En la actual coyuntura, se pretende instalar la imagen de una Argentina al borde de un verdadero desbarajuste en su funcionamiento económico como consecuencia del impacto negativo que, en materia de consumo e inversión, suponen las restricciones a las importaciones dispuestas por la estrategia gubernamental por la vía del uso de licencias no automáticas. Frente a esta caracterización conviene señalar que la Argentina no es Africa, en el preciso sentido de afirmar que nuestro país cuenta con capacidades humanas y productivas suficientes como para llevar adelante un proceso de sustitución de importaciones, proceso que, por otra parte, es imprescindible si se quiere transitar un camino que suponga reindustrializar el país y abrir la puerta al desarrollo económico, más allá del mero crecimiento del nivel de actividad.
Ahora bien, señalar lo expuesto no exime de considerar que las restricciones a las importaciones dispuestas por la estrategia oficial no tienen tanto que ver con una estrategia seria de sustitución de importaciones, sino con una medida que intenta dar respuesta a una determinada coyuntura comercial: aquella que se preocupa del signo que adopta el saldo comercial (superávit, y no déficit) sin importar el contenido que está detrás de dicho resultado (es decir, si se construye sobre la base de exportar recursos naturales y/o commodit ies industriales de bajo valor agregado). En efecto, de 2003 a 2010 (con la sola excepción de 2009), la tasa de crecimiento de las cantidades importadas ha superado (en general, más que duplicado) la tasa de crecimiento de las cantidades exportadas.
Lo expuesto supone que el tan mentado saldo comercial se sostiene por la vigencia de una coyuntura internacional que define favorables términos de intercambio para los bienes que nuestro país exporta y que tienen la función de ocultar los profundos desequilibrios productivos que reflejan el crecimiento exponencial de las importaciones. Más aún, el contenido que está detrás del saldo comercial revela que es en virtud de un perfil de especialización primario (y, por ende, con baja tracción sobre el empleo y sobre la capacidad de innovación tecnológica) que el superávit enmascara los profundos desequilibrios industriales de los intercambios comerciales de nuestro país con el resto del mundo.
Si se desagrega el saldo comercial de los últimos años (2005/2009), se observa que hay una serie de sectores donde nuestro país no sólo cuenta con posibilidades concretas de encarar un proceso de sustitución de importaciones sino que dichos sectores requieren de la protección arancelaria para sostenerse, toda vez que tienen que hacer frente a la competencia de países (China y Brasil) con menores costos salariales y mayores escalas productivas. Son los sectores que presentan el mayor componente de tracción sobre el empleo doméstico, como el textil y el calzado. En otros, sin restringir importaciones, se puede sustituir importaciones a partir de una regulación pública eficaz sobre los actores con posiciones dominantes, como las producciones de insumos de uso difundido: químicos, plásticos y cauchos; papel; cemento y metales comunes.
Por último, están los sectores en que el déficit comercial se explica por el profundo atraso que en materia de modernización del aparato productivo ha iniciado el sendero de desindustrialización inaugurado en 1976: a saber, los sectores productores de bienes de capital (maquinaria y aparatos eléctricos, material de transporte e instrumental de óptica y fotografía). Está claro que sobre estos la mera protección arancelaria no garantiza la sustitución de importaciones; tan claro como que los profundos desafíos productivos de esta Argentina van más allá de la mera preocupación por el signo del saldo comercial.
Al fijar la mirada en las ramas industriales, se hace patente la necesidad de encarar a fondo un proceso generalizado de sustitución de importaciones. De las 22 ramas industriales, sólo una (alimentos y bebidas) presenta un saldo comercial positivo significativo. Luego de ella, sólo la rama de metales comunes presenta un saldo comercial de importancia, mientras que las dos ramas restantes que no presentan déficit (cuero y madera) están más cercanas a una situación de equilibrio antes que a aportar significativamente al saldo comercial. El resto de las 18 ramas industriales se caracteriza por un resultado negativo en el intercambio comercial; las más abultadas son las que mayor progreso técnico aportan (tal es el caso de la rama de maquinaria y equipo, equipos de radio y TV; automotores, instrumentos ópticos), así como también es significativo el déficit en algunas ramas de insumos de uso difundido (caso químico, caucho y plástico).
Por lo expuesto, las restricciones a las importaciones son un paso necesario si se quiere avanzar en un proceso de sustitución de importaciones que suponga un mayor nivel y amplitud al proceso de producción local. No son sino el instrumento para un fin. Por lo tanto, si esta decisión se inscribe solamente en la necesidad de mantener el saldo comercial sin modificar el esquema productivo, lo que se está buscando, sin decirlo, es enfriar o contener (como se lo quiera señalar) el nivel de actividad, poniendo un freno al proceso de reactivación económica, e inmolando en el altar del superávit la necesidad de un replanteo del perfil productivo e industrial de nuestro país.