El 11 de agosto el pueblo Argentino protagonizó un acontecimiento político que desestructuró la lógica con la que venía funcionando el sistema institucional. Pasando por encima de la ficción construida por los medios hegemónicos, el marketing duranbarbista y superando con creces la oferta del sistema político dominante, el pueblo fue capaz de repudiar y dar por concluida la gestión macrista, al tiempo que le puso alta la vara de la exigencia al próximo gobierno. Se repudió a Macri y a las políticas que Él representa.
Se desmoronó así, por un momento, el intento de la geopolítica Norteamericana, sostenido por el FMI, de profundizar la ofensiva conservadora en la región de la mano de la reelección de Macri, y la articulación con la experiencia de Bolsonaro en Brasil, Piñera en Chile y Duque en Colombia. El límite impuesto en la Argentina al avance conservador insufló fuerza al viento fresco del México de López Obrador y fortaleció las perspectivas de Evo Morales en Bolivia y el Frente Amplio en Uruguay. Los votos dejaron su huella y abrieron un tiempo de posibilidades que desafían la capacidad de creación política de las múltiples organizaciones populares que en los últimos cuatro años resistieron el vendaval devastador del macrismo.
Fue tal la conmoción que inmediatamente comenzó la respuesta, la reacción. Escarmentar al pueblo y condicionar al futuro gobierno fueron las tendencias que caracterizaron la coyuntura Argentina desde el 11 de agosto hasta hoy. Al día siguiente de la elección, el Banco Central de la República Argentina, teniendo todas las posibilidades para evitarlo permitió pasivamente que el dólar escalara de $46 a $65. Recién a las dieciséis horas intervino vendiendo menos de la mitad de los dólares que el FMI le había autorizado para bajarlo a $58. La pasividad BCRA expresó la decisión de escarmentar a un pueblo que había votado lo que no debía. El inesperado resultado desbordó a un Macri enfurecido que en su primera conferencia de prensa recuperó lo hecho por el Banco Central para decirle a la sociedad que si ese era el voto, el futuro del país era el abismo.
Fiel al autoritarismo del poder, negó los votos y la democracia, catalogó a las PASO como una simple encuesta y amenazó con un mayor escarmiento si el pueblo repetía lo que ya había sentenciado y él no quería asumir: “se tenía que ir”.
El escarmiento era claro. Al hacer subir el dólar, subían los precios, las tasas de interés, caía el poder adquisitivo de la mayor parte de la población, se profundiza la recesión y todo termina en menor empleo más hambre y más pobreza. Las medidas de supuesto “alivio” adoptadas a posteriori corrieron por detrás de los hechos que en la práctica están impactando en los precios presagiando un aumento del 10 % para los meses de agosto y septiembre. La respuesta fue clara, frente al voto inesperado, la decisión fue mostrar un horizonte de mayor sufrimiento social.
Por si algo no había quedado pago la cesación de pagos planteada por el gobierno la semana pasada, en un contexto de absoluta debilidad política y sin ningún control sobre el mercado cambiario y movimiento de capitales, repitió y profundizó la estrategia del lunes 12. Era obvio que el resultado de patear los vencimientos iba a tener como respuesta mayor presión e inestabilidad cambiaria, mayor salida de divisas y por lo tanto dilapidación de las limitadas reservas que le quedan al país. Quemar reservas y patear los vencimientos para el próximo gobierno abrieron el juego de la segunda línea de acción que el macrismo encaró luego del cimbronazo del 11 de agosto: “condicionar al próximo gobierno”.
En directa articulación con los voceros del establishment local e internacional, y en sociedad con el FMI pusieron en marcha la estrategia de entrampar al próximo gobierno. Si Macri finaliza hay que ir sobre el Frente de Todos. Por eso pudo escucharse en palabras del economista Guillermo Calvo frases tales como: “puede ser una buena opción el triunfo del populismo, ya que este tiene más espaldas políticas para llevar adelante el ajuste”. A Macri le faltó poder político para hacer lo que hay que hacer y que, a juicio del establishment es siempre lo mismo. En esa misma dirección se inscribe la misión política del FMI que intentó con su visita a la Argentina involucrar al candidato más votado (no lo logró) en los términos que contiene el acuerdo en curso de dicho organismo con el actual gobierno. Es decir, pretendían que Alberto Fernández firmara su compromiso con la reforma laboral, previsional, la reforma tributaria y fiscal, etc. Es decir, pretendían expropiarle la conducción de la política económica al próximo gobierno. Que Alberto Fernández sea un segundo Menem, desconociendo el mandato popular y frustrando las expectativas de la sociedad, es el objetivo del establishment local e internacional.
Los últimos días de la semana pasada todo parecía irse al demonio, como resultado deliberado de declarar la cesación de pagos sin control alguno. El domingo 1 y lunes 2 aparecieron normas regulatorias dirigidas a obligar a los exportadores a liquidar los dólares resultantes de sus ventas y a limitar las transferencias al exterior. Las medidas que debieron haber estado desde un comienzo aparecen al final. En el trayecto lo que se impone es el daño social sobre una sociedad ya golpeada. En sus cuatro años Macri logró que dos millones y medio de personas que integraban los sectores medios se desplomaran a situaciones de hambre, pobreza y vulnerabilidad. Antes del 11 de agosto el 58% de la población se encontraba en situación de riesgo y vulnerabilidad social.
Es vital entender que todo el daño desplegado desde el 11 de agosto podría no haber ocurrido. Que el terror económico y financiero fue resultado de una decisión estatal. Más aún es inentendible que en la Argentina de la recesión brutal del último año y medio, que vía la caída espectacular de las importaciones logró un saldo comercial de más de U$13 mil millones y transformó en positiva su cuenta corriente, no haya dólares disponibles y se termine en default. Es el resultado deliberado de permitir que los exportadores dejen los dólares en el exterior en el marco de la mejor cosecha de los últimos 10 años y de garantizar con la política del Banco Central y la complicidad del FMI, que el capital financiero internacional y los capitales dominantes a nivel local fugaran dólares a lo pavote.
Ahora llegaron las regulaciones. Pero no llegan de la mano del poder político que emana de la confianza de la sociedad. Llegan en la más absoluta soledad de un gobierno terminado. Por lo tanto, son controles débiles que solo se sostendrán si quienes durante el último año y medio impulsaron la campaña electoral de este gobierno deciden seguir apoyándolo. Si Trump y el FMI hacen un gesto de respaldo a las últimas medidas, la liquidación de divisas de los exportadores puede permitir contener la situación siempre y cuando el deterioro social inducido no plantee la necesidad de acelerar los tiempos. Si el gesto no existe y los exportadores no liquidan, seguramente habrá que vivir la transición hacia el nuevo gobierno en otros términos.
Claudio Lozano
Dirigente de Unidad Popular
Coordinador del Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas