Por Silvana Melo
Aquel ícono del burgués panzón y papudo -con la cadena áurea y ritual cruzándole la panza- que se oponía al niño de canillas mínimas pateando descalzo la tierra cayó con las crisis alimentarias de la segunda mitad del siglo XX, las transformaciones de la imagen cultural y las formas de distribuir injustamente los alimentos que siguen alcanzan-do para todos. Los ricos flacos y los pobres gordos invierten la iconografía de la brecha, tan tragedia como siempre aunque se modifiquen los arquetipos.
La desnutrición sigue siendo el arma exquisita de la exclusión que margina y mata. Pero la obesidad en los niños de sectores vulnerados -generalmente convertidos en paradojas de gordos con desnutrición crónica- es la triste imagen de la pésima distribución de los alimentos en uno de los países de producción más prolífica.
La tercera parte de los chicos de 11 a 13 años que asisten a escuelas públicas en situación de vulnerabilidad socio – sanitaria «presenta acumulación excesiva de grasa en el organismo», según un relevamiento para el Programa de Sanidad Escolar (Prosane) de Posadas, Misiones.
En Olavarría, Buenos Aires, a centenares de kilómetros, una medición del estado nutricional de 650 chicos de sectores pobres que se alimentan en comedores escolares determinó que «sobran grasas y faltan proteínas». La conclusión fue que «no hay desnutrición aguda pero sí sobrepeso».
La presidenta del Colegio de Nutricionistas y referente del área del Ministerio de Salud de Misiones, María Inés Zadarozne, analizó que «mientras se sube en la pirámide de ingresos la alimentación se hace más variada y más magra, se accede al pescado y a la carne de aves y aumentan las frutas y verduras».
El ícono publicitario del cuerpo fibroso y esbelto sólo es posible con un alto nivel de ingresos que coloque en la mesa verduras, frutas, carnes magras, proteínas y fibras. La salud y la belleza desprecian el tejido adiposo. Mientras la Organización Mundial de la Salud alerta sobre la obesidad como epidemia mundial, la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) habla de la desnutrición. Las dos son enfermedades de la pobreza. Con la extravagancia de la que gusta la injusticia del tercer milenio.
Aquel estereotipo del pibe fornido como garantía de la salud está tristemente derrotado en tiempos en que la canasta de los pobres se conforma con unos pocos alimentos que responden a necesidades urgentes como la sensación de saciedad (fideos, papas, panes, carnes grasas y azúcares). «El mercado de los pobres los provee de productos más grasos y azucarados a menor precio que los del consumo indiferenciado y masivo», observa la antropóloga Patricia Aguirre.
La mesa del día -acaso la única- tiene que estar poblada de alimentos rendidores, que propongan un cuerpo fuerte, preparado para el trabajo pesado. La fuerza está en el volumen, aunque falten las proteínas que conformen un aparato muscular potente. Los hidratos y las grasas se llevan por delante los platos de las familias en los arrabales sociales. Donde las frutas y verduras son de un exotismo definitivo: caras, generan baja sensación de saciedad -hay que consumir en cantidad- y escasez de gusto. Los platos -y por ende los pibes- son huérfanos de calcio, hierro, vitaminas y minerales. Los cuerpos son más gruesos y más bajos. Desnutridos crónicos, con un déficit de talla marcado como huella indeleble desde la niñez. Los que debían ser fornidos son gordos. Los que tenían que ser fuertes son flojos porque tienen escaso desarrollo muscular.
«Los pobres suman a la problemática de su alimentación deficiente la problemática de la segregación porque son el opuesto al ideal de belleza», dice la experta en nutrición misionera.
Más allá de las mesas familiares, los relevamientos de Posadas y Olavarría caen como chubascos sobre las políticas nutricionales del Estado a la hora de alimentar a los niños. La discusión del costo de cada plato en los comedores escolares bonaerenses fue dramática a principio de 2010 y el aumento vino acompañado de la restricción de los cupos. Las harinas, la carne picada blanca de grasas, la ausencia de verduras y frutas, marca desde las decisiones de inversión del Estado cuánto se considera un gasto la alimentación a la edad en que se define inexorablemente el futuro. En el medio, como marca brutal de la cultura caritativa, las colectas del sector esbelto, alto y fibroso piden de vez en cuando harina, polenta y azúcar para los pobres. Como un camino barato para dormir en paz.
Fuentes de datos:
Diarios El Territorio, Posadas y El Popular, Olavarría. Ricos Flacos y Gordos Pobres – La alimentación en Crisis. Patricia Aguirre.