OPINIÓN
Por Eduardo Balán*
Mucho se habló en estos días acerca de la maestría de nuestras dirigencias partidarias en su habilidad para operar sobre los escenarios electorales; Cristina Kirchner acercándose “al centro” en su presentación de Alberto Fernández como candidato a presidente y Mauricio Macri tendiendo un puente al PJ en la figura de Miguel Angel Pichetto. Flexibilidad, audacia, visión de largo plazo, dijeron los analistas. Y lo que se dijo es, en gran medida, cierto.
Ambas iniciativas, por supuesto, no fueron sino respuestas al juego de otros actores. Todo movimiento político en estos días constituye también una señal hacia el “establishment”, en clave de confiabilidad, certeza y previsibilidad y ésa es, sin duda una de las caras de la moneda. Las fuerzas políticas competentes muestran sus garantías.
Sin embargo, esta realidad no debiera impedirnos ver otra dimensión del escenario, quizás muy esperanzadora. Podría analizarse la profundidad de las “estrategias” de un tercer actor que intervino en la escena; uno que, a base de una persistencia cotidiana y masiva en la resistencia al modelo imperante, se mantuvo movilizado y activo en todo el país desde principios del 2016, con una dosis sobrehumana de paciencia y respeto a la institucionalidad y una iniciativa comunicacional y cultural permanente. Uno que, ya sea en el debate del modelo productivo, la pobreza y el desempleo o en las cuestiones de género o relativas a la legalización del aborto, se ocupó de demostrar que no va a ceder el control de su destino, en la calle, en las conversaciones y en los ritos colectivos cotidianos. Siempre desbordando todas las previsiones posibles y los mecanismos formales establecidos, en nuestro país la comunidad popular sacude diariamente el tablero del debate sobre la sociedad que queremos.
Nuestro Pueblo ha vuelto a poner en crisis las recetas modeladas por la institucionalidad política imperante. No pasaron ocho años (2011) desde que, con un porcentaje de votos abrumador (más del 70%), respaldó a nuestras “centro izquierdas”, expresadas en el kirchnerismo y en la segunda fuerza triunfante en esas elecciones, el FAP. ¿Cómo se procesó ese respaldo desde nuestras dirigencias “progresistas”? Es complejo, pero lo que haya sido no resultó bien. Con mucho dolor tuvimos que ser testigos de que, en un hecho inédito en nuestra historia, cuatro años después, el mismo Pueblo por primera vez castigaba al progresismo y decidía darle una oportunidad a una “derecha” que se presentaba como ciudadana, participativa y democrática (el PRO).
Todo parece indicar que la chance de nuestra derecha vernácula “modernizada” y sus apoyos mediáticos va a durar muy poco. Apenas una gestión. Clases medias, sectores populares, comerciantes, pequeños empresarios o trabajadores…pareciera que la mayoría está enfocando en la necesidad de mandar esta gente a casa, volver a mover el tablero, barajar y dar de nuevo. Pero, y acá viene lo interesante, no será sin transformaciones muy poderosas.
En este 2019, la práctica de nuestro Pueblo está poniendo a las representaciones partidarias contra las cuerdas; en primer lugar al macrismo, forzándolo a retirar del escenario público a su elenco de amables CEOs y a revelarse (contra su voluntad encubridora) en su esencia depredadora y antipopular. La incorporación de Pichetto representa así la evidencia del único valor que el oficialismo necesita de la llamada “Democracia”: El aval político para el saqueo y la represión que decretan para nosotros desde las usinas mas poderosas del Capitalismo global.
Pero no sólo el gobierno fue obligado a mostrar su juego. El Pueblo condujo a la necesidad del “auto-debate” del kirchnerismo, que debió (y deberá) reformularse en una perspectiva de humildad que recupere la iniciativa y la frescura de su mejor momento pero sin sobreactuar una identidad que efectivamente ahora será múltiple y estará en construcción durante los próximos años, en un proceso desafiante y complejo. Los que no entiendan este matiz, podrían arruinar muchas cosas en la etapa que se abre. La encrucijada es muy honda y nadie está a salvo en el ejercicio de revisar sus prácticas.
Si en las próximas elecciones nacionales gana el oficialismo, entiendo que significará que nuestro Pueblo no cree, por ahora, en alternativas por fuera del capitalismo clásico de nuestros poderes dominantes vernáculos. Sería una dolorosa constatación de una generalizada pérdida de fe en nosotros mismos, Pueblo y militancia. Puede suceder.
Pero si no es así, si a pesar de la andanada mediática, las amenazas y las extorsiones nacionales e internacionales, la terrible situación de pobreza y abandono, de la precariedad de todo lo público y lo estatal, del deterioro de la Salud y la Educación…si a pesar de todo eso y del miedo instalado el Pueblo vuelve a darle su energía a una propuesta nacional y popular, entonces estaremos en presencia de una oportunidad histórica, una victoria sobre nosotros mismos, un reflujo de fuerzas que van a volver a iluminar las preguntas que tenemos que respondernos entre todos y todas acerca de nuestro futuro, aquí y en Latinoamérica.
Porque el Pueblo también nos puso en crisis a nosotros y nosotras, a la militancia nacional y popular. Mucho antes de que pudiéramos procesar una reflexión integral acerca de nuestras anteriores experiencias de gobierno estaremos, por su maravillosa voluntad, nuevamente a cargo de responsabilidades. ¿Será con aprendizajes o dudas honestamente asumidos? Ojalá que sí.
Será entonces el momento de que sin impostar las certezas que no tenemos, pero con una fe renovada en lo colectivo, nos arriesguemos a explorar con nuestro Pueblo otra Democracia, otra Economía y otra Cultura para la Argentina en un camino que ponga las bases de otro país posible.
*Secretario de Cultura de Unidad Popular