972, significaban el 63,45% de toda la basura; y en el período 2005-2009 abarcan el 35-41% del total», sostiene el paper, luego de recordar que una de las basuras más reciclables, es decir los papeles y cartones, «mantienen una evolución constante con el 15 y 20% del total en el mismo lapso de tiempo, con un pico del 24% en 2001».
Además, el volumen histórico del plástico confirma su desaprovechamiento: en 1972, representaba un 2% de todos los desechos; y, a partir de 2005, esa participación en la torta global de la basura trepó al 20 por ciento. Ese cambio «indica una tendencia creciente de las empresas hacia un uso diversificado e irresponsable» del plástico. La conclusión no tiene otro destinatario que los grandes fabricantes de envases que, tal como señala el documento, han profundizado su lobby en el Congreso de la Nación para evitar que prospere una ley nacional de envases que presentó en 2011 el senador Daniel Filmus (Frente para la Victoria).
Pero a otras realidades no hay lobby que las frene. Los porteños, en la actualidad, casi no separan nada de la basura que producen. Su clasificación estadística, a cargo del CEAMSE y la UBA, permite comprender las consecuencias. El diagnóstico advierte que «la Ciudad pagará un 35% más por la basura que entierra, debido al incremento de desechos, aunque casi el 40% de los residuos que ingresan al CEAMSE podrían ser reutilizados«. Pero la Ciudad recicla «tan sólo un 10% de toda la basura» gracias al trabajo diario de las cooperativas de cartoneros. Sin su intervención, la ciudad enterraría 7000 toneladas diarias, es decir, 600 más que las 6300 que se compactan y luego se esconden bajo una tenue alfombra de césped.
Este escenario explica por qué el Estado porteño nunca podrá cumplir con la reducción del 50% de los residuos que estaba prevista para este año, de acuerdo a la Ley de Basura Cero. Las próximas metas implican bajar un 75% en 2017 y prohibir «la disposición final de materiales tanto reciclables como aprovechables para el año 2020», dos plazos legales que, al parecer, nunca serán cumplidos. La prueba está en las 2,1 millones de toneladas de basura que se enterraron en 2010, el doble de lo previsto por ley para ese año, y un poco menos que el nuevo récord de enterramiento de 2011: 2.277.772,3 toneladas. De ese total, los 10 mil recuperadores urbanos alcanzan a reciclar el 10% del total, pero si no lo hicieran –explica Neira–, la Ciudad abonaría 40.500 dólares diarios de los 50 por tonelada (unos 315 mil) que paga el Estado, el doble de lo que abona en incentivos para los cartoneros organizados». Una postal muy lejana de aquella imagen de 1947. Ahora, la nueva ciudad verde es cada vez más desigual: tiene más basura y menos población.