Por Laura García Tuñón – Directora de Coordinación Comunitaria de la Legislatura Porteña y Dirigente de Unidad Popular- CABA
Desde adolescente, cada fin de año, brindaba en nombre de los 30 mil detenidos desaparecidos. Ese fin de año de 2004, me fue imposible brindar. La tristeza y el dolor ante la muerte de tantos pibes y pibas en el boliche Cromañón fue infinita. El horror se instaló. Mi instinto de madre, de maestra hizo que comenzara a llamar a hijos, sobrinas y amigos para preguntar cómo estaban. Una fiesta, un recital, un sueño de tantos, se convertía en pesadilla. Y no podía dejar de mirar una tras otras las imágenes, las notas, las declaraciones, las búsquedas. Y las lágrimas y el dolor se apoderaban de todo.
Y allí comenzamos a ver y saber de la corrupción. Puertas de salida de emergencia cerradas, matafuegos vencidos, fallas en la ventilación, coimas y más gente que la permitida. El desastroso operativo de emergencia, la tardanza de las ambulancias, la falta de insumos, mucho esfuerzo de médicos y socorristas que carecían del oxígeno necesario. Autobombas sin presión de agua. Descontrol y falta de organización ante la emergencia que hizo que los familiares recorrieran una y cien veces a los hospitales en busca de sus hijos e hijas. Y más dolor y más lágrimas.
Pero también comenzamos a conocer de la solidaridad de los pibes que entraron una y otra vez a salvar a otros y otras. De los vecinos cercanos a la morgue o al centro de informes de la calle Junín, que acercaban a los familiares agua, caramelos y consuelo.
Y nuevamente los medios de comunicación empezaron con la pavada, los inventos de guarderías infantiles en los baños y de la búsqueda de culpables entre los pibes. El culpar a las familias por “dejar ir” a los chicos al boliche, de no cuidarlos. Culpar a los jóvenes por ir con sus hijos al recital. Culparlos por escuchar rock. Culparlos por ser jóvenes.
Pero a los funcionarios, no los nombraban. Nadie decía que la familia presidencial seguía de vacaciones y que no hablaban de lo que pasó. Nadie hablaba de que el Jefe de Gobierno porteño, antes de recibir a las familias, se reunió con los empresarios de “la noche porteña”.
Y a los pocos días comenzaron las marchas a Plaza de Mayo en búsqueda de explicaciones, en búsqueda de consuelo, en búsqueda de juntarse entre los que sufrían la pérdida de 194 amigos, hermanos o hijos. En búsqueda de consuelo entre los más de mil heridos. Y empezamos a cantar “ni una bengala, ni el Rock and Roll, a nuestros pibes los mató la corrupción”. Y a las marchas las comenzamos a acompañar los que sentimos que fuimos víctimas del “crimen social”, como decía Engels. Y allí fuimos las organizaciones sociales, los partidos políticos y el pueblo en general, que lloraba y se dolía ante tanta muerte joven, tantos heridos jóvenes. Muchos quisieron aprovechar políticamente ese dolor. Pero, como siempre, el pueblo es sabio y los sacudió como quien quita a las moscas que se acercan a los dulces.
Desde la CTA Capital hicimos una convocatoria a partidos políticos, organizaciones gremiales y organismos de DDHH, y difundimos el 6 de enero un comunicado en donde exigíamos la constitución de una comisión investigadora en la Legislatura porteña que “indague a fondo y sin pausa toda la cadena de responsabilidades” involucradas en la masacre de República Cromañón. Y señalábamos “dos grandes causas” de la tragedia: “Un Estado ausente, y por lo tanto cómplice, y la codicia voraz de empresarios inmorales”. Los firmantes destacamos que la catástrofe “expresa crudamente la crisis de un sistema inhumano y perverso del que éste ha sido uno de sus emergentes, visible y mediático, pero no el único”. “Allí están –agregaron– los centenares de chicos que mueren diariamente por desnutrición o falta de asistencia médica y las decenas de víctimas del descontrol en la noche porteña, donde cotidianamente se produce la muerte de chicos y chicas por el gatillo fácil, las agresiones de los ‘patovicas’ o la violencia asociada con las drogas”.
Y las marchas seguían. Y con el paso de los días, el caminar por las marchas, era prestarse a poner la oreja, a escuchar a cada una a los padres necesitados de contar. Pocos días antes de reanudar las clases, recuerdo haber compartido la caminata con un papá. Me contaba que su hijo era alumno de una escuela Técnica de Barracas. Que había muerto en Cromañón, pero que sus compañeros de escuela lo visitaban en su casa, lo llamaban. Y allí comenzamos a charlar sobre la necesidad de trabajar en las escuelas con todos esos pibes y pibas que habían quedado. Que necesitábamos acompañarlos en ese transe para elaborar la pérdida de sus amigos. Porque los pibes siempre se sienten invencibles. Pero esta vez la desidia y el abandono del Estado los había atravesado más fuerte que otras veces. Porque esta vez eran 194 los que no iban a estar. Y eran muchos cientos que tenían una marca en sus cuerpos y en sus cabezas, que jamás iban a olvidar. En la Ciudad se instituyó en todas las escuelas secundarias el 30 de marzo como el Día de Reflexión y de Homenaje a las Víctimas de Cromañón. En la provincia de Bs As, no se cumple.
Hoy, 10 años después, el dolor continúa. Ante las pérdidas de la vida o las secuelas, el dolor siempre seguirá. Pero el dolor debería haberse atenuado si la impunidad no siguiera. El jefe de gobierno fue destituido. Se hizo el juicio penal a los responsables, pero sólo Chabán terminó su vida preso. Los sobrevivientes tuvieron que pelear una ley para que el Estado de la Ciudad se hiciera cargo de la atención médica y psicológica y para que pagara un subsidio hasta que el juicio civil termine. Muchos critican a los músicos, muchos los defienden. Pero todos se ponen de acuerdo ante la responsabilidad política, la corrupción estatal y empresaria. También sabemos que para la cultura de las bandas de rock, la historia cambió.
Cromañón nos pasó a todos.
El Estado ese 30 de diciembre no cuidó a su prole.
Las organizaciones políticas y sociales, seguiremos acompañando las Marchas de Cromañón, porque el dolor no terminó y porque aún reclamamos justicia.