La remanida contienda campo versus gobierno que ha dado lugar a múltiples actos en apoyo de uno o de otro el día miércoles 18 nos obliga a precisar lo siguiente:
a) Entendemos que el modo en que se viene procesando el conflicto agropecuario, no sólo dificulta su solución sino que amenaza con clausurar la posibilidad de acuerdo entre sectores sociales que siendo necesariamente parte de cualquier proyecto nacional, aparecen hoy indebidamente confrontados.
En este sentido, observamos que en la Argentina de la desindustrialización existe una burguesía media rural, con capacidad y potencia económica, que debe ser parte de cualquier coalición política que pretenda transformar la argentina e incluso el propio rumbo que hasta hoy exhibe el sector agropecuario. No percibir esto y emblocar a todo lo que se denomina campo bajo el mote de oligarquía, es un acto de necedad que le hace un flaco favor al proceso de construcción de una nueva experiencia política en el país. Estamos convencidos además, que esto no se resuelve con un amontonamiento antikirchnerista donde conviven las mejores intenciones con expresiones de una derecha que resiste los intentos de regulación estatal; como tampoco con un frente oficialista debilitado por su ceguera y donde la regulación estatal aparece asociada con la corruptela y el negociado (ej.: Ricardo Jaime, Guillermo Moreno, etc.).
b) Sabemos que una lectura inteligente de lo que hoy ocurre obliga a entender que la conflictividad que acumula el sector agropecuario se asocia con la consolidación del monocultivo sojero, con su efecto en términos de destrucción del empleo, concentración de la producción y de la propiedad, desplazamiento de múltiples actividades y devastación ambiental. Discutir en serio significa garantizar la soberanía alimentaria, evitar que Argentina sea exportadora de pasto para el ganado de India, China y la Unión Europea y transformarla en serio en productora de alimentos para el mundo y, fundamentalmente, para la mesa de los argentinos. Esta estrategia se asocia de manera indisoluble a una política que mejore la distribución del ingreso y el poder adquisitivo de nuestro pueblo y que haga posible nuestro desarrollo sobre la base de transformar en públicas las rentas asociadas a nuestros recursos naturales (agro, hidrocarburos, minería, pesca, etc.). Está claro que este no es el rumbo del Gobierno, y está claro también que siendo estos temas parte de una de las organizaciones que integran el bando del campo, no son cuestiones que se escuchen del resto de las organizaciones que participan en esta contienda.
c) Rechazamos las antinomias falsas construidas en base al uso de símbolos que se declaman pero que no se ejercitan y rechazamos que pretendan obligarnos a pensar en base a aquella consigna que impuesta originalmente por el terror dictatorial, se actualizara luego por el terror a la inflación y al desempleo, y que fuera responsable de amordazar el pensamiento, expulsar del horizonte de los argentinos cualquier expectativa de cambio y destruir por lo tanto a la práctica política como instrumento de transformación. Esa consigna fue «cómo evitar lo peor». Las rebeliones populares del 2001 y 2002 desplazaron esa consigna y le abrieron la puerta a un proceso que incluso permitió materializar en el plano institucional avances indudables (juicio a los genocidas, renovación de la Corte, etc.). No se puede hoy volver a esgrimir la misma consigna. No se puede proponer volver a elegir lo menos malo. No hay nada peor que evitar, hay que ser capaces de construir la nueva experiencia política que necesitamos los argentinos.