Nadie puede pretender explicarnos a los argentinos como viajamos, salvo quienes nunca se han subido a un transporte público. Decenas de muertos en los últimos años nos muestran una crisis que ya no resiste paliativos ni políticas de corto plazo para sobrevivir hasta la próxima elección. El esquema perfeccionado en la década del `90 y continuado en la siguiente casi sin cambios, ha ocasionado la pérdida de medios de transporte, el colapso por congestión de los que quedan y el caos donde conviven empresas privadas, concesionarias y el Estado con una mínima coordinación y una nula planificación. El cambio estructural del sistema de transporte implica que el Estado recupere capacidad de planificación, regulación y gestión sobre el transporte, pero introduciendo mecanismos de control y participación en la toma de decisiones por parte de usuarios y trabajadores, ya que es la única manera de garantizar el mejor manejo estatal de lo público.