Por Leticia Quagliaro
En este contexto de pandemia global se ha demostrado, una vez más, que si los trabajadores y las trabajadoras no se mueven, la riqueza no se genera. La riqueza no funciona sin nosotros y nosotras, quienes proveemos los alimentos, construimos casas, transportamos bienes, curamos y cuidamos personas, investigamos y educamos, brindamos servicios y producimos todo lo que día a día la humanidad necesita.
Los trabajos invisibilizados, informalizados y precarizados son a fin de cuentas los que nos sostienen para vivir.
La pandemia evidenció en este sentido la necesidad de reconocimiento de las tareas de cuidado y de quienes la realizan. Actividades que estuvieron y están construidas culturalmente a cargo de mujeres, y que son esenciales pero están invisibilizadas. Ancladas en las paredes del ámbito privado, y siendo las que más carga horaria conllevan.
Es esta entonces una excelente oportunidad para reflexionar sobre los retrocesos, los avances, la disparidad de oportunidades, y la brecha de salarios entre mujeres y varones en el mercado laboral.
En la práctica, subsisten un conjunto de desigualdades y violencias que aún hoy nos alejan de la equidad. Somos las mujeres quienes porcentualmente más trabajamos de manera informal, o continuamos encargándonos de tareas de cuidado no remuneradas. Sólo por mencionar algunos de los aspectos que dificultan el pleno acceso femenino al mercado laboral.
Asimismo, existe otro factor que posiciona a las mujeres en una situación de desventaja: la brecha salarial que sigue siendo, en promedio, cerca del 20% en todo el mundo. Hemos avanzado, mediante la Ley de Paridad de Género en Ámbitos de Representación Política, pero en la práctica somos muy pocas. No llegamos al 10%, las mujeres que ostentamos cargos de dirección o de relevancia en los partidos políticos.
En ese sentido, el único camino posible hacia la deseada igualdad está conformado por un inevitable proceso político que exige un importante cambio cultural, con el fin de dejar atrás viejos paradigmas y abrir el paso a una nueva forma de pensar, que entienda que todos por igual somos imprescindibles para la vida. Sabemos que cuando las mujeres avanzan, lo hace la sociedad en su conjunto.
En el marco de esta fecha tan significativa, creemos necesario recordar a dos mujeres que nos marcaron el camino. Una de ellas fue Clara Zentkin, quien ya a principios de 1900 denunciaba: «la mujer no tiene la menor posibilidad de desarrollar su individualidad como mujer, solo lo que la producción capitalista deja caer como migaja».
Finalmente, es imposible no evocar a la entrañable Eva Perón. Aquella que peleó por sus descamisados y que con la ley del voto femenino nos igualó a las mujeres como ciudadanas en esta sociedad que integramos.
Compañeros y compañeras, hoy más que nunca, en este 1ro de Mayo y ante un mundo tan adverso, exclamamos: ¡Sólo el pueblo, salvará al pueblo!