Daniel Escotorin (historiador)
El comienzo del siglo XIX había llegado convulsionado tanto a Europa como a América del Sur. El viejo continente vivía el remezón de la revolución francesa de 1789 que había acabado con la monarquía y abierto las puertas a las concepciones republicanas y democráticas. Esa revolución se expandiría de la mano de Napoleón Bonaparte que, vaya contradicción, se proclamaría emperador de Francia. No obstante, los reyes europeos sufrieron esa oleada antimonárquica y en España ese efecto llegó a sus propias colonias de América. Con o sin influencia de Europa, en 1776 las colonias inglesas se independizan con el nombre de Estados Unidos, en 1804 Haití hace lo propio respecto de Francia, pecado que nunca le sería perdonado tratándose de una colonia liberada por ex esclavos negros y mulatos. Antes en 1780 y 1781 en el Cuzco (Virreinato del Perú) y en el Alto Perú (Virreinato del Rio de la Plata) Túpac Amaru y Túpac Katari respectivamente encabezaron rebeliones cruentas que expresaban el malestar ante siglos de sometimiento social, económico y político; Túpac Katari se proclamó “Rey de los aymaras” y para sofocar sendas rebeliones los españoles debieron recurrir a fuerzas provenientes tanto de Lima como de Buenos Aires. Por primera vez el orden colonial sentía el peligro de una subversión real y ante eso apelaron a medidas de terror sistemáticos: ambos líderes y sus lugartenientes que incluían a sus esposas fueron ajusticiados previa tortura, descuartizados y sus partes exhibidas en ciudades para escarmiento social. El germen de la emancipación era ya irrefrenable.
Las invasiones inglesas de 1806- 1807 dejaron en evidencia la debilidad del puerto de Buenos Aires ante amenazas militares y obligó a la formación de milicias, fuerzas armadas compuestas por civiles a los solos efectos de una contingencia militar. El éxito del accionar de estas fuerzas abrió camino a la noción de su capacidad de autodefensa y potencialidad política soberana. Las movilizaciones sociales en toda la región agitaron ideas de libertad en momentos que la monarquía española había caído y las ideas de república y soberanía popular se expandían en los espacios de debate de ideas.
1809 – 1810
Hubo un primer 25 de mayo, fue en 1809 en Chuquisaca (actual Sucre) en el Alto Perú. Allí ese primer movimiento y antecedente directo del que se daría en 1810, con el pretexto de la crisis en España y los rumores de una intención del carlotismo (adeptos a Carlota, hermana del rey y casada con el rey de Portugal) de apropiarse de estas tierras, pero también con pretensiones de independencia forman un gobierno propio. Los actores de esa gesta no son ajenos al desarrollo posterior de los años venideros: Álvarez Arenales, Bernardo de Monteagudo (redactor de la famosa proclama que expresaba “Hasta aquí hemos tolerado esta especie de destierro en el seno mismo de nuestra patria, hemos visto con indiferencia por más de tres siglos inmolada nuestra primitiva libertad al despotismo y tiranía de un usurpador injusto que degradándonos de la especie humana nos ha perpetuado por salvajes y mirados como esclavos. Hemos guardado un silencio bastante análogo a la estupidez que se nos atribuye por el inculto español, sufriendo con tranquilidad que el mérito de los americanos haya sido siempre un presagio cierto de su humillación y ruina”. Dejaba en claro allí su postura a favor de la libertad; Y también José María Serrano, un personaje extraordinario por sus actuaciones políticas en la independencia de las Provincias del Río de la Plata como de Bolivia.
Ese movimiento más la Junta Tuitiva de La Paz en julio de ese año fracasaron, la represión realista no se hizo esperar y con fuerzas enviadas desde Buenos Aires y Lima otra vez mandaron a la horca, a prisión o al destierro a los cabecillas. Los acontecimientos europeos posteriores aceleraron las acciones y la decisión política de patriotas en diversas ciudades de América, entre ellas en la capital del virreinato del Río de la Plata. Allí se conjugaron las diversas tendencias: los más radicales, revolucionarios partidarios de un gobierno patriota: Belgrano, Rodríguez Peña, Juan José Paso, Juan José Castelli, Hipólito Vieytes; los jefes militares a cargos de las milicias encabezado por el Jefe de los Patricios Cornelio Saavedra de tendencia moderada y con llegada a los sectores populares por la organización de las milicias; así también otra fracción radicalizada y con inserción en la plebe era el grupo de Domingo French y Antonio Berutti que articulaban con ambos sectores. En realidad, en esa semana previa al 25 las reuniones, las acciones y movidas políticas los juntó momento a momento, en las casas, en el cabildo, en los cuarteles y en las calles y plaza. Días y horas febriles donde la convicción de que se gestaba algo nuevo en estas tierras se acompañaba de una férrea voluntad expresada en la acción y la determinación.
Esas jornadas mostraron también la conjunción de las acciones de los dirigentes y la participación activa de diversos sectores de la sociedad: sin el pueblo movilizado los resultados hubieran sido diferentes. Las milicias por un lado, ciudadanos organizados en la “Legión Infernal” ocupando calles y plaza para garantizar el cambio anhelado frente a la resistencia puesta por los españoles realistas y que, con más astucia e inteligencia que fuerza, lograron por un momento frenar ese cambio en marcha.
El “cabildo abierto” del 22 de mayo fue la gran jornada definitoria del proceso, una asamblea de doscientas cincuenta personas, sobre cuatrocientas invitadas, que decidieron el futuro del virrey, más los que expectantes esperaban afuera en la plaza. La picardía de unos y la lentitud de otros casi frustra lo decidido cuando se forma una junta de gobierno presidida por… ¡El propio virrey! Se exacerbaron los ánimos al saberse de esa decisión el día 24 y el 25 con la gente en la plaza se forzó una nueva junta, la “Junta Provisional Gubernativa de la capital del Río de la Plata”, la Primera Junta.
Bajo el pretexto de la fidelidad a Fernando VII, preso de Napoleón, se habían abierto las puertas de la lucha por la emancipación continental aun cuando no se hablaba explícitamente de independencia, pero entre las fracciones del nuevo gobierno esta idea estaba más que latente, como la manifestaría Castelli en el Alto Perú y sería enjuiciado. Este proceso desató la reacción realista en Córdoba, Montevideo, el Alto Perú. También los conflictos sociales se expresaron ante la nueva realidad: el sueño de libertad era también el sueño de la igualdad, ambos se encontraban ante el reclamo de lo que garantizaría la felicidad de los habitantes de estos lugares: la tierra. Para ello sacrificaron sus vidas en cientos de campañas, combates, batallas no sólo en los ejércitos regulares sino también en fuerzas irregulares, las montoneras de Artigas, la guerra gaucha de Güemes en Salta y Jujuy, las republiquetas del Alto Perú; los caudillos son los nuevos líderes que representan los intereses de esa nueva clase que es el motor de la lucha por la independencia. De diversas formas los nuevos dirigentes de ese proyecto se empeñaron en lograr esas conquistas: Moreno, Belgrano, Artigas, Castelli, Monteagudo, Güemes, Azurduy, Padilla, San Martín, y tantas y tantos más.
El 25 de mayo de 1810 fue un hito en la larga lucha por la liberación de los pueblos de nuestra América, el proceso de construcción de un proyecto autónomo, propio, con características diversas y ricas. Una gran América unida, igualitaria que no pudo frente a los intereses de las burguesías emergentes, futuras oligarquías ventajeras y sometidas al capital de turno.
Entre esa fecha y el 9 julio de 1816, cuando se declara definitivamente la independencia, las diferencias políticas internas se habían agudizado a tal forma que no se pudo establecer un modelo de organización nacional, el que emergería medio siglo después pero con un alto costo para los sectores populares, que no bajaron los brazos. A lo largo de décadas, en esas segmentaciones mezquinas llamadas países de nuestro continente, siguen manteniendo viva esa llama de las revoluciones inconclusas.