El vicepresidente de UP CABA, Julio Macera, relata la trama de persecución y marginalidad de los pibes como Luciano Arruga.
Por Julio Macera*
Conozco tramas más sofisticadas de la Bonaerense para tapar un crimen como el de Luciano. Sé de médicos que firman certificados donde una bala es un golpe contra una canilla y las marcas de la tortura, una caída o un accidente de tránsito. Certificados que logran el milagro de un preso lográndose ahorcar a una altura menor que su propia altura y siempre con el cordón de sus zapatillas.
También conozco -nací y viví 42 años en el suburbano- pibes que se mueren de hambre y pibes que se mueren por intentar no tener hambre.
Aprendí de oportunos accidentes, siempre con oportunas víctimas fatales y con victimarios que, casualmente, zafan.
Sé que se roba, se transa, se mata y se prostituye con protección, y sino se muere.
Aprendí de camas y ratoneras donde el periodismo obediente nos dice: «personal que se desplazaba de civil en prevención del delito observó en actitud sospechosa…». Y termina siempre: «en la confusión, uno de los maleantes logró darse a la fuga».
Supe de suicidios no tan suicidios y de suicidios de desesperación y vi a compañeros formados suicidarse de torturas, después de muchos años de seguir sintiéndose torturados. Conocí también los «suicidios inducidos» que el periodismo obediente saca a relucir cuando hace falta (no en este caso, claro), como si no fuera que todas nuestras actitudes son una mezcla de decisión personal e inducción de la realidad.
Y en esos 42 años me crucé con Lucianos, Migueles, Julios, Chuckis, Maxis y Daríos.
Pero principalmente conocí un tiempo donde el futuro estaba al alcance de la mano y los padres sabían que sus hijos iban a vivir mejor que ellos y ahora vivo en un tiempo donde eso parece una utopía inalcanzable.
Un tiempo donde el relato niega la pobreza y oculta la desesperación entre satélites y fútbol para todos.
Un tiempo de pibes víctimas y victimarios cuyo único futuro es hoy, un tiempo sin salidas para ellos porque se paga muy caro aceptarlo y se paga igual de caro intentar escapar, y si sos «negrito», peor.
Ante esto, de nada sirve mirar para otro lado o aceptar versiones oficiales para tranquilizarnos. O hacemos algo para cambiar, o somos cómplices.
Se puede y además debemos hacerlo. Se nos va la vida y, lo peor, la vida de nuestros Lucianos, Migueles, Julios, Chuckis, Maxis y Daríos.
*Vicepresidente de Unidad Popular CABA.