El jueves 25/10 en todas las escuelas de la ciudad se realizará la evaluación
de manera inconsulta y sin tener explicitados los objetivos y el destino.
Algunas consideraciones:
Debemos discutir entre todos y todas, el sentido de la evaluación de los docentes, porque la misma se da dentro de un entramado político, no como una mera instrumentalización administrativa técnica y sin contenido político. Concretamente, en América Latina, la evaluación no surgió de nuestra iniciativa sino que viene atada a un paquete cerrado como componente necesario de la reforma de los noventa y aparece como un instrumento beneficioso, por si.
En Chile por ejemplo, el régimen pinochetista fue pionero en esto haciendo que a través de la evaluación docente el neoliberalismo no sólo se instaurara como base de una política educativa, sino que mostrara su lado más cruento.Sin embargo, tanto desde el gobierno local como del nacional se pretende generar metodologías e instrumentos de evaluación de los docentes, con poca evaluación institucional y nada de evaluación del sistema y sus políticas. ¿Qué educación, para quiénes, cuánta, en qué condiciones? Y esas son las políticas, eso no ha sido evaluado nunca. Es necesario preguntarse críticamente ¿el para qué y el por qué de la evaluación?, buscando el sentido político y ético dentro de un marco histórico. Nunca se evaluó las consecuencias de la transformación educativa de los `90. Susana Vior dice que es probable que los procesos de evaluación estén llevados adelante o elaborados por expertos que desconocen la realidad de las instituciones educativas.
Hay que discutir con los docentes los proyectos y sentidos de esos proyectos de políticas educativas para ver en qué podemos contribuir y qué podemos hacer para poder concretarlo. El control debe ser una práctica de equidad, no de vigilar y castigar (como diría Foucault) a partir de la rendición de cuentas como si en educación fuera posible planearlo y calcularlo todo, estrictamente de antemano para evaluar objetivos previamente concebidos.
Estos procesos como el planteado por el Gobierno de la ciudad pretenden evaluar como diría Susana Celman a los docentes como empleados, lo que nos introduce en una evaluación de tipo administrativo burocrática: qué tareas, cuántas horas, qué días, entramos a chequear el cumplimiento o no cumplimiento de un contrato de trabajo. Frente a esto planteamos la necesidad de pensar el docente como el constructor de un oficio. El docente tiene cosas prescriptas, tiene contrato de trabajo pero hay algo del orden del oficio que se construye en la práctica, en ese lugar de situación y reflexión. Es una mirada desde lo pedagógico, en oposición a la mirada economicista expresada por dos categorías, la eficacia y la eficiencia, que nos pretenden imponer, en la que la escuela pública es presentada como ineficiente (y de ahí la razón de ser de la evaluación) como si fuera una empresa, desconociendo que se trata de dos realidades totalmente diferentes. Detrás de los procesos de evaluación hay una decisión política de reemplazar a la escuela pública por escuelas-empresas pensadas para satisfacer las demandas de los poderosos y no los intereses de nuestro pueblo, por eso los subsidios a la educación privada, por eso el cierre de cursos en las escuelas públicas.
En ese contexto, nos re afirmarmos como sujetos que conquistan su espacio, no como mera función otorgada, sino como una conquista fruto de una lucha ética y comprometida con la educación pública y por eso sostenemos que la evaluación no es sólo producto de la utilización de tal o cual instrumento para ser aplicado, por otros, los expertos, sino que nosotros como sujetos educadores tenemos mucho que decir, mucho que aportar desde nuestros saberes construidos en prácticas colectivas como fruto de nuestro oficio de enseñantes. Nos hacemos eco de las palabras de Susana Celman, si algo puede mejorar la educación, es la participación reflexiva y crítica de los sujetos involucrados en la evaluación. Los sistemas de evaluación externa hechos de arriba para abajo nos transforman en objetos y no en sujetos de la reflexión.
Las condiciones de trabajo, de acceso a la formación docente y el seguimiento día a día por los colegas y dentro de la misma institución es lo único que puede garantizar una buena educación. Toda capacitación debe consistir en el acompañamiento del docente en su trabajo cotidiano, por quienes, están en condiciones, por formación y por experiencia en ayudarlo a ir resolviendo los problemas.
El docente es un sujeto con capacidad y posibilidad de reflexión crítica sobre su tarea y trabajo colectivo con sus compañeros, y en ese sentido indudablemente la evaluación puede ser una herramienta interesante, importante y valiosa. Pero esto no puede lograrse cuando no discutimos quién o quiénes evalúan.
Si el Gobierno de la Ciudad dice «queremos una evaluación para la mejora» debemos preguntarnos ¿Qué es lo mejor? ¿Mejora para quién? ¿A qué costo?
Para hablar de evaluación, debemos considerar 1) la evaluación en función de políticas públicas, donde se tengan en cuenta los proyectos macro y micropolíticos, 2) la evaluación como parte de un proceso de trabajo colectivo a realizarse en cada una de las escuelas, mediante equipos de trabajo, con planificación, formación, reflexión y continuidad en el trabajo cooperativo, con una jornada laboral rediseñada que atienda seriamente esta condición necesaria para transformar la realidad escolar, y 3) la evaluación como una práctica de equidad.
Creemos firmemente que la relevancia de las políticas educativas está justamente tanto en responder demandas socio-históricas como en garantizar la participación, como principio fundante, a través del diálogo permanente entre los múltiples sujetos, para la construcción de un cuerpo político y metodológico que rompan los muros de la injusticia y persistan en pasos certeros en la democratización de la sociedad.
POR ESTO HOY LE DECIMOS: NO A LA EVALUACIÓN EN LA CIUDAD
Diputada Laura García Tuñon