Adjuntamos el Informe sobre el Brexit: ¿Hacia dónde va Europa?, elaborado por Claudio Lozano, dirigente de Unidad Popular y coordinador del IPyPP (Instituto de Pensamiento y Políticas Públicas), junto a Gustavo Lahoud, investigador del Instituto, en el que los autores analizan los acontecimientos desencadenados tras el Referéndum convocado por el primer ministro británico David Cameron con el objetivo de decidir si el Reino Unido debía continuar en el proyecto de la Unión Europea.
Para Lozano, “el Brexit Británico es una evidencia más del modo preocupante en que se presentan las reacciones sociales frente a los límites del capitalismo global. En el marco de la crisis terminal del Estado de Bienestar los populismos conservadores se hacen presentes en diferentes países de Europa y llegan incluso a tener posibilidades electorales en los propios Estados Unidos. Las dificultades del proyecto integracionista europeo han sido el caldo de cultivo para un persistente malhumor social asociado al crecimiento del desempleo, al estancamiento económico, y a las reacciones de parte de las comunidades europeas occidentales y orientales, ante el agravamiento de los procesos de inmigración masivos desde Medio Oriente y el norte de África. Frente a la devastación capitalista, las respuestas conservadoras pretenden un imposible retorno al pasado, al tiempo que obturan la discusión respecto a cómo pensar y organizar el futuro de la humanidad”.
Lozano y Lahoud ponen en perspectiva “las dificultades del proyecto integracionista europeo, que se han expresado en un conjunto de dinámicas abiertamente conflictivas, tanto dentro del Reino Unido, como en los distintos países de la Unión, lo cual implica que es fundamental poner el foco en el proceso mismo de la integración para intentar descubrir los aspectos estructurales y coyunturales que han tenido decisiva influencia en los acontecimientos”.
El trabajo contiene los siguientes temas:
· Brexit: el Reino Unido y la cristalización de la crisis política, económica y social en una Europa estancada.
· Desde la economía a la geopolítica. Desde China y Rusia, hasta la Argentina. El Brexit en perspectiva.
· A modo de conclusión…desde la Argentina.
El informe de Claudio Lozano y Gustavo Lahoud (Julio 2016)
Brexit: el Reino Unido y la cristalización de la crisis política, económica y social en una Europa estancada.
El pasado 23 de junio, los británicos acudieron a las urnas para celebrar el Referéndum que había sido convocado por el Gobierno del primer ministro David Cameron, con el objetivo de decidir si el Reino Unido continuaba o no en el marco del proyecto continental de la Unión Europea.
Como ya es de público conocimiento, se produjo el resultado menos esperado por las élites de la Unión, ya que, por un estrecho margen de cuatro puntos -52% contra 48%- los ciudadanos del Reino Unido avalaron la propuesta de salida de la Unión, lo que popularmente ha trascendido a la opinión pública como el Brexit.
La secuencia de acontecimientos que comienzan a desencadenarse a partir de esta decisión, no se agota, por cierto, en las formalidades legalistas que, en el marco del Tratado de Lisboa, deben encararse para hacer efectiva la propuesta del Brexit. En efecto, resulta fundamental poner en perspectiva las dificultades del proyecto integracionista europeo, que se han expresado en un conjunto de dinámicas abiertamente conflictivas, tanto dentro del Reino Unido, como en los distintos países de la Unión, lo cual implica que es fundamental poner el foco en el proceso mismo de la integración para intentar descubrir los aspectos estructurales y coyunturales que han tenido decisiva influencia en los acontecimientos.
Asimismo, la potencialidad disruptiva que este hecho puede tener para el futuro del proceso de la integración europea, no puede comprenderse si no se abordan aspectos fundamentales del funcionamiento de la economía, el sistema productivo, las matrices institucionales de los procesos de armonización de las diversas políticas públicas que deben encararse entre los 28 países integrantes de la Unión y el mismo debilitamiento de la calidad representativa y participativa de las democracias europeas, todo lo cual ha conformado un caldo de cultivo propicio para el crecimiento de un persistente malhumor social que va de la mano del crecimiento del desempleo, el estancamiento económico y las reacciones de parte de las comunidades europeas occidentales y orientales, ante la perspectiva del agravamiento de los procesos de inmigración masiva provenientes de los escenarios de Medio Oriente y norte de África, asolados por las guerras y el caos político, económico y social, que no ha hecho más que profundizarse en los últimos diez años, a la luz de las intervenciones en Iraq, Afganistán y Libia, entre los conflictos fundamentales.
En concreto, los efectos combinados de estas situaciones disruptivas, pueden haberse expresado en la decisión de los británicos, al igual que cierta perspectiva de fuerte diferenciación y fragmentación social, que se ha expresado en el hecho contundente que aquellas franjas de la población más jóvenes- los electores menores a 50 años- hayan apoyado en forma contundente la propuesta de continuar en la Unión, mientras que los electores mayores a 50 años han optado mayoritariamente por el Brexit. En la expresión de esta particular dinámica social, nos preguntamos si se ha cristalizado un escenario en el que las expectativas de los diversos sectores sociales, se han expresado en función de sus propios imaginarios en lo que respecta a la valoración del proyecto de la integración, sus frutos y sus propias limitaciones.
En este sentido, las poblaciones más jóvenes, ligadas al predominio de los procesos económicos centrados en las nuevas tecnologías, las finanzas, los servicios y el comercio, y que no han sufrido las consecuencias del debilitamiento de las estructuras de protección social y económica que han sido puestas en la picota por el avance liberal financierista de las últimas dos décadas en Europa, parecen expresar una conformidad que puede leerse en términos de pertenencia e identidad con un proyecto europeo que los ha erigido en los sectores sociales más favorecidos.
Por su parte, los sectores de la población británica que han sufrido las consecuencias económicas y sociales de los profundos cambios productivos, tecnológicos y político-institucionales, que han ido de la mano de procesos de desindustrialización y de cambios de los patrones de acumulación económica relacionados con la nueva era de la flexibilidad, son los que han liderado la profunda reacción antieuropea, en un contexto de crecimiento de la problemática de la inmigración, la precariedad en materia de servicios públicos y el avance de los desafíos vinculados al terrorismo.
A resultas de todo este complejo proceso, no deja de ser sugestivo que, así como en la cosmopolita Londres el voto a favor de la permanencia ha ganado con claridad, en los sectores del este y norte de Inglaterra, antigua base del otrora poderío industrial inglés, los partidarios del Brexit hayan sido mayoritarios. A su vez, en Escocia, la propuesta por la permanencia ganó en forma contundente- 60% a 40%[1]– y las autoridades del Partido Nacional Escocés reinstalaron inmediatamente la propuesta de un segundo referéndum independentista, luego del fracaso de la elección de septiembre de 2014. Esa reacción, simultánea a la de las principales autoridades europeas, que han instado a Gran Bretaña a iniciar sin dilaciones la invocación del Artículo 50 del Tratado de Lisboa- que regula los procesos de salida del bloque comunicatorio- ha resonado muy fuertemente tanto en el ámbito de la política británica como en el plano de la burocracia europea, ya que el reclamo escocés implica la reafirmación de su pertenencia a la Unión Europea, al tiempo que reinstala la posibilidad de un referéndum para consagrar la secesión del Reino Unido. Esos ecos, pueden resonar muy fuerte en Irlanda del Norte, donde la población también ha votado por permanecer en la Unión.[2]
Estas profundas divergencias se han expresado en una muy pobre consistencia e intensidad de los debates durante la campaña, a tal punto que los distintos actores políticos- desde el líder del Partido Nacionalista del Reino Unido, Neil Farage, abierto partidario del Brexit, hasta las principales figuras del Partido Conservador[3] y el Partido Laborista-, parecían moverse al compás del humor social, en un contexto en el que resultaba muy difícil extraer conclusiones serias sobre la profundidad de los planteos. Asimismo, el Partido Conservador estuvo lejos de encolumnarse detrás de la propuesta del Primer Ministro Cameron, a tal punto que algo más de la mitad de los parlamentarios de esta organización, se manifestaron favorables al Brexit, lo cual fue capitalizado por el ex alcalde de Londres, Boris Johnson, que se erigió en el referente de esa propuesta. Por su parte, en el Partido Laborista, conducido coyunturalmente por Jeremy Corbyn, arreciaron las críticas contra su supuesta tibieza para expresar la predominante posición del partido favorable a la permanencia en la Unión Europea. De hecho, debe recordarse que unos días antes de la elección, se produjo un brutal acto de violencia política, cuando la diputada Jo Cox- joven legisladora del laborismo- fue asesinada por un fanático partidario del Brexit. Asimismo, en ese contexto de inestabilidad y creciente conflictividad, los diversos partidos de extrema derecha europeos, que han crecido electoralmente en los últimos años al compás de la crisis comunitaria, manifestaron intenciones explícitas para llevar adelante propuestas de referéndums similares a las del Reino Unido. Dos ejemplos concretos de este peligroso escenario, son el de Marine Le Pen, principal líder del Frente Nacional y candidata a la Presidencia en 2017 en Francia, y Geert Wilders, líder del Partido de la Libertad holandés, quienes manifestaron su acuerdo con la posición expresada mayoritariamente por los británicos, recurriendo a expresiones como “recuperación del control y la soberanía”, “afirmación contra las burocracias de Bruselas” y eslóganes por el estilo.[4]
En definitiva, el resultado de los comicios en Gran Bretaña, parecen devolver la imagen de la misma Europa, fragmentada y dividida de muy complejas formas, como consecuencia del avance de un proceso de integración que ha sido y es percibido por importantes franjas de la población como la concreción de un proyecto de desposesión, que precariza en términos laborales, sociales, educativos y sanitarios, y que establece patrones de funcionamiento de las economías, ligados a los procesos de control financiero, endeudamiento y ajuste, que van de la mano de los intereses de las burocracias europeas y de las grandes empresas multinacionales.
Todo ello se ha expresado, en los últimos años, en una serie de procesos políticos que han significado la consagración del desconocimiento de la voluntad popular y el vaciamiento concreto de la calidad representativa de las democracias europeas. Algunos ejemplos concretos de ello, han sido la misma crisis de legitimidad popular del proyecto europeo, cuando hace más de una década, las poblaciones de países fundadores de la Unión, como Francia y Holanda, rechazaron la consagración de la Constitución europea y abrieron la puerta a los “arreglos parlamentarios” que derivaron en el Tratado de Lisboa de 2009, lo cual implicó un gravísimo precedente, ya que institucionalizó una fuga hacia delante de un proceso político, económico, financiero y monetario, que, en buena medida, era rechazado por la población.
Y, más cercano en el tiempo, la crisis griega de 2014-2015, fue otra demostración contundente del vaciamiento de la institucionalidad democrática en la Unión. En efecto, el hecho que Syriza, una agrupación política que se había plantado contra el sistema, haya encarado, en julio de 2015, una consulta popular para que la población decidiera si se aceptaba o no la aplicación de un brutal paquete de ajuste económico y social que era propuesto por el Banco Central Europeo, la Comisión Europea y el FMI en el marco de las negociaciones por la deuda griega, parecía vislumbrar una luz de esperanza a los efectos de generar una corriente política y social que intentara pararse como alternativa a lo existente. Sin embargo, y aún con el apoyo masivo de la población, que votó en contra del paquete de ajuste, lo cual no implicaba querer salir de la zona euro, sino negociar en mejores condiciones, las autoridades decidieron desconocer las consecuencias del resultado y avalar el proceso de ajuste que fue negociado con la burocracia europea.
Este último antecedente, ha sido el golpe de gracia a la confianza pública de vastos sectores de la comunidad europea, a tal punto que parece haberse ensanchado la brecha entre la percepción social de los “beneficios” del proyecto integracionista de la Unión Europea y las reales consecuencias de las medidas que se han adoptado en los últimos años, al compás del agravamiento de la crisis política, económica y social. Nos preguntamos si esta peligrosa brecha tiene, como contracara, la ausencia de alternativas de poder reales que permitan sugerir otros horizontes a los pueblos de Europa.
Ahora, la complejidad del análisis que deja el Brexit, no se agota en el debate creciente sobre las consecuencias políticas, económicas y sociales que esta decisión puede tener para los británicos y los europeos en general, en la perspectiva del proyecto de integración. Con ello, sugerimos que hay un conjunto de aspectos de carácter geoeconómico, geopolítico y del ámbito de la política exterior que es fundamental identificar en orden a encarar un balance preliminar sobre las posibles consecuencias del Brexit.
Desde la economía a la geopolítica. Desde China y Rusia, hasta la Argentina. El Brexit en perspectiva.
Desde nuestra óptica, hay otros tres grandes planos de análisis que deben ponerse sobre la mesa a la hora de encarar un intento por comprender qué certezas e interrogantes nos deja el Brexit.
En primer lugar, Gran Bretaña es un actor fundamental en el orden de las geofinanzas, ya que la city londinense es la segunda plaza financiera del mundo luego de Wall Street y, además, el Reino Unido, junto con otros territorios pertenecientes a la Unión, es uno de los paraísos fiscales más relevantes, todo lo cual lo ha convertido en el centro neurálgico de las finanzas europeas y un eje fundamental en el manejo de las transacciones vinculadas a las colocaciones de deuda y al movimiento mundial de capitales. Este particular peso específico, ha implicado que Gran Bretaña conservara un status especial en materia de negocios bancarios y financieros y, en el marco de la Unión Europea, ello ha significado que los británicos accedieran a una especie de “pasaporte europeo” en términos de la preeminencia que el sector financiero británico ha tenido para conservar y consolidar su hegemonía en el control de los servicios financieros de la Unión Europea. De hecho, el comisario encargado de los asuntos financieros de la Unión- que, al momento de conocerse los resultados oficiales del Brexit, renunció- es británico.
En este punto, la dinámica que el Brexit podría desencadenar, está lejos de ser clara y remite, en verdad, a interrogantes que es necesario plantear. Por un lado, nos preguntamos si la formalización de la salida británica implicará la traslación del centro estratégico de las finanzas a la ciudad de Frankfurt, Alemania, que es el otro gran centro financiero europeo. Esta pregunta, resuena mucho más claramente a la luz de las grandes responsabilidades políticas que le caben a Alemania por ser la primera economía de la Unión y por el hecho que, desde el punto de vista financiero, ha funcionado una alianza tácita entre las Administraciones Merkel y Cameron en los últimos años. A tal punto ha llegado el entramado de intereses en común, que Alemania- junto con Francia- han sido los países que han avalado la propuesta de Cameron en pos de someter la continuidad del Reino Unido en la Unión, con la perspectiva de renegociar las ya ventajosas condiciones que Gran Bretaña ha tenido desde su entrada formal en la Unión, en 1973. En efecto, estas cuestiones que se pretendían renegociar, incluían liberalizaciones de compromisos económicos del Reino hacia la Unión y, fundamentalmente, la liberalización de los acuerdos para la “regulación” de la recepción de refugiados, que ha sido uno de los ejes dominantes en los debates de campaña de cara al referéndum. Aquí vale recordar lo que ha sido una constante histórica: desde su ingreso más tardío en 1973, Gran Bretaña ha gozado de acuerdos especiales tanto en materia económica, financiera y monetaria- nunca abogó por un compromiso para entrar en la zona euro-, como en lo que respecta a la política de fronteras y movimiento de comunitarios y extranjeros.[5]
A su vez, otro interrogante que surge del rol financiero de Gran Bretaña y lo que podría ocurrir con su salida de la Unión Europea, remite a su vínculo especial con los Estados Unidos. En tal sentido, nos preguntamos si esta reafirmación de la autonomía financiera, podría dar pie para el fortalecimiento de la alianza transatlántica con Estados Unidos, expresada en el objetivo de consolidar el control y la hegemonía de las finanzas globales desde la esfera anglosajona, ante el avance de otros poderes rivales como Rusia o China. En este aspecto, el devenir de los acontecimientos que lleven, finalmente, al “desenganche” del Reino Unido de la Unión Europea en el plazo máximo de dos años estipulados por el Tratado de Lisboa, podría ponernos ante la eventualidad que los británicos decidan profundizar políticas mucho más flexibles y porosas en lo que respecta al control de capitales y avanzar en mayores desregulaciones en materia fiscal y financiera, de modo tal que podrían estar en mejores condiciones relativas para “competir” con otras plazas financieras y con la misma Europa, al costo de “abandonar” las promesas del mismo Cameron y del conjunto de la dirigencia política británica, sobre la necesidad de adoptar acuerdos internacionales contra las prácticas de evasión fiscal de las empresas multinacionales y la circulación de capitales originados en delitos complejos de escala planetaria.[6]
Un segundo cúmulo de cuestiones, remite al ámbito de lo geoestratégico y geopolítico. El Reino Unido es una de las dos potencias militares con capacidad nuclear en la Unión Europea junto con Francia. Asimismo, Gran Bretaña es uno de los integrantes de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) que ostenta las mayores responsabilidades estratégicas en lo que respecta a la garantía de la seguridad europea y, simultáneamente a ello, es uno de los grandes contribuyentes materiales en las políticas de defensa de Europa, en un contexto en el que ha funcionado como el ariete o pivote fundamental de los designios geoestratégicos de los Estados Unidos en Europa. Si se tiene en cuenta que la Unión no ha desplegado- ni pretendía hacerlo hasta el presente- algo parecido a una política de defensa común que implicara ganar espacios de autonomía en relación a los Estados Unidos, la salida de los británicos de la Unión podría implicar la reaparición de propuestas continentales relacionadas con el establecimiento de mayores grados de autonomía en lo que respecta a las políticas de seguridad y defensa. Por ahora, el devenir de este capítulo de la relación, es un gran interrogante.
Por otro lado, Gran Bretaña, como miembro fundamental de la OTAN, ha sido uno de los grandes baluartes del sostenimiento de las políticas de contención y sanción dirigidas a la Federación Rusa, en el contexto de la guerra ucraniana y la decisión geopolítica rusa de retomar el control de la península de Crimea en 2014. Esta jugada geoestratégica y militar, implicó la puesta en marcha de sanciones económicas, comerciales y financieras dirigidas contra el aparato económico ruso y sus principales dirigentes, y el rol de Gran Bretaña en esas medidas fue crucial, junto con Estados Unidos y otros aliados de reciente entrada en la Unión Europea y que han pertenecido al espacio territorial que, durante la Guerra Fría, estaba bajo control de los soviéticos en Europa Oriental. Nos referimos a naciones como Polonia, República Checa y los países bálticos, que se han transformado en ariete de la avanzada de la OTAN frente a las fronteras de Rusia. En efecto, Putin percibe la amenaza creciente, incentivada por la dupla Estados Unidos-Gran Bretaña, lo cual ha generado inestabilidad en toda la región euroasiática, con repercusiones difíciles de predecir. En este contexto, nos preguntamos cómo podría jugar la salida de los británicos en términos de la percepción de seguridad de Europa ante Rusia, y en función de las políticas vinculadas a las transacciones sobre recursos estratégicos vitales como los hidrocarburos en el gran espacio europeo y asiático.
Otro de los desafíos de carácter geopolítico que cruzan los intereses vitales de Gran Bretaña, están relacionados con la paciente construcción de una “relación estratégica” con China, que se ha expresado, en 2015, con la adhesión británica al proyecto de Banco Internacional de Finanzas e Inversiones[7], que forma parte de la estrategia de exportación de capitales y de influencia financiera y comercial que los chinos están desplegando, muy fuertemente, desde comienzos de siglo. Parte de estos proyectos, vinculan al gran espacio euroasiático con la reconstitución de la denominada Ruta Comercial de la Seda, que implicaría la creación de un enorme corredor territorial y marítimo que une el extremo oriente con el centro de Europa. La interpretación de estas grandes jugadas, debe hacerse a la luz de la dinámica de acuerdos energéticos y comerciales entre Rusia y China, que podrían significar el establecimiento de un nuevo centro de poder con proyección a toda la región euroasiática. En ese escenario de rivalidades crecientes, la posibilidad de la consolidación de un vínculo financiero especial de Gran Bretaña con China, iría de la mano del avance o retroceso relativo de la agenda autonómica británica.
Finalmente, y muy ligado a los acontecimientos referidos, identificamos otro cúmulo de fuerzas y tendencias que están relacionadas con la evolución de las prioridades británicas en materia de política exterior. En este plano, pueden recorrerse varios escenarios, muchas veces interconectados. En lo global, nos preguntamos si la salida de Gran Bretaña de la Unión podría generar modificaciones relevantes en las negociaciones para la conclusión de un acuerdo de libre comercio integral entre Estados Unidos y la Unión Europea. Ello cobra mayor relevancia a la luz de las mismas expresiones del presidente estadounidense Obama[8], quien, ante el escenario próximo de la votación por el Brexit, había expresado muy claramente que tal eventualidad alejaría a los británicos de los beneficios de un acuerdo comercial a gran escala. A su vez, los próximos acontecimientos en materia de política exterior, en lo que respecta a la evolución de las prioridades comerciales europeas, se cruzan con las rondas de negociaciones pendientes con los países del Mercosur. Los acontecimientos de los primeros meses de 2016 en la región sudamericana, preanunciaban mayores chances para el logro de un acuerdo final con la Unión Europea a partir de la llegada al poder de la Administración Macri y la toma de posesión del gobierno interino de Temer en Brasil en el marco del juicio político contra la Presidenta Rousseff. En este entramado, no resulta claro que la salida de Gran Bretaña de la Unión signifique un escollo insuperable para la finalización de las negociaciones comerciales entre ambos bloques, más aún cuando son los intereses agrícolas de otros países como Francia o Polonia, los que pueden jugar un peso más relevante en orden a la finalización exitosa de las rondas de negociaciones.
Por su parte, dentro de la problemática de la política externa, y en vinculación con el entorno geoestratégico del Atlántico Sur, aparece el conflicto por la soberanía de las Islas Malvinas y los espacios adyacentes, con la proyección sobre nuestra plataforma continental y la Antártida. Como ya es de público conocimiento, los dominios y territorios de ultramar que están todavía en poder de Gran Bretaña, están incluidos como espacios territoriales soberanos del Reino Unido, reconocidos por el Tratado de Lisboa. En este sentido, nos preguntamos si el Brexit podría significar un debilitamiento del apoyo legal y político-diplomático de Europa a la posición británica en lo que respecta a estos territorios y, particularmente, a las Malvinas, que es el aspecto que nos interesa en función de constituir uno de los ejes de la política exterior argentina. Asimismo, nos preguntamos si algunos de los países integrantes de la Unión, podrían encarar posturas más flexibles de cara al reclamo soberano de la Argentina. Puede pensarse, en esta línea, en la situación de España, que hace más de tres siglos reclama al Reino Unido la restitución de Gibraltar.
A modo de conclusión…desde la Argentina.
En estas líneas, hemos intentado encarar un complejo ejercicio de descripción e interpretación del conjunto de consecuencias que podría deparar la consolidación del Brexit. Dada la complejidad de los escenarios cruzados- que van desde lo financiero-comercial, lo social y político-institucional, lo geopolítico y el orden de las políticas exteriores y de defensa-, estimamos que la posibilidad de predecir, con cierto grado de certeza, el devenir de los acontecimientos, resulta una tarea de muy difícil consecución.
Sí creemos que es importante, en función de los intereses vitales y los objetivos de política externa de nuestro propio país, encarar un seguimiento pormenorizado de los desafíos que una Europa en ebullición y con perspectivas de conflictos secesionistas puede plantear.
En este aspecto, hay un plano de la discusión político-institucional en Europa, que ha emergido con nitidez a partir de la crisis política, económica y social del espacio de integración, y que se agrava con la perspectiva de la salida de Gran Bretaña. Nos referimos a las condiciones de posibilidad de una política transformadora, autónoma de los grandes poderes económicos que hoy se manifiestan con toda crudeza en Europa y que pueda encarar el desafío de una reconstrucción de nuestros regímenes democráticos hoy vaciados de contenido y participación. La búsqueda de estas alternativas, desde la Argentina y en un contexto de agravamiento de las tensiones mundiales que se expresan en diversos escenarios de alta conflictividad por el control y acceso a recursos de poder, parece requerir una reformulación de nuestros modos de intervención, tantos conceptuales como empíricos, lo cual es, de por sí, una tarea desafiante y de difícil pronóstico, pero que es necesario encarar más temprano que tarde.
[1] http://www.bbc.com/news/uk-politics-36616028
[2] https://www.theguardian.com/commentisfree/2016/jun/24/the-guardian-view-on-the-eu-referendum-the-vote-is-in-now-we-must-face-the-consequences
[3] http://www.lanacion.com.ar/1912687-los-tories-se-lanzan-a-una-guerra-civil-por-el-poder
[4] http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-302643-2016-06-25.html
[5] Nos referimos al Acuerdo de Schengen, que es un pacto, firmado en 1985 y que entró en vigor en 1995, por el cual, los países miembros se comprometen a establecer parámetros comunes para el tránsito de personas y para la vigilancia y control de la fronteras. Gran Bretaña, nunca ha sido parte plena de la Zona Schengen, y ha preservado limitaciones y prerrogativas.
[6] http://www.lanacion.com.ar/1913195-la-tentacion-de-ser-el-paraiso-fiscal-europeo
[7] http://www.jornada.unam.mx/2016/06/26/opinion/012o1pol
[8] http://www.jornada.unam.mx/2016/06/26/opinion/012o1pol