Por Anita Barreto
La feminización de la pobreza es la caracterización que se le da a las consecuencias de las brechas salariales entre mujeres y varones, y al no reconocimiento de nuestro trabajo reproductivo. Es decir tareas domésticas y de cuidados que las mujeres realizamos día a día, además que accedemos a trabajos precarizados y estancados por el techo y paredes de cristal. En el imaginario social asumimos que hay trabajos que son netamente femeninos, que suelen ser los de servicios, es decir, trabajadoras del hogar remuneradas, enfermeras, docentes, etc. Esos trabajos feminizados suelen ser precarios, dando por resultado a nivel mundial que el 70% de las mujeres son pobres.
En estos casos la pregunta sería ¿Podemos medir este trabajo reproductivo? ¿De qué manera? Claro que sí: contando las horas, pensando en el tiempo que llevan estas tareas, a ese tiempo darle el mismo valor que se paga por hora a une trabajadore formal, registrado. Según las estadísticas a nivel regional, las mujeres en Latinoamérica y el Caribe trabajamos en el hogar 5,53 horas promedio (38,72 horas semanales) mientras que los varones dedican 2,62 horas (18,34 semanales). Es decir que las mujeres realizan más del doble de tareas de cuidados y domésticas.
Pongámonos en contexto. Hoy en día estamos atravesando una pandemia a nivel global por el virus COVID-19, donde en los países del mundo implementaron cuarentenas y confinamientos regulados por los Estados. Esto hizo que las personas se vieran obligadas a estar en sus casas. Esta situación amerita hacerse la pregunta, ¿cómo afectó el confinamiento a las mujeres?
Primero se puede observar que hubo un retroceso en las dinámicas de los hogares, una disminución en la igualdad que habíamos conseguido tras años de lucha. En segundo lugar, podemos decir que se refeminizaron los espacios privados y se remasculinizaron los públicos. Además podemos ver la consecuencia de que se han perdido miles de puestos de trabajo tanto formales como informales y esto repercute en que la mujer se ve obligada a bajar sus remuneraciones por tareas y a sumar tareas de cuidados y protección en su propio hogar para evitar los contagios. Esto se agudizó en las familias de menores recursos, ya que suelen tener condiciones de vida deficitarias. En algunas zonas de la región no hay agua corriente, el mínimo cuidado de lavarse las manos no está satisfecho, tampoco hay cloacas. Además desde los gobiernos se pide distanciamiento social, pero ¿cómo hacen las familias que viven hacinadas?
En consonancia les traigo lo que dice Iliana Alvares Escobar en su informe La organización social de los cuidados a la luz del covid-19: “la crisis provocada por el covid – 19 se enmarca en un momento de crisis capitalista, de mercado y del ámbito público. El carácter multidimensional de los cuidados hace que la economía del cuidado, que ya se encontraba en crisis, ahora se vea profundizada. Esto implica la precarización del entorno en que las mujeres cuidan”.
Pensamos en las trabajadoras domésticas remuneradas, muchas perdieron sus trabajos y las que lo mantuvieron se les acrecentaron las tareas, ya que deben ocuparse también de las medidas de bioseguridad y sanitización en sus lugares de trabajo. Algunas perdieron durante meses el contacto con sus familiares ya que para protección de las familias empleadoras no podían movilizarse, en su mayoría lo hacen mediante el transporte público, cortando así el encuentro con sus seres queridos.
Un caso especial se ha dado en la combinación del teletrabajo, las clases virtuales y sus tareas, atención a niñes y adultes mayores, el cuidado de personas enfermas de covid, su aislamiento y protección, y de otras enfermedades. Podemos decir que el tiempo promedio de estas tareas se vio altamente feminizado, como por ejemplo la madre/docente que debe dar sus clases virtuales, observar que sus hijes tomen las suyas, realizar y corregir tareas, limpiar, ordenar, verificar la conexión a internet, higienizar la mercaderías comprada, comprar alcohol, lavandina, desinfectar toda la casa y cuando no le alcanzan las manos son las abuelas, que se consideran personas de riesgo, quienes cargan con estos quehaceres.
Las mujeres además nos vimos confinadas en algunos casos en ambientes inseguros y violentos, obligadas a convivir con quienes nos agreden. Según el observatorio Ahora que si nos ven los femicidios en Argentina durante la ASPO y la DISPO entre el 20 de marzo del 2020 y el 19 del mismo mes del 2021 fueron 288, es decir un femicidio cada 30 horas, el 65% ocurrió en la vivienda de la víctima, porcentaje que se incrementó ya que en el mismo periodo del año anterior se había observado un 60,8%.
Entonces ¿quién cuida a la mujer que cuida? La respuesta la podemos encontrar desde los feminismos que hacemos un llamado a visibilizar las tareas de cuidado, además se pueden generar campañas de difusión desde los Estados, que llamen a hacer estas tareas cooperativas haciendo responsables a todas las personas que viven en un hogar, reconocer estas como un trabajo, profesionalizar e incrementar recursos económicos para las trabajadoras precarizadas, con condiciones laborales dignas, regulación del trabajo con perspectiva de género que garanticen los derechos de les trabajadores. Le exigimos al Estado fortalecer los sistemas de denuncias, medidas económicas para víctimas de violencia y personas en situación de vulnerabilidad. Hay muchas cosas para hacer, tantas para pensar y transformar que es tarea de todas, todos y todes lograr esa necesaria sociedad equitativa e igualitaria que soñamos.