Por Daniel Escotorin*
¿Qué papel juegan los mitos y símbolos en esta etapa donde la fragmentación y los horizontes políticos inciertos diluyen la potencialidad transformadora popular?
Nuestro continente se convirtió en un complejo tablero, un escenario o campo de disputa entre modelos económicos y sociales que en algunos casos son antagónicos, en otros son variaciones con matices marcados pero dentro del mismo plano estructural. Asistimos a una lucha que con sus avances y retrocesos, victorias y derrotas de un lado y del otro ningún sector, grupo o modelo logra asentarse y consolidar un proyecto hegemónico, así Argentina, Chile, Brasil; Bolivia es una excepción donde un golpe de estado quebró el proceso de cambio para, movilización y resistencia mediante, restaurar la democracia y el gobierno popular.
El dilema “reforma o restauración” atraviesa la política y sus desafíos de punta a punta en el cono sur ¿Cuáles son sus componentes? ¿Qué elementos políticos por fuera de lo instituido juegan en el entramado de fuerzas comunes y cuales particulares tiene esta etapa en la región y en algunos de sus países?
Argentina
Es un ejemplo notable de lo que denominamos un “equilibrio (o empate) inestable”; después de la crisis del 2001 cuando estalló el modelo neoliberal, sus representantes locales se retiraron a un expectable segundo plano mientras que la década siguiente fue ocupada por un intento de modelo que combinaba el neodesarrollismo, un Estado interventor sin las pretensiones del Estado de Bienestar del primer peronismo y bajo estructura neoliberal. “El neodesarrollismo propone mayor intervención estatal, políticas económicas heterodoxas, retomar la industrialización, reducir la brecha tecnológica e imitar al Sudeste Asiático. A diferencia del desarrollismo clásico promueve alianzas con el agro-negocio, relativiza el deterioro de los términos de intercambio, se aleja del enfoque centro-periferia y prioriza el manejo del tipo de cambio” (Katz). Las políticas sociales de beneficio a los sectores populares se implementaron bajo la denominación de “políticas de inclusión”, clara definición de las prioridades ante los efectos del neoliberalismo que expulsó a millones de trabajadores y sus familias del espacio de los derechos y beneficios del sistema. Este modelo con un Estado asistencialista a través de subsidios a la población desocupada fomentó el desarrollo de nuevas organizaciones y movimientos que asentados en los barrios populares captaron a esta franja social. Un modelo subsidiario, donde el Estado delegó la administración de esos recursos en organizaciones políticas que construyeron sus bases territoriales sobre la base una población cautiva y que les permitió contar con una formidable capacidad de movilización y presión.
En lo que respecta a la intervención política directa (partidos, representación) sus capacidades son más limitadas y escasas aunque con la llegada del Frente de Todos al gobierno accedieron a ciertos cargos de relativa importancia. El frente gobernante está liderado por el PJ, partido integrado al modelo con características reformistas pero que para esta etapa del neoliberalismo no modifican sustancialmente los pilares económicos y el resto de las fuerzas, partidos y movimientos carecen del suficiente volumen político como para direccionar el gobierno y generar una salida del neoliberalismo.
El peronismo juega a esta altura más como figura histórica y mito social que como proyecto político y menos aún económico; es un condensador del malestar popular frente a la sostenida incapacidad de las clases dominantes de construir una sociedad con menos desigualdad y exclusión. El mito y la iconografía consecuente (fraseología, fechas, imágenes) disimulan con creces las limitaciones de un espacio que hace realidad la frase de Perón “no es que seamos buenos, ellos son peores”. La jerarquía histórica del peronismo oculta su agotamiento y su inviabilidad política, excepto como componente del sistema en la alternancia democrática liberal representativa. Entendamos, no es el peronismo en sí, sino el estado de fuerzas de las clases subalternas, sus representaciones y construcciones que no logran alcanzar aun un nivel de consistencia en sus organizaciones, dirigencia y su composición ideológica que pueda disputar una nueva hegemonía y predominio social, entonces el peronismo se convierte en esa fuente del eterno retorno donde el pueblo deposita expectativas y esperanzas, un mito tan potente que distorsiona la imagen real del presente pero que a la vez se convierte en una bandera que permite no solo la identificación de adherentes sino y principalmente traza una línea tangible que demarca el espacio antagonista. Por oposición, en una mezcla de realidad y mito, presente y pasado, fracciones de la pequeña burguesía y las clases altas con acendrado odio de clase confunden y mezclan peronismo con chavismo, socialismo, comunismo y populismo. Esa identificación por oposición es un fuerte aglutinador social y su efecto coherentemente es la cohesión mayoritaria de las clases populares en perspectiva defensiva.
Nos encontramos entonces en esta etapa de equilibrio inestable: el proyecto económico social de las clases dominantes tocó un límite y tiene mucha dificultad en sostenerse y prolongarse en tanto es altamente regresivo y excluyente, sin espacios para consensos por fuera de los grupos concentrados y los sectores sociales identificados con valores y discursos básicos enunciados por aquellos. Pero en el campo popular, la situación es igualmente limitada; las apelaciones desde un amplio sector identificado con un peronismo mítico y extemporáneo al retorno del Estado de Bienestar, del Estado benefactor o incluso una reivindicación del keynesianismo aportan más confusión e incomprensión de las características del capitalismo global actual, al que pretenden ¿combatir, limitar o condicionar? Y que en el imaginario de cierta militancia se representa la quintaesencia del anticapitalismo. En términos reales, el gobierno actual aplica reformas mínimas que no alteran los pilares tales como el predominio del sector financiero cuyos brazos se extienden a las inversiones en el agro, el extractivismo sojero y de recursos primarios energéticos (gas y petróleo). En tanto la dinámica de la lucha de clases, de desarrollo político ideológico por tanto organizativo de las clases subalternas en sus diversas fracciones no proponga un horizonte mayor, más amplio y profundo la disputa alrededor de la alternancia democrática será el cielo (raso) de las aspiraciones mayoritarias.
Nuestros vecinos
A modo de somero análisis comparativo con países de la región observamos ese equilibrio inestable pero con un proceso mucho más conflictivo en términos de disputa y de cambios en las relaciones de fuerza. Chile es un ejemplo claro de esta alternancia democrática donde en teoría se enfrentaban dos modelos opuestos, así desde la recuperación democrática en 1990 el polo de centroizquierda gobernó la mayor parte de la etapa democrática garantizando la continuidad del sistema en sus bases fundamentales sentadas por la dictadura de Pinochet. Las otrora fuerzas de izquierda como el Partido Socialista de Salvador Allende tomaron un derrotero que los puso en el centro del esquema político con tres gestiones presidenciales (Lagos y Bachelet x 2) contribuyendo a este proceso que marginó a millones de chilenos y generó una de las sociedades más desiguales del continente. La característica esencial fue la fragmentación del movimiento popular y la ruptura con los partidos políticos por lo que los nuevos actores sociales ganaron relevancia por el grado de movilización sostenida: mapuches, estudiantes secundarios y universitarios, docentes, movimiento contra la jubilación privada (no + AFP), ambientalistas, mujeres. El estallido del 18 de octubre desbordó a todos por igual en uno de los fenómenos políticos y sociales más importantes del siglo XXI del continente y abrió una crisis de dominación que acorraló al orden político y obligó a armar una agenda de cambio constitucional. No obstante al interior del movimiento popular prevalece la división y la ausencia de fuerzas representativas con capacidad de imprimir una dirección e identidad homogénea y mayoritaria: el Frente Amplio (centro izquierda), el Partido Comunista (izquierda pero parte de una coalición junto a los socialistas y la DC) y el propio PS se disputan esa enorme masa movilizada y crítica, mientras ésta observa, busca, construye espacios diversos para canalizar esta etapa.
Hay señales que marcan que hay cimientos de una nueva entidad social basadas en la recuperación de símbolos cuya trascendencia histórica reaparecen como reivindicación de luchas anteriores y persistentes, de proyectos que las clases dominantes pretendieron anular por la fuerza y el terror: en las calles donde cientos de miles de chilenos y chilenas desafían el viejo orden neoliberal la tradicional bandera nacional comparte y se abraza con la bandera mapuche, junto a la imagen de Salvador Allende y las canciones de Víctor Jara, ambos actores del último gran intento de cambio social. Estos adquieren una carga ideológica vinculada a un pasado ideal y trunco, un pasado mítico que se proyecta al futuro con elementos simbólicos como la igualdad y la solidaridad; entre medio, los factores políticos tradicionales limitados o carentes de propuestas alternativas buscan recomponerse y restablecer el sistema de dominación. Chile fue cuna y ejemplo del neoliberalismo y su implosión abrupta sorprendió a todos por igual, por lo que pensar lo que viene es un imperativo del conjunto de las clases subalternas para el próximo bienio como resguardo ante el intento restaurador o de reformas superficiales que no sería otra cosa que más de lo mismo.
¿Es Bolivia hoy el modelo ideal de la izquierda latinoamericana? ¿Es el horizonte deseable o es el techo o posible del cambio social? Los avatares del movimiento popular boliviano expresan la riqueza y profundidad de su trayectoria: organización, experiencia, autoconciencia. El golpe de Estado de noviembre del 2019 mostró el nivel de organización, conciencia y acción en la ofensiva como en la resistencia; fue una reacción en diversos frentes que no necesariamente incluyeron la defensa de Evo Morales, sí defender conquistas, enfrentar la represión y un dato no menor, la reacción frente a la acción del gobierno de ultrajar la “whipala” que desencadenó manifestaciones callejeras con más represión. Este símbolo de identidad recuperado de las culturas prehispánicas es hoy un emblema de identidad de los sectores populares mayoritariamente del sector andino y del altiplano que engloba su historia, su etnia y el presente como proyecto reivindicativo e igualitario. Se condensa manera virtuosa la memoria y los mitos devenidos en identidad política, social; formas propias de organización, gestión, participación y un proyecto político que en el marco del capitalismo actual expresa su riqueza como sus límites (Buen Vivir).
La diversidad de reacciones y los debates presentes marcan la fortaleza de las organizaciones populares: la COB, mineros, cocaleros, docentes, territoriales, etc., que son puntales de las luchas sociales y también de las políticas electorales, de hecho varias de ellas participan del Movimiento al Socialismo – Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (MAS-IPSP) que llevó al gobierno a Evo Morales en la década pasada y ahora a la dupla Luis Arce – David Choquehuanca.
Esta etapa histórica, donde las utopías pos capitalistas están difusas, en construcción permanente, se nutre de diversos componentes que anteceden a lo estrictamente político; lo ideológico se nutre de factores multicausales que provienen de las experiencias y vivencias plebeyas desde lo ancestral hasta las historias recientes de luchas, protagonismo y poder popular. En ese sentido los mitos y la memoria se revitalizan y toman una nueva potencia, son raíces de un tronco que busca su robustez.
*Historiador. Presidente de Unidad Popular (UP) Salta