Nos convoca un nuevo aniversario de la rebelión popular del año 2001. Semejante acontecimiento no se puede analizar sin mirar las realidades sociales acumuladas de años de menemismo y de promesas incumplidas del “gobierno” que llevó a Fernando De La Rúa a la presidencia de la Nación.
Recordamos con el afán que la memoria nos exige una de las rebeliones más apasionantes. La que nos abrió con dolor de pueblo las puertas a la disputa que sigue empeñada en que la democracia sea sólo un concepto meramente formal y sin expectativas de vida. Algo que magníficamente Pino Solanas definió en su relato fílmico “La dignidad de los nadies”.
Hay un antecedente a la rebelión que da cuenta de la necesidad de democratizar que existía en el seno del pueblo. “El sueño colectivo inconcluso. Crónicas del Frente Nacional contra la Pobreza”, fue el título del libro de Carlos del Frade que retoma aquella experiencia de “la lucha por la igualdad y la riqueza”. El FRENAPO, con una consulta no vinculante, convocó a días del estallido social del 19 y 20 de diciembre a más de 3 millones de argentinas y argentinos que votaron por un seguro de Empleo y Formación, Asignación Universal para cada hija o hijo de hasta 18 años y para los mayores de 65 años que no perciban jubilación ni pensión. Una experiencia de democracia directa que desde las organizaciones convocantes, entre ellas la Central de Trabajadores de la Argentina, cuestionaban el sistema de representación política vigente.
No hay dudas de que este libro sobre cómo llegamos al FRENAPO habla de cómo las organizaciones populares se fueron posicionando ante cada proceso electoral. Aquí es bueno recordar que cada vez que elegimos a alguien para que nos represente, la premisa constitucional “el pueblo no delibera ni gobierna sino a través de sus representantes” es contradictoria con el precepto del bienestar general. La historia política de nuestro país lo evidencia a cada paso.
Uno de los interrogantes que creemos sigue sin resolverse desde la caída de la dictadura cívico militar se relaciona con el potente axioma de que con la democracia se come, se educa y se cura. Sin embargo, todavía sigue siendo sólo una promesa, que parece cada vez más lejana luego de cada crisis, y más desde el 2001 hasta nuestros días.
En todo este transcurrir, no podemos soslayar que con 19 elecciones (locales, provinciales y nacionales) desde la recuperación de la democracia, los mecanismos vinculantes que la Constitución Nacional prevé como iniciativa popular o consulta popular (artículos 39 y 40) son mera retórica jurídica, salvo excepciones.
Un intento elocuente de querer ampliar la participación en esta democracia peculiar argentina fue la acción “Un millón de firmas por el 82% móvil” que se desarrolló en 2014 con el afán de no perder el origen solidario del sistema de reparto, que recién en el año 2008 pudo ser recuperado en manos del Estado. Una muestra de constante resistencia y de decisión política que afianza vínculos entre electores y el sistema de representación, que mucho podría haber evitado en cuanto a pérdida de derechos si el mecanismo de consulta hubiese prosperado.
En todos los casos, el problema sigue siendo lo alejado que está el sistema de representación en relación a los ciudadanos y las ciudadanas y sus necesidades. El desafío y la posible solución será construir apropiándonos de los espacios públicos, de los resquicios de la democracia representativa que tenemos, para volverla cada día más participativa y popular.
El pasado político no es solo testimonial, lleva impresas las huellas de las frustraciones de todo un pueblo, que nos enseñan a seguir buscando una salida colectiva que nos glorifique y que nos permita sentirnos un poco más soberanos cada día.