Por Gustavo, de la Masa al Sur.
La intempestiva pero no tan sorpresiva renuncia del ex Canciller Jorge Taiana el pasado viernes 18 de junio y la confirmación del hasta ahora embajador en los Estados Unidos, Héctor Timerman, como nuevo Canciller, consolida el avance, dentro del Gobierno, de una línea de política exterior dispuesta a alinear progresivamente nuestros intereses vitales a los dictados de la agenda estratégica y de seguridad de los Estados Unidos en la región y en el mundo y, por otro lado, constituye una nueva confirmación de la ausencia de lineamientos estratégicos coherentemente conducidos en un plano tan sensible como es la planificación de la política exterior en función de los intereses vitales de la Nación.
Concretamente, quien ahora ha sido designado Canciller, no sólo ha gozado durante su período como embajador en los Estados Unidos de una llamativa independencia de criterio acompañada de un inusitado margen de maniobra que opacó al mismísimo Canciller, sino que- y esto es lo más relevante- fue y sigue siendo el principal operador de la «condena internacional» a Irán por el atentado contra la AMIA en 1994 dentro de la región y, como tal, ha desempeñado un papel clave en uno de los episodios más oscuros de la política exterior reciente de nuestro país.
No debemos olvidar que esta arista de la política exterior argentina- harto sensible para la agenda regional e internacional vinculada a la problemática de Oriente Medio- se ha transformado, durante el período kirchnerista, en un ariete que ha permitido, entre otras cosas, un permanente ejercicio de pragmática e indisimulable funcionalidad a los intereses estratégicos de los Estados Unidos, lo cual ha incentivado, simultáneamente, un espacio de desconfianza creciente con aliados clave en Suramérica- pensemos en Brasil y su reciente acuerdo con Irán y Turquía por la cuestión nuclear o en Venezuela- que llevan adelante estrategias de difusión y diversificación de su poder desde una clara perspectiva multipolar.
Este fútil e irresponsable ejercicio de «demagogia internacional» en un aspecto tan caro a intereses vitales de la superpotencia norteamericana aliada a los sectores sionistas que desempeñan un rol decisivo en la planificación y ejecución de la política exterior de los Estados Unidos, ha contado con el beneplácito del establishment político local que no ha dudado en sostener esta misma postura internacional, desmitificando, una vez más, las aparentes diferencias que existen entre oficialismo y oposición en los temas estructurales de la política exterior argentina.
Justamente, esta «entente cordiale» del régimen partidocrático- siempre disimulada y enmascarada- suele ser la contracara perfecta de la ausencia de lineamientos claros y contundentes en lo que respecta a la confirmación de una política exterior que reivindique concretamente un espacio de construcción de autonomía relativa en el marco de un proyecto de integración regional suramericano en dimensiones decisivas del poder mundial en la presente coyuntura como son los recursos naturales estratégicos, la problemática energética, la cuestión del transporte y las comunicaciones y la factibilidad de una integración económica, financiera y comercial con centro en nuestro hinterland suramericano.
En realidad, más allá del accionar de Timerman y el rol que ha desempeñado en la segunda administración kirchnerista como auténtico mentor del acercamiento a los Estados Unidos, la caída de Taiana permitió echar algo más de luz sobre la carencia estructural de una visión estratégica de política exterior que esté dirigida a la consolidación de nuestros intereses vitales innegociables que deben ser examinados al compás de las dimensiones de poder suramericanas y los procesos políticos nacional-populares consecuentes que le den sustento: la soberanía en Malvinas y el Atlántico Sur, el control de nuestros recursos naturales estratégicos, el avance de una agenda de integración continental suramericana ( más allá del cosmético nombramiento de Néstor Kirchner al frente de la Unasur) y la revalorización de nuestras Fuerzas Armadas en el marco de una nueva doctrina de defensa nacional con alcances regionales concretos.
En concreto, los tímidos avances que se habían emprendido desde la cumbre de Mar del Plata en noviembre de 2005- en la que se rechazó definitivamente el proyecto ALCA- pasando por la revalorización de una agenda suramericana que permitiera imponer un proceso de integración basado en los principios de la solidaridad y complementariedad regionales fuertemente sustentados en la tríada Argentina-Brasil-Venezuela, fueron puestos permanentemente en peligro por las referidas inconsistencias y, además, por la consumación de una línea de doble comando en el manejo de la política exterior del país, creando, en los hechos, un verdadero Ministerio de Relaciones Exteriores en las sombras, cuyo centro operativo era y sigue siendo el Ministerio de Planificación dirigido por Julio de Vido, desde cuyas oficinas se han desarrollado buena parte de los proyectos encarados con Venezuela, Brasil, Bolivia y Ecuador, entre otros actores regionales. Es importante señalar que, más allá de las denuncias que hoy se conocen sobre supuestas relaciones informales- fideicomisos mediante- con Venezuela, es fundamental identificar la precariedad e inconsistencia político-institucionales con los que estos proyectos son encarados, lo cual atenta contra la continuidad de los esbozos que, aunque aislados, están aun en carpeta en nuestros vínculos regionales.
Asimismo, otros hechos que han tomado notoriedad pública en los últimos días y que van desde la errática estrategia ante el caso de la pastera Botnia en Uruguay, las marchas y contramarchas en el vínculo comercial con Brasil, pasando por los traspiés en las negociaciones comerciales con los chinos y terminando en los referidos «canales paralelos» abiertos en la relación bilateral con Venezuela, son todos testimonios contundentes de la inexistencia de rumbo estratégico en la política exterior y, simultáneamente, de la falta de voluntad política para profundizar una línea de compromiso regional consistente ante los avances de los Estados Unidos.
Ante este cuadro, los cambios en la conducción formal de la política exterior argentina cristalizan el escenario de estancamiento y crisis del proyecto kirchnerista que se va desgajando lentamente al compás de las contradicciones ideológicas y materiales presentes en todas las dimensiones de la acción política interna e internacional.