Por Eduardo Balán*
Una mirada rápida sobre la crisis que estamos atravesando en la Argentina y sus posibles derivaciones parece mostrar una moneda que está en el aire, sin que se sepa aún de qué lado va a caer. La pandemia y la rápida reacción del Gobierno en relación a salvaguardar las vidas de la población antes que a los negocios privados generaron un “parate” que desesperó a nuestra derecha vernácula.
El virus ya había puesto en evidencia en todo el mundo algo muy simple: Que el capitalismo cruje cuando los vínculos entre las personas se resienten. Y las respuestas globales y nacionales a la pandemia mostraron otra verdad grande como una casa: Que lo que finalmente nos salva es lo colaborativo, lo comunitario y lo público, mientras las grandes espadas del sistema económico actual (grandes bancos, conglomerados económicos, mega estructuras financieras privadas) se revelaron como impotentes para salvar a nadie.
La angustia del Capital entonces se tornó violenta; el espectáculo cotidiano de los comentaristas de los sectores empresarios en los medios muestra una virulencia propia de los psicópatas acorralados. Pero su brutalidad no les quita eficacia; la sinrazón también tiene poder de daño, no es inocua y es capaz de destruirlo todo. La encrucijada empieza a delinearse con nitidez. Primero: ¿Cómo resolver con solidez las urgencias de nuestro Pueblo? Y en segundo lugar, ¿sobre qué carriles vamos a edificar la reconstrucción de la economía argentina y de nuestra vida ciudadana? ¿Cuáles nos ofrecen una perspectiva más sustentable e integral para resolver los problemas alimentarios, sanitarios, educativos y laborales de nuestro Pueblo?
Y, avanzando en esa reflexión y acción que atraviesa hoy la incertidumbre de todos y todas en lo cotidiano. ¿Qué cambios culturales nos exige la nueva etapa y cómo se expresan en la cotidianeidad de lo comunitario? ¿Será ésta una discusión que sólo se dará en los paneles televisivos y en las estadísticas de las redes sociales, o cobrará alguna importancia la acción territorializada de grupos y colectivos?
Estas preguntas deberían ser la agenda de debate y acción del espacio electoral que se hizo cargo de gestionar la esperanza de una gran mayoría del Pueblo hace pocos meses, a saber, el Frente de Todos. Nos referimos al espacio político que debería nutrir e interpelar a la acción de Gobierno en esta pulseada. En sus filas están, por ejemplo, gran parte de los movimientos y organizaciones que generaron enormes transformaciones en el plano de la Cultura y la Comunicación Comunitaria. Desde los colectivos que formaron la Coalición por los 21 puntos de la Radiodifusión Democrática, que dieron origen a nuestra Ley Nacional de Servicios de Comunicación Audiovisual, pasando por los que dieron forma al notable trabajo del Instituto Nacional de la Música o los que, merced a años de movilización y lucha, lograron que exista (y crezca) en nuestro país un Programa que apoye a las experiencias de Cultura Viva Comunitaria, como es el de Puntos de Cultura, entre tantas otras iniciativas ligadas al Teatro, las Bibliotecas Populares, los Centros Culturales, los ballets folclóricos, etc.
Necesitamos implementar, con cierta urgencia, una generosa campaña pública, de base territorial, conversadora, que permita al conjunto de la ciudadanía transitar la definición del futuro a distancia de los puteríos fogoneados desde los grandes medios, y al calor de la acción comunitaria. Un diálogo que nos ayude a encarar el futuro con esperanza; las organizaciones y experiencias en capacidad de hacerlo estamos aquí, pero necesitamos trazar una reflexión de conjunto, y en eso el Frente de Todos, si logra convertirse en un espacio político colectivo, es un ámbito necesario y urgente de enorme potencialidad organizadora, a nivel nacional, provincial y municipal.
No se trata solo de recuperar la capacidad de trabajo de “nuestro sector cultural” como artistas o trabajadores de “la cultura”, sino de prepararnos para involucrarnos activamente en la construcción de otro modelo de desarrollo en la Argentina. Necesitamos construir ese mapa de las luchadoras y luchadores contra el Hambre que efectivamente habitan nuestros barrios desde hace años; precisamos generar la base “anímica” popular de ese Salario Universal que nos puede permitir salir bien parados de esta cuarentena, y afirmar la necesidad imperiosa de un impuesto a las grandes fortunas y una suspensión del pago de la deuda externa hasta que se valoren con precisión los alcances de la estafa macrista.
Son debates que pueden dotar de una enorme energía a nuestras comunidades y también a la gestión gubernamental, que debe comprender que no es con la proliferación de pequeños programas bien intencionados que puede navegarse esta coyuntura, sino con la creación de una épica, de una epopeya ciudadana, popular y participativa en función de objetivos esperanzadores.
Ahí está el Manifiesto por la Soberanía, el Trabajo y la Producción que generaron importantes representaciones sociales, el Plan San Martín aportado por otros colectivos, y ese enorme desafío que puede ser la Ley de la Marcha al Campo, con la perspectiva que otros balbuceábamos el año pasado con la bandera de “Mil Pueblos Jóvenes” como horizonte posible para adolescentes y jóvenes de nuestro conurbano bonaerense, acompañado por obra pública, educación y tecnología.
Las organizaciones de Cultura Comunitaria en nuestro país, que son más de 25 mil, pueden desparramar un riquísimo debate federal y comunitario, pero será apenas testimonial si no se nutre de una discusión política integral, cuyo ámbito debe ser el Frente de Todos. Nuestro presidente ya hizo un enorme aporte a esta perspectiva en estos meses, que fue poner de entrada sobre la mesa la vergüenza del Hambre en la Argentina y semanas después defender la Vida del Pueblo frente a los negocios de quienes querían entregarnos.
Para lo que sigue, no va a alcanzar la visión de uno o tres dirigentes; es necesario desatar una campaña pública de diálogo popular sobre el futuro, mientras resolvemos las urgencias insoslayables de hoy.
*Secretario de Cultura del Instrumento Electoral por la Unidad Popular