Por Alfredo Grande
(APe) Pienso que en la ciencia, y también en la política hay un círculo virtuoso. Cuando decimos lo mismo con diferentes palabras. El pensamiento se amplifica, posibilita nuevos sentidos no excluyentes, los conceptos se hacen más consistentes y más útiles. Los conceptos son herramientas para poder conocer primero y transformar después a nuestra realidad. Cuando somos hábiles, esas herramientas serán instrumentos, y como tales podrán tener precisión y criterio para sacar lo que sobra y poner lo que falta.
Podemos decir libertad, autonomía, emancipación. Pero lo fundante es análogo: exige un proceso de rotas cadenas, aunque la igualdad no sea noble y mucho menos tengamos que verla en un trono. La tragedia es que la fábrica de reparar cadenas rotas es la fábrica más rentable en la historia de la humanidad. Sobre todo porque las cadenas no necesitan ser de metal. El proceso para encadenar a un sujeto, a un colectivo, puede tener la sutileza de una publicidad o el camuflaje de una oferta que nadie puede resistir. El pensamiento crítico se nutre de una complejidad conceptual que las dictaduras aborrecen. “Al pan, pan y al vino, vino”. O sea: ningún desvío, ningún atajo, nada de hacer camino al andar. Los caminos están señalizados, demarcados, monitoreados y cada 200 metros un cartel te advierte de como es la mejor y segura manera de vivir.
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Así las cosas, el filósofo Aldo Rico, carapintada que tuvo su momento de fama en plena democracia cuando vendió el Modín al mejor postor, pasó a la historieta nacional cuando sentenció: “la duda es la jactancia de los intelectuales”. El pensamiento crítico no tiene duda obsesiva, pero pone en suspenso toda certeza. No hay obviedades que no merezcan ser fundamentadas. Y desde ese fundante se construye la convicción: poética, estética, ética, política.
Por el contrario: en la cultura represora, los conceptos son plastilinas maleables según los poderes de turno. Hasta alguien habló de “revolución conservadora”, “fin de la historia”, “solución final”, “costo social del ajuste”, “pagadores seriales”, “honrar la deuda”.
En la actualidad, se maldice a los 90 mientras se sostiene el aberrante eufemismo de pagar algo que no existe: la deuda externa. La terquedad de mantener esta arcaica denominación en entendible en las clases expoliadoras. La deuda es como la culpa: un artificio que legitima un castigo. Es necesario mantener esa ficción de nacer culpable y nacer endeudado para hacer palanca en todo tipo de amenazas y castigos. Insisto: que las castas expoliadoras y explotadoras hagan uso y abuso de ese concepto, es coherente con sus intereses. Que paguemos con mucho más que una libra de carne. De esta forma nadie podrá dudar que coronados de deuda vivamos y juremos con gloria morir. No hay otra.
Por supuesto la vida no es justa y algunos morirán después de una vida de perros de la calle y otros, privilegiados de countries y puertos, pasarán, injusticia total, a mejor vida. Toda vida y toda muerte es cultural y son demasiados los que no pueden honrar su vida y tampoco lograrán honrar su muerte. El arcaísmo deuda externa es una afirmación que políticamente se vuelve en contra. Como un boomerang conceptual.
Más allá o más acá de que la califiquemos como odiosa, ilegítima, pagada varias veces, etc, un concepto servido en bandeja para fondos y frentes buitres se mantiene. Enfrentamos aquello que por otro lado estamos convalidando. Y entramos en el peor de los mundos posibles. Con la misma palabra (deuda) decimos cosas no solamente diferentes, sino totalmente incompatibles. Para los expoliadores deuda tiene el sentido de una obligación económica financiera con diferentes tipos de acreedores, que a ciencia cierta nadie sabe demasiado bien quienes son.
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Para los explotados con sus venas abiertas, deuda es una estafa colosal solo comparable a la estafa y masacre civilizatoria que se llamó “descubrimiento de América”. Por eso la batalla cultural no es otra cosa que una guerra conceptual. Sostengo que debemos decir “estafa externa” y aceptar, que por ahora, tiene una inscripción interna como “deuda”. Pero esa inscripción no podrá ser subvertida si combatimos la estafa con el mismo concepto con que los victimarios nos encadenan. No al pago de la estafa externa. Y si al pago de nuestra deuda interna, que hace décadas sigue vigente y cada vez más acentuada. Por eso el hambre es un crimen y pienso que de lesa humanidad.
La batalla conceptual abarca también el campo de los derechos humanos. La recuperación de un nieto, quizá el más emblemático por ser de la presidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, tuvo una enorme y entusiasta repercusión. Comparto esa alegría pero sin abandonar el pensamiento crítico sin el cual somos esclavos o zombies. ¿Qué es lo recuperado al recuperar el nieto? Una filiación. Un parentesco. Es hijo de y es nieto de. Necesario pero insuficiente.
El Nunca Más golpea como cincel en la maza. Nunca más podremos recuperar las utopías revolucionarias que fueron arrasadas con brutalidad y crueldad. El exterminio del denominado Plan Cóndor estuvo dirigido a personas para que desaparecieran de la faz de estas tierras no solamente esas personas, nuestros amados 30.000, sino las ideas que ellas y ellos sostenían. Patria Socialista fue el concepto inclusivo que sumó, multiplicó, potenció las luchas de liberación nacional y social de varias generaciones. Eso no pudo ser recuperado.
Ahora pagadores seriales sufrimos la alegría de haber sido y la vergüenza de ya no ser. O recuperamos con el nieto recuperado esas luchas libertarias y revolucionarias… o apenas nos queda el calvario de seguir viviendo con el eterno resplandor de una mente sin recuerdos. Con una memoria histórica perdida y con los recuerdos más entrañables sepultados entre el terror y el olvido. ¿Tendrán los pueblos el alzheimer que se merecen?.