Marta Maffei reflexiona y nos comparte sus impresiones acerca de la vuelta atrás en las evaluaciones a los niños y niñas.
Desde que tengo memoria, esta pregunta recorre el imaginario social educativo, entre compañeros, entre estudiantes y docentes, en la familia…¿Qué nota? ¿Qué te pusieron? …
Debería llamarnos la atención que no entre en el mismo rango de preocupación el indagar sobre qué aprendieron o para qué les sirve lo que aprendieron.
En este sentido señalo algunas cuestiones preocupantes:
Por un lado, parecería que el sistema educativo, desde adentro y desde afuera, está empeñado en que los estudiantes adquirieran una estrategia exitosa para “pasar” los exámenes. Nuestras preocupaciones parecen centrarse en la nota más que en el intrínseco valor de lo aprendido o la efectividad de esos saberes para justificar el esfuerzo de aprender y para impulsar los cambios que nuestros pueblos está necesitando desesperadamente (en lo social, lo político, lo económico, lo ambiental…) Nuevos saberes, nuevas articulaciones, nuevas responsabilidades, nuevas miradas para una sociedad que muestra inocultables síntomas de decadencia
Por otra parte, hay coincidencias fuertes entre especialistas, docentes y autoridades, señalando explícitamente como una pluralidad de escenarios, contextos y subjetividades están condicionando los procesos educativos hasta hacer del sistema en espacio que termina profundizando las desigualdades de origen. Un escenario que está requiriendo la búsqueda de alternativas metodológicas, epistemológicas, nuevos paradigmas para alcanzar el objetivo esencial de todo proceso educativo: que los chicos aprendan!
Parecería que esta discusión sobre los mecanismos de evaluación más justos, más eficientes y menos traumáticos, (que sin duda es necesaria) marginara el debate sustantivo que nos debemos sobre qué enseñar y cómo enseñar para alcanzar aprendizajes significativos en términos de destrezas, habilidades, conocimientos, conductas, valores..
En el 2015 la provincia de Buenos Aires tomó una decisión restringida al proceso de evaluación y modificó la escala de calificaciones para los chicos de primaria: un régimen de 1º a 3º (sin números, por concepto) y otro de 4º a 6º, sin aplazos (1,2 y 3) y pudiendo pasar de grado con hasta 2 áreas curriculares desaprobadas.
La decisión, sintetizó varias mirada. Señalo las claves:
– La evaluación es necesaria pero el sistema no debe ser inamovible, hay que buscar las mejores opciones, más claridad, más transparencia, más justicia para medir el esfuerzo de aprendizaje y, a su vez, permitir al docente detectar errores y carencias en lo enseñado en función de los cambios que debe realizar en su enseñanza.
– No interrumpir, no cortar la continuidad del proceso. Aplazar no ayuda, frustra, desalienta. El estímulo funciona mejor que la descalificación.
En contra hubo pronunciamientos sobre el facilismo, la falta de incentivos para el esfuerzo personal, la disminución de la calidad educativa, el no aprendizaje de tolerancia a las frustraciones etc etc
Un debate que debió abrir las puertas a una consideración más integral y profunda sobre las evaluaciones, pero también sobre los múltiples conflictos que recorren nuestro sistema educativo que debe ser abordado con integralidad, lejos de la fragmentación y trivialización en que se ha instalado la actual controversia.
Nada de eso ocurrió, a una propuesta controvertida le siguió, desde la administración Vidal, una decisión efectista que retorna al régimen anterior, en una medida demagógica, apresurada, unilateral, improvisada.
Los educadores no fueron consultados ni hubo ninguna posibilidad de merituar los resultados de la medida anterior que solo se implementó durante 2015.
Retornamos así a las tradiciones político partidarias sobre el sistema educativo. Cada administración lo toma como campo de disputas, siempre secundarias, que, en modo alguno, aportan a las necesarias consideraciones sobre una educación que anda mal y no precisamente por el sistema de evaluación.
– No hemos logrado que se implemente el legajo único con la trayectoria educativa de cada estudiante como forma de comprensión integral de sus fortalezas y debilidades, su entorno socioeducativo. Una herramienta que permitiría otorgar al aprendizaje una mejor continuidad más allá del cambio de cursos y docentes.
– La transformación educativa, en los objetivos del proceso no dependen en absoluto de las notas obtenidas por los alumnos. Por otra parte, modificando la escala, siempre el número más bajo produce la misma “estigmatización” (si el 1,2 y3 significan fracaso y en una nueva escala, el 4 es el menor puntaje, esa nota será también el nuevo indicador del objetivo no logrado).
– Las “notas” no le otorgan sentido al proceso educativo, no definen orientaciones ni mejoran su necesaria correspondencia con las realidades sociales del contexto.
– La escala de evaluación no es lo importante sino qué se evalúa, para qué y cómo el proceso de evaluación se integra positivamente a las experiencias de aprendizaje. ¿Es o no posible poner en marcha una evaluación innovadora que le proponga a los alumnos situaciones y problemas en cuya resolución pueda aplicar lo ensañado-aprendido?
– Pensemos que las medidas que implementamos en el sistema deben apuntar a dar verdaderas respuestas que acompañen a los alumnos en su crecimiento y creciente incorporación fecunda a la vida ciudadana.
– Necesitamos reflexionar colectivamente sobre nuestra propias prácticas en las que, la evaluación es solo un capítulo
El desafío es encontrar las transformaciones educativas que permitan, como decía Einstein, “…que el estudio no sea considerado como una obligación, sino como una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo del saber”
Por eso la educación y las escuelas son nuestra herramienta privilegiada para problematizar, para hacernos preguntas, para crear, para comprender, para transformar y para todo eso el sistema de evaluación es solo un capítulo menor.
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