por Sergio Val (Unidad Popular de Lomas de Zamora)
En Mayo de 1987 junto a Alfredo Moffatt y otros muchos trabajadores de la vida hicimos el Congreso Criollo. Locura,Violencia y Pobreza fueron los ejes de aquel encuentro que intentaba desmadejar la telaraña que nos dejó la dictadura. Yo estudiaba derecho y en la Cárcel de Devoto fundamos la Biblioteca Universitaria Devoto “Santa Clara de Asis” (BUD). Callejeando con los pibes de la estación de Lomas y escuchando las historias de jóvenes privados de su libertad, creímos que debíamos enfocarnos en la “prevención”. Abordar el conflicto social en el barrio para que los pibes pobres no tengan que terminar en la cárcel.
En el camino conocí a Alberto Morlachetti, en una de las prefabricadas del Hogar Pelota de Trapo, en Avellaneda y me embarqué, con otros tantos, en “una aventura de pan y chocolate… poniéndole una estrella en el sitio del hambre” al decir de Tejada Gómez. A su lado comprendí, entre tantas cosas que el capitalismo es incompatible con la felicidad, aunque se lo vista con rostro humano o se lo disfrace de capitalismo serio. “Los compañeros no dieron la vida para esto”.
Esta democracia, frágil y “joven” no es la que heredamos. Es apenas la que pudimos construir. Todos. Absolutamente todos. Obviamente tienen más responsabilidad los que gobiernan el Estado, sin lugar a dudas. Es exactamente en lo que la hemos transformado. Por acción u omisión. Seguramente muchas cosas hay que poner en la balanza. La dictadura se llevó a los mejores de nosotros y deliberadamente dejó, en lugares claves a quienes no pueden hacer de este país el sueño de los más, porque están allí para hacer realidad la ambición de los menos.
Es comprensible que gran parte de nuestro pueblo haya dejado de creer que a través del voto se pueda cambiar algo. Frases como “pobres hubo siempre”, “roban pero hacen” o “todos los políticos son iguales” parecen la muletilla perfecta para dejar a merced de los cipayos de la patria el destino de nuestras vidas y la de nuestra posteridad. Ya no se cree en los políticos. Lo grave y preocupante de es que se deje de creer en la democracia, en su concepción más genuina.
El pueblo es parte constitutiva de la democracia. Podrá existir pueblo sin democracia pero no habrá nunca democracia sin pueblo. Hablamos de un pueblo con plena participación. Tomando parte en las decisiones, en el diseño y los beneficios de las políticas públicas. Donde no sea convocado para aplaudir las medidas que toma un grupo de dirigentes corruptos, devenidos millonarios, en nombre y representación del pueblo, pero en perjuicio del pueblo.
Votar cada dos años es apenas cumplir con el cronograma electoral. Sin la participación real del pueblo, el voto se transforma en apenas la firma de un cheque en blanco. Eduardo Galeano diría “si el voto sirviera para algo ya lo hubieran prohibido”. Si todavía siguen leyendo, muchos de ustedes se sentirán identificados con las palabras del escritor Uruguayo, y con sobrados fundamentos. Para eso el poder ha trabajado duro y no le fue tan mal.
Parafraseando al propio Galeano ahí les va una de sus historias. Una vez un periodista le preguntó – Don Eduardo, ¿de dónde saca esas historias que cuenta usted? -Escucho al pueblo, contestó. Hace poco, en un restaurante importante, pasaba cerca de la cocina y escuché al cocinero hablarle a los animalitos que tenía para cocinar. -Los he reunido en asamblea porque me gustaría saber con qué salsa quieren ser comidos. Habían pollos, gallinas, cerditos, faisanes, patos y conejos. Todos se miraron entre sí, asustados. Una gallina se animó, pidió la palabra y tímidamente dijo – yo no quiero ser comida. El cocinero entonces llamó al orden rápidamente y dijo: – ¡no!, eso no está en cuestión. Parece que por estos confines de la tierra la democracia se ha convertido en el triste evento de elegir con qué salsa queremos ser comidos. O acaso Scioli, Macri o Massa auguran el bienestar del porvenir.
Pensemos que en un día de elecciones, millones de personas estamos haciendo lo mismo. De aquí para allá, como en una gran asamblea, para elegir a quienes gobernarán. Para muchos una fiesta, una alegría. Para muchos más una carga, una pérdida de tiempo. Pensemos que además varios de los candidatos, montados en sus aparatos millonarios de ganar elecciones defraudan la voluntad del pueblo robando votos a quienes no alcanzaron a poner fiscales en todas las mesas. ¿Quién puede garantizar que quienes llegan a ser gobierno violando la voluntad popular pueden ser honestos en la gestión? Con el agravante de que ya han demostrado su incapacidad para gobernar.
Nuestro país tiene todo para proveernos de lo necesario para ser felices, empezando por la tierra y el trabajo. Justo lo que los gobiernos de las últimas décadas nos han robado y entregado a intereses foráneos. Desde el Rodrigazo para acá. Se torna imperiosa cierta intervención del pueblo. Una esperanzada y consciente intervención del pueblo.
No hay muchas salidas posibles. La principal se llama política. Ellos tienen casi todo. Las armas, el dinero, los medios de comunicación, las leyes, el Estado. Diría Germán Abdala que lo único que nos queda a los pobres es la política. Hay que recuperarla y con ella recuperar el Estado, que es la herramienta del pueblo que hoy está en las manos equivocadas. Sin ella, la institucionalidad está en nuestra contra. Hay que cambiarla en favor de los intereses del pueblo, para el buen vivir de todos y todas.
No hay partidos políticos a la medida de cada ciudadano. En todos lados “están los que me gustan y los que no”. Pero sin involucrarse no es posible la transformación. Debemos asumir una responsabilidad compartida. Un compromiso con la historia, con el futuro, con nuestros hijos. Si cometemos algún error que sea intentando, con la acción y no con el desinterés. Es posible, es urgente y es absolutamente necesario.
El viernes pasado, en Ferro, rodeado de más de 5000 compañeros y compañeras, en la apertura del 1er Congreso Nacional del Frente Popular, con la proclama de su pre-candidatura a Presidente de la Nación, Victor De Gennaro cerraba su alocución diciéndonos una frase de Arturo Jauretche: «Hasta que un día el paisano acabe con este infierno, y haciendo suyo el gobierno, con solo esta ley se rija: o es pa’ todos la cobija, o es pa’ todos el invierno».
Es el tiempo de hacerlo realidad. Solo el pueblo salvará al pueblo. No hay que delegar más. Construir con esperanza, perseverancia y compromiso la alternativa que enfrente a la mentira y el engaño. Porque como nos enseñara Gabriel García Márquez “frente a la opresión, el saqueo y el abandono, nuestra respuesta es la vida, una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra». En esa construcción todos somos necesarios.
Villa Fiorito, 26 de Mayo de 2015.