Por Daniel Escotorin*
Pregunta retórica que nos pone de cara a cuales estrategias plantea el campo popular, las fuerzas progresistas, las izquierdas de Argentina y en parte de nuestra región frente a los desafíos y las propias de las clases dominantes del país y del continente. El dilema viene en relación a la participación del gobierno de Mauricio Macri en el golpe de estado del 2019 en Bolivia contra Evo Morales, colaborando con el envío de material represivo en la gestión de Jeaninne Añez; gesto que indigna, pero no sorprende y de donde se desprende con casi total seguridad la complicidad directa de otros gobiernos afines de la región comenzando claro está, por el de Jair Bolsonaro y otras acciones de estas fuerzas en sus países contra gobiernos que impulsan reformas sociales y económicas.
Hay un punto de partida nodal en estas líneas: la derecha, la ideología conservadora de la clase dirigente es indefectiblemente reaccionaria y antidemocrática. Cuando los modelos progresistas populares entraron en crisis como el caso de Chile con Bachelet, en Ecuador o la propia Argentina algunos analistas pronosticaron el surgimiento de una nueva derecha, más liberal, tolerante y democratizante, pero nada de esto ocurrió y por el contrario vimos en el caso de Argentina que emergió una expresión política propia, como no la tuvo en casi todo un siglo para llegar al poder en el 2015. Todo pronóstico optimista se cayó casi de inmediato cuando mostró su verdadero rostro: más de lo que había sido históricamente: clasista, antiperonista, intolerante y con todo el andamiaje “republicano” a su disposición. Persecución, operaciones político mediáticas judiciales, represión social y leyes antipopulares entre otras acciones que forman parte de sus proyectos restauradores pero principalmente disciplinadores de los movimientos populares.
Entonces no sorprende que funcione una especie de internacional restauradora donde la cooperación y solidaridad política funcione en instancias formales e informales: el Grupo Lima en el primer caso como herramienta de ofensiva destituyente del gobierno venezolano, la gestión de Luis Almagro al frente de la OEA para convalidar toda acción golpista y cuestionar cualquier acto de los gobiernos progresistas y legitimar a través del silencio y la inacción las acciones de los gobiernos de derecha afín a su perfil y del Departamento de Estado. No hay miramientos ni quejas morales por sus procedimientos y es posible que hasta en sus conciencias ni siquiera aparezcan atisbos de culpa ni de sentido de legalidad o ética, por lo que se sienten en pleno derecho de avanzar con su propio sentido de “operación barbarroja”. Tienen además un elemento social a su favor, y es que sectores de la clase media encontraron su espacio de identidad y representación, banderas con las que hoy se movilizan y expresan, que no obstante se traten de consignas incongruentes, a veces inconexas, están selladas con la impronta de la intolerancia y el clasismo. Esto le dio volumen y visibilidad al proyecto neoconservador y sobre todo presencia política en votos.
Está claro que no hay “una” derecha, hay un movimiento social amplio que parte desde los intereses de la clase dominante en torno a sus privilegios, su modelo económico y el entrelazado de vínculos sociales y políticos (corporación judicial, grandes medios, poder financiero, etc.); desde estos factores de poder construyen su hegemonía y su discurso ideológico que se esparce por las diversas capas sociales y generan una percepción de la realidad particular a cada sector con sus reacciones consecuentes: rechazos y fobias a los grupos subalternos, populares, minorías, excluidos y naturalmente a la acción e intervención del Estado en beneficio de ellos. Esa multiplicidad, esa variedad de orientaciones e identidades sociales ancladas en el ideario conservador, reaccionario, elitista encontraron y construyeron su espacio de representación política del que carecieron en buena parte del siglo XX y hasta entrada la presente centuria. La coalición política de marras no está exenta de contradicciones pero como expresión de la clase dominante se conjugan para dar dirección al proyecto dirigente. Así el otrora partido popular UCR juega hoy el papel de fuerza que impregna de barniz democrático amplio al proyecto que expone su perfil restaurador desde las políticas llevadas adelante por el PRO; recordemos que el radicalismo jugó no solo un papel menor en la gestión y menos en las decisiones, sino que sufrió un maltrato y desprecio permanente en sus reclamos y pedidos de consideración hacia sus dirigentes. Pero estuvo y bancó y le dio volumen social, base de sustento y consenso al proyecto que perjudicó a sus propios votantes; notable contradicción de la que no es absoluto ni único responsable.
Existen diversos factores que han contribuido a que se desarrolle un fenómeno que además tiene característica regional y también global. No cambian en sus ejes centrales, varían en el ritmo y los modos de expansión e inserción en las realidades nacionales tanto en lo político, lo económico y los factores socio culturales que hacen que sus discursos sean más o menos permeables en las conciencias de las clases sociales. No hay dudas que la pandemia y sus efectos con las medidas consecuentes tomadas por muchos países del mundo aceleraron y favorecieron el crecimiento de corrientes “antisistemas”, anti globalización y nacionalistas que exacerbaron la xenofobia y la aporofobia (rechazo a los pobres) que terminan siendo lo mismo o se conjugan frente al fenómeno de los inmigrantes. Su discurso, poco original pero siempre efectivo, apunta a los grupos más débiles para cargar culpas y como en contraposición se encuentran los modelos progresistas que sostienen un Estado protector, el archienemigo del liberalismo económico, se potencia una alianza ultraconservadora que en el caso de Argentina toma el contradictorio nombre de “libertarios”: el ultra neoliberalismo junto a las corrientes reaccionarias que convocan a una generación de jóvenes que encuentran en este pensamiento un sentido de “cambio” y remedios para las crisis recurrentes. Lo que los grupos dirigentes entendieron fue que la oleada progresista de principios de siglo comenzó a marcar el agotamiento del modelo económico neoliberal y carentes de alternativas optaron por una restauración forzada en el contexto de la crisis global pero como en el caso de Argentina tuvieron a mano herramientas posibles y útiles en el sistema democrático.
¿Cómo se conforman las diversas corrientes que confluyen y dan contenido al movimiento neoconservador? Recordemos que una parte y la raíz de su renacer estuvo en el conflicto del gobierno de CFK con la mesa de Enlace agropecuaria en el 2008, donde este sector corporativo que representa a la oligarquía pampeana y terratenientes del país más un sector de medianos productores favorecidos por el boom sojero y el avance de este cultivo, doblegó al gobierno sobre la base de un discurso que convenció a la clase media y sus sueños de identificación con las clases altas (El campo somos todos) y la enunciación de una nueva figura antagónica: el populismo. Con matices cada coyuntura crítica fue un campo de batalla donde fueron apareciendo nuevos actores movilizados en defensa de valores inasibles, absolutos o… ajenos a sus alcances materiales: la “república”, ley de medios, legalización del aborto, caso Vicentin, etc. Así corporaciones mediáticas, religiosas, económicas y políticas armaron un andamiaje por donde circulan un conjunto de ideas que bajan al sentido común de la “gente” con la noción de “peligro”. Los factores de poder recurren a las masas cuando perciben que el equilibrio social tambalea y no consideran oportuno o no es suficiente apelar a la solución autoritaria, aunque es lógico pensar que los grupos y actores sociales tienen y adquieren autonomía en el marco de sus referencias y contextos de identidad. Así recuperaron la disputa (y la ocupación) de las calles, entienden el uso de las redes sociales como campo de lucha y también de aglutinación y convocatorias, todo desde un discurso blindado que si bien convoca a un núcleo duro, crea referencias en sus periferias y en un campo social inestable permeable a mensajes de ese tipo en tiempos de crisis, aquel que en las urnas puede definir una elección. Generaron nuevos espacios políticos que convocan a la juventud atraída por ese discurso duro y en tanto el campo popular, la izquierda no construye un horizonte posible, una utopía convincente la opción restauradora es una que está a mano. Es parte del empate o equilibrio inestable.
En definitiva, se trata de una etapa donde el equilibrio inestable de fuerzas y modelos políticos expresa la ausencia de una hegemonía que obliga a las fracciones de la clase dominante a tensionar sus recursos y capacidad política en un sentido no estrictamente defensivo ya que en ese fenómeno está la base de identidad que le da consistencia a ese conjunto en sus consignas, sus valores. Esa es la diferencia fundamental con el movimiento popular argentino.
La restauración fallida o parcial neoliberal fue ante todo el resultado de ese proceso de constitución de una nueva experiencia conservadora cuyo objetivo primero era poner un cerco al avance del proyecto progresista estigmatizado con el rótulo de populismo, el Frente de Todos en consecuencia fue entender que se precisaba una coalición amplia que evitase la continuidad del proyecto restaurador, es un armado defensivo frente a la potencia antagónica y es también la conciencia de la fragmentación social y política del campo popular y por ello al ausencia de un horizonte propio, la carencia de una fracción política dirigente. El gobierno en un exceso de paciencia dialoguista en busca de consensos que el otro sector le niega, anda a tientas con más concesiones que avances: apostando más a contener el conflicto social con asistencia y acuerdos con los movimientos territoriales que a diseñar políticas redistributivas, concesiones a los grupos oligopólicos formadores de precio, equilibrio favorable para los sectores más proclives al status quo dentro del Frente (PJ, massismo), etc.; mientras, mantiene un perfil de gobierno progresista atendiendo demandas de minorías sociales, culturales (aunque no la de los pueblo originarios) sobre el que hace gran hincapié como bastión estratégico en lo discursivo y una política exterior de perfil moderado en un contexto donde el predominio conservador va en retroceso. Un progresismo tan atenuado que no termina de conformar ni a propios ni a ajenos, pero eficaz en la sensibilidad de un sector de la clase media y grupos militantes de los nuevos derechos de las minorías, que no afecta a intereses vitales del orden social, es más le aporta legitimidad construyendo un piso (necesario) de derechos individuales.
¿Basta con estas medidas o alguna otra de mayor eficacia en beneficio para los sectores populares para ganar espacios y consolidar un proyecto de salida al pos neoliberalismo? Es decir, tomar medidas, dictar políticas con la pretensión de no afectar o limitar los intereses y el poder real y simbólico de la clase dominante. Como contrapartida desde un tiempo se propone como estrategia central una “batalla cultural” que por necesaria se pierde como consigna y parece desplazar a otros componentes de la lucha política: centralidad del conflicto social, organización política, formación de cuadros. Si por batalla cultural entendemos la disputa por el sentido común (construcción social sobre la base de percepciones simples o superficiales y atravesadas por lógicas del orden establecido) y el campo de las mentalidades (factor estructural de una sociedad) la conclusión es que esa batalla nos llevará varios años, muchos. Se trata de un espacio donde los cambios son de cambios lentos y de largo plazo lejos de los avatares políticos; un concepto que aportó más confusión que claridad, más trivialidad (política y semántica) que trascendencia (teórica e ideológica) reduciendo el sentido a una disputa por la ocupación de medios de comunicación, sin discutir su esencia y propiedad, a contenidos en el sistema educativo sin cambiar su sentido pedagógico y poco democrático; peor aún, pensar que exaltar la capacidad de consumo para unos o el Estado junto a organizaciones sociales como agentes asistenciales van la dirección correcta de esa lucha. En cualquier caso, denota el estado defensivo del movimiento popular y la necesidad permanente de profundizar un debate a fondo de las estrategias, utopías y modos.
El gobierno y el conjunto del movimiento popular está en un encrucijada vital en este año electoral: mantener este perfil moderado que no alcanza a recomponer realidades cercanas a las de la década anterior puede significar el desencanto de esa porción de votantes “indecisos” o flotantes y también quiebres en diversas formas al interior del frente, ya entre los partidos, ya con su base social (sindical y/o territorial), ir por más significaría dotarse de una representación con las convicciones y fuerza para plantarse frente a una oposición feroz, caníbal y afrontar una etapa que exigirá avanzar en cambios sustanciales y asegurar un piso de identidad política dispuesto a tocar intereses y poder de la clase dominante, salir de la etapa defensiva. Por supuesto que esto implica avivar el conflicto político y social, el que con mucha persistencia sostiene la derecha argentina; la historia es sabia en su experiencia: ceder, conceder para evitar una confrontación mayor siempre fracasó. La realidad es que en los armados electorales provinciales priman las expresiones siempre oportunistas del pejotismo. Panorama incierto.
En resumen, la ofensiva de la clase dominante es sostenida y con una bagaje de armas amplio y sin pruritos democráticos, ni formales. El equilibrio inestable los obliga a desplegar sus incontables recursos pero frente a esto el movimiento popular sigue sin establecer y conformar un proyecto sólido y mayoritario. El bienio 2021 – 2023 nos dirá sobre el rumbo elegido.
*Historiador. Escritor. Presidente de Unidad Popular Salta