Es muy importante entender que el planteo que Milei hizo sobre los Derechos Humanos en el Debate Presidencial, no es el planteo de los dos demonios que instituyó el Alfonsinismo en el tiempo denominado como transición a la Democracia. Planteo equívoco ya que ponía en pie de igualdad a las acciones de las organizaciones políticas que habían asumido la lucha armada, con el terrorismo de Estado.
La distinción clave entre un accionar y otro obliga a dos consideraciones. La primera que las organizaciones armadas nacen y se desarrollan en la Argentina a partir de la vigencia de 18 años de proscripción política de las mayorías populares y con la existencia de un Partido Militar que, una y otra vez, tomaba la conducción del Estado en nombre de las clases dominantes y que incluso mantuvo su accionar de boicot durante el gobierno constitucional de 1973-1976.
La segunda que los delitos o crímenes de lesa humanidad se generan cuando quien viola la ley deteniendo, secuestrando, robando o torturando es quien es custodio de la aplicación de la ley, o sea, el Estado. Un mismo crimen, por ejemplo la tortura, no es igual si lo hace un grupo u organización (la que fuere) que si lo hace una Institución estatal, por ejemplo las fuerzas armadas o las fuerzas de Seguridad. Es decir, los que tienen la responsabilidad de hacer cumplir la ley. Por esto, la teoría de los dos demonios no es correcta.
Pero Milei hizo otra cosa en el debate. No planteó los dos demonios. Planteó la tesis de que lo que hubo en la Argentina fue una guerra y que como en toda guerra hubo excesos. Esa no es la teoría de los dos demonios del Estado Alfonsinista del primer tiempo de la democracia argentina. Es la tesis de la dictadura, es el discurso del golpe militar. Milei asumió el discurso de la Dictadura y de Jorge Rafael Videla. En la práctica el fenómeno Milei retoma el discurso militar en el sentido de aprovechar la crisis de legitimidad del sistema político tradicional, para plantar una estrategia que recupera el autoritarismo y que promueve un cambio en la relación de fuerzas sociales que sea irreversible. En ese plano hay que ubicar su propuesta sobre la Dolarización. Buscar la irreversibilidad de un proceso en el mismo sentido que Martínez de Hoz sostuvo en su discurso del 2 de abril de 1976 la idea de que había que terminar con una industrialización que fortalecía las organizaciones sindicales. Muerto el perro se acabó la rabia dijo al poner en marcha el intento más profundo que hasta ese momento se hubiese encarado, de refundación estructural de la Argentina en favor del gran capital y el capital financiero internacional.
Con la dolarización es igual. Más allá de la discusión dominante que pone el foco en su viabilidad respecto a si hay dólares disponibles o no para hacerlo (pareciera que si tuviéramos reservas habría que dolarizar) el problema central de la dolarización es el hecho de que amputa, elimina, la moneda, la política monetaria, la fiscal y la cambiaria. Deja inerme al Estado frente al movimiento del capital global. Elimina los instrumentos de política económica que son indispensables para construir y ejecutar una estrategia de desarrollo. Como siempre, el discurso antipolítica que crece en los contextos de agotamiento de la legitimidad de los sistemas políticos, en la práctica encubre un planteo autoritario y dictatorial que no tiene prurito para saltar del discurso contra la casta política para terminar acordando con lo peor de la propia casta. En ese lugar deben ubicarse los encuentros de Milei con Barrionuevo o con Gerardo Martínez. Siempre el discurso antipolítica termina articulando con lo peor de la casta denunciada. No es lo mismo porque su fragilidad es enorme, pero hay que percibir que Milei intenta recuperar la vieja idea fundacional del golpe genocida de cambiar la Argentina para siempre, destruyendo la enorme capacidad del movimiento popular. Una vez más no pasarán.