Hace apenas unos días conmemoramos el 1° de mayo, día internacional de los trabajadores y trabajadoras. Nuevamente nos tocó transitar esta fecha tan importante para nuestra historia, en el marco de la emergencia sanitaria, en una pandemia que no da tregua y que se profundiza día a día. Es en este contexto de crisis donde, como nunca antes, se ha puesto de manifiesto la centralidad de la clase obrera para sostener la vida y la sociedad.
En este siglo XXI, donde los distintos derechos alcanzados por el movimiento obrero se ven seriamente amenazados o destruidos, producto de una descomposición del sistema capitalista con una agresividad nunca vista en manos de las multinacionales y los grupos financieros que están dispuestos a arrasar con todo a su camino, intentando doblegar y disciplinar cualquier tipo de oposición a su modelo de explotación de materias primas y recursos naturales. Modelo que se intenta imponer a partir de más flexibilización laboral y pérdida de espacios de trabajo.
Los ataques sistemáticos al movimiento obrero, sus identidades, la estigmatización permanente de las organizaciones de desocupados, intentan cuestionar su legitimidad, pero la importancia de las y los trabajadores nunca ha quedado tan evidente como en este tiempo de pandemia. Principalmente en el 2020, donde la razón de las caídas de las economías de las principales potencias del mundo se debieron al parate de los trabajadores por la cuarentena obligatoria, quedando nuevamente demostrado que los trabajadore/as son los principales generadores de riquezas en las sociedades modernas. No es el poder financiero, ni el poder de los bancos, ni de los grandes empresarios, los que movemos el mundo somos las y los trabajadores, aunque se siga intentando invisibilizar nuestro protagonismo histórico en el desarrollo de la sociedad.
En nuestro país, la instalación cultural de la meritocracia y la posición de algunos sindicatos que sólo intentan ocuparse de derechos corporativos, acentuaron la disociación entre condiciones materiales de existencia y el contexto. La precarización laboral alcanza a 9 millones de trabajadores y trabajadoras, muchos de ellos precarizados por el propio estado y con salarios que no alcanzan a cubrir la canasta básica. Muchos otros sectores de la clase trabajadora, se autogestionaron sus propias fuentes laborales ante la falta de políticas de empleo genuino.
Según los últimos datos del INDEC, la desocupación es dos dígitos, la pobreza alcanzó al 42% de la población, con una inflación acumulada en el primer trimestre del 2021 de casi el 16%, nuestra clase trabajadora se encuentra en una situación de resistencia, en una búsqueda de contención a sus demandas más urgentes.
Hoy la clase trabajadora, vapuleada principalmente por los gobiernos neoliberales, continúa resistiendo los embates del sistema de desigualdad imperante, porque es importante entender las consecuencias sociales que produce la desocupación, y tan profundo es el mar donde tenemos que naufragar que el intento de circunscribirlo al universo estricto de la economía sería, sobre todo insuficiente. Hay lazos que se rompieron a partir de las políticas neoliberales de los 90, hay algo que se rompió en nuestra sociedad y debemos volver a unir, volver a integrar, porque hay un sentido en el ser humano en definirse a partir de lo que hace, es decir, en el trabajo se expresa nuestra primera identidad, nos construimos como sujetos a partir de nuestro oficio. Por eso cuando al pueblo se lo priva del trabajo, lo que se hace es quitarle su identidad primera, ejerciendo una violencia brutal, apartándolo de toda perspectiva de futuro.
Por Fernando Gómez