Por Oscar Taffetani
(APe).- «Egipto -leemos en un libro de Historia que ya cumplió cien años- no se halla ahora bajo el poderío turco, puesto que cayó en las manos comerciales de la poderosa Inglaterra. Las personas que están al corriente de la gran miseria que invadió la India cuando quedó sometida a ese mismo dominio, pueden fácilmente presentir la suerte que espera a este desdichado país. He demostrado en un capítulo anterior la inmensa necesidad en que los especuladores europeos sumieron a los labradores egipcios, hace algunos años, pero esta miseria era una suerte de edad de oro comparada con la que les espera. El fellah se verá sometido como el indio a uno de esos engranajes metódicos, formidables y lentos, que exprimen y desmenuzan sin ruido, hasta que no queda nada que sacar. En cuanto a los antiguos monumentos árabes que todavía hay en El Cairo, parecen destinados a sufrir la suerte de los de la India, desapareciendo rápidamente para sustituirlos con cuarteles y otros edificios análogos, pues la demolición se verifica con tal rapidez que indica que terminará muy pronto».
Escribimos alguna vez –a propósito de ese maravilloso, diverso e inagotable continente que es el Africa–, que podía ser visto como un «retrato de Dorian Gray» de Europa, es decir, como un espejo que devuelve con exactitud la imagen de los crímenes cometidos. Y a cada bucle de oro y cada manifestación de abundancia del metafórico Dorian Gray le corresponderá una silueta oscura, de hambre y miseria, pintada en la tela del retrato.
También nos preguntábamos en octubre de 2002, al reinaugurarse durante el gobierno de Hosni Mubarak (y bajo el auspicio de la Unesco) la Biblioteca de Alejandría, qué iría a pasar con las nuevas generaciones egipcias, al vincularse a través de la red y las nuevas tecnologías con la movediza sociedad de la información y del conocimiento. Hasta hicimos una lista de libros que sugestivamente no figuraban en el catálogo, sugiriendo con humor su adquisición y exhibición en los estantes.
La historia, como siempre ocurre, responde a cualquier pregunta que le hagamos. Será más tarde o más temprano, con una caricia o una bofetada, y siempre será una voz o un aullido inconfundiblemente humano lo que nos baje de la ensoñación y del deseo al áspero territorio que vulgarmente llamamos realidad.
Saludo a un pueblo que lucha
Las cadenas de noticias, siguiendo la cartilla de procedimiento, redondean las cifras al contar los muertos de la inédita rebelión de masas que vive Egipto. Así, nos informan de los primeros 10, de los primeros 50, de los primeros 100 y a la fecha de los 300. Y por ahora no tienen nombre, ni rostro, ni señas personales.
Paradójicamente, en el momento en que hay mayor cantidad de medios electrónicos y digitales de comunicación, ese gobierno vertical y despótico de Mubarak (al que apoyaron y sostuvieron por décadas Israel y los Estados Unidos, acotemos) utiliza hoy como medida de seguridad -de seguridad propia- el bloqueo de Internet y las redes de telefonía celular, que constituyen un arma democrática poderosa, en manos de los jóvenes.
En cuanto a los jóvenes, que son amplia mayoría en las multitudes movilizadas, nos permitimos hacer un cálculo rápido en base a ciertos hitos históricos. Un niño o niña egipcia nacidos en 1967, tras la derrota en la Guerra de los Seis Días (que marcó la declinación del sueño del socialismo árabe, impulsado por Nasser), tiene hoy 44 años. Es un adulto joven. Y si nació en 1981, tras la trágica muerte del presidente Anwar El Sadat (y el comienzo del ciclo de Mubarak), tiene 30 años. Este simple cálculo nos dice que los niños, los adolescentes y los jóvenes de El Cairo, grandes protagonistas de la pueblada que terminará con el régimen de Mubarak y que abrirá un nuevo ciclo en la historia del Egipto moderno, no cargan con la memoria ni con las frustraciones ni con las inhibiciones de sus generaciones mayores. Ellos son una realidad en sí mismos, y no tienen deudas con el pasado.
Algo nuevo pasa en París, en Atenas, en Túnez, en El Cairo (nombramos al azar algunas capitales, pero son muchas más). Algo nuevo pasa y son los jóvenes excluidos del sistema los protagonistas. Ellos pelean por el pan y por el trabajo. Pelean por la tierra. No soportan la prepotencia ni el militarismo. No tienen miedo. Si en el vértice de la pirámide -ya que hablamos de Egipto- no los quieren oír, ellos encontrarán la manera; ellos encontrarán la furiosa y jubilosa manera de hacerse escuchar.
Edición: 1947
egiptofreedon12(APe).- «Egipto -leemos en un libro de Historia que ya cumplió cien años- no se halla ahora bajo el poderío turco, puesto que cayó en las manos comerciales de la poderosa Inglaterra. Las personas que están al corriente de la gran miseria que invadió la India cuando quedó sometida a ese mismo dominio, pueden fácilmente presentir la suerte que espera a este desdichado país. He demostrado en un capítulo anterior la inmensa necesidad en que los especuladores europeos sumieron a los labradores egipcios, hace algunos años, pero esta miseria era una suerte de edad de oro comparada con la que les espera. El fellah se verá sometido como el indio a uno de esos engranajes metódicos, formidables y lentos, que exprimen y desmenuzan sin ruido, hasta que no queda nada que sacar. En cuanto a los antiguos monumentos árabes que todavía hay en El Cairo, parecen destinados a sufrir la suerte de los de la India, desapareciendo rápidamente para sustituirlos con cuarteles y otros edificios análogos, pues la demolición se verifica con tal rapidez que indica que terminará muy pronto».
Escribimos alguna vez –a propósito de ese maravilloso, diverso e inagotable continente que es el Africa–, que podía ser visto como un «retrato de Dorian Gray» de Europa, es decir, como un espejo que devuelve con exactitud la imagen de los crímenes cometidos. Y a cada bucle de oro y cada manifestación de abundancia del metafórico Dorian Gray le corresponderá una silueta oscura, de hambre y miseria, pintada en la tela del retrato.
También nos preguntábamos en octubre de 2002, al reinaugurarse durante el gobierno de Hosni Mubarak (y bajo el auspicio de la Unesco) la Biblioteca de Alejandría, qué iría a pasar con las nuevas generaciones egipcias, al vincularse a través de la red y las nuevas tecnologías con la movediza sociedad de la información y del conocimiento. Hasta hicimos una lista de libros que sugestivamente no figuraban en el catálogo, sugiriendo con humor su adquisición y exhibición en los estantes.
La historia, como siempre ocurre, responde a cualquier pregunta que le hagamos. Será más tarde o más temprano, con una caricia o una bofetada, y siempre será una voz o un aullido inconfundiblemente humano lo que nos baje de la ensoñación y del deseo al áspero territorio que vulgarmente llamamos realidad.
Saludo a un pueblo que lucha
Las cadenas de noticias, siguiendo la cartilla de procedimiento, redondean las cifras al contar los muertos de la inédita rebelión de masas que vive Egipto. Así, nos informan de los primeros 10, de los primeros 50, de los primeros 100 y a la fecha de los 300. Y por ahora no tienen nombre, ni rostro, ni señas personales.
Paradójicamente, en el momento en que hay mayor cantidad de medios electrónicos y digitales de comunicación, ese gobierno vertical y despótico de Mubarak (al que apoyaron y sostuvieron por décadas Israel y los Estados Unidos, acotemos) utiliza hoy como medida de seguridad -de seguridad propia- el bloqueo de Internet y las redes de telefonía celular, que constituyen un arma democrática poderosa, en manos de los jóvenes.
En cuanto a los jóvenes, que son amplia mayoría en las multitudes movilizadas, nos permitimos hacer un cálculo rápido en base a ciertos hitos históricos. Un niño o niña egipcia nacidos en 1967, tras la derrota en la Guerra de los Seis Días (que marcó la declinación del sueño del socialismo árabe, impulsado por Nasser), tiene hoy 44 años. Es un adulto joven. Y si nació en 1981, tras la trágica muerte del presidente Anwar El Sadat (y el comienzo del ciclo de Mubarak), tiene 30 años. Este simple cálculo nos dice que los niños, los adolescentes y los jóvenes de El Cairo, grandes protagonistas de la pueblada que terminará con el régimen de Mubarak y que abrirá un nuevo ciclo en la historia del Egipto moderno, no cargan con la memoria ni con las frustraciones ni con las inhibiciones de sus generaciones mayores. Ellos son una realidad en sí mismos, y no tienen deudas con el pasado.
Algo nuevo pasa en París, en Atenas, en Túnez, en El Cairo (nombramos al azar algunas capitales, pero son muchas más). Algo nuevo pasa y son los jóvenes excluidos del sistema los protagonistas. Ellos pelean por el pan y por el trabajo. Pelean por la tierra. No soportan la prepotencia ni el militarismo. No tienen miedo. Si en el vértice de la pirámide -ya que hablamos de Egipto- no los quieren oír, ellos encontrarán la manera; ellos encontrarán la furiosa y jubilosa manera de hacerse escuchar.