Por Alcira Argumedo
Con las facetas de cinismo que lo caracterizan, Horacio Verbitsky (Página 12, 23/01/11) se refirió a la candidatura presidencial de Pino Solanas como meramente testimonial, en tanto es reacio a «cualquier combinación que contamine su pureza». En su argumento está implícito que la opción sería sólo entre los testimonial o un realismo político sin pudor de contaminarse con ciertas compañías, a fin de garantizar el triunfo del modelo kirchnerista. En Proyecto Sur estamos convencidos de que una de las claves para promover un proyecto de afirmación nacional y reivindicación popular, capaz de dar respuesta a los desafíos de un nuevo tiempo histórico, es una profunda reforma intelectual y moral –Leandro Alem o Amtonio Gramsci- planteando una ética que condene los negocios personales o de amigos con bienes públicos que son de todos los argentinos y redundan en duros perjuicios para gran parte de nuestro compatriotas. Hablamos de la necesidad de afrontar una dura batalla contra la corrupción, la entrega y el crimen organizado, que impregnan a la dirigencia argentina; de acabar con la naturalización del delito público. Es sabido que, más allá de los discursos o declaraciones, quien tiene las manos sucias no es el más indicado para librar este tipo de batallas.
Las afirmaciones de Verbitsky permiten hacer un ejercicio de realismo político, preguntándonos con quiénes debiéramos dejar de ser reacios si una candidatura pretende superar su carácter testimonial. Por mencionar sólo algunos nombres, tal vez sea preciso mirar con simpatía al gobernador sanjuanino José Luis Gioja, haciendo caso omiso de sus negocios con la Barrick Gold y el entusiasmo por eliminar montañas y glaciares, utilizar agua potable sin límites, contaminar las fuentes con cianuro, impregnar el aire con llovía ácida y dejar como herencia a las futuras generaciones diques de cola del tamaño del San Roque, rellenos de barro envenenado con tóxicos y restos de metales. Algo similar promueve Beder Herrera en La Rioja; sin embargo, su intento de devastar el cerro Famatina contrariando al resistencia de grupos de habitantes desesperados, no sería excusa para desairar un prometedor acuerdo político. Por qué voltear el rostro al formoseño Gildo Insfrán, quien aspira a construir una universidad y un barrio policial en tierras de comunidades indígenas, aunque para este propósito las policías oficiales y privadas deban eliminar algunos rebeldes que se resistan al despojo. No es bueno tampoco alejarse del misionero Maurice Closs si en su provincia mueren niños por desnutrición a causa de la desidia de los padres y las condiciones laborales de los tareferos son peores que las denunciadas hace más de medio siglo por Hugo del Carril en Las aguas bajan turbias. Ni hablar de las ventajas de aliarse con el salteño Juan Manuel Urutubey o el chaqueño Jorge Capitabich para profundizar el modelo: ambos muestran una marcada propensión al desmonte de bosques nativos y al desalojo de indígenas o campesinos bajo la bandera del progreso sojero;: para ellos lo de Tartagal fue un fenómeno de la naturaleza y el dengue no guarda relación con la migración de pájaros que se alimentan del mosquito. Verdaderos ejemplos para el idealismo de los jóvenes que aspiran a participar en política.
El rubo de las «administraciones comunales» tampoco debiera despreciarse desde la mirada de Verbitsky. En el caso de Ezeiza, la distracción de Alejandro Graneros, hijo del intendente kirchnerista del mismo nombres y uno de los responsables del control civil del aeropuerto de Morón, sólo facilitó a los hermanos Juliá partir hacia Barcelona con casi una tonelada de cocaína: obviamente, antes se realizaron otros viajes de prueba, porque no es lógico iniciarse con un embarque de esa magnitud. Los desarmaderos de autos, los laboratorios de producción y la distribución de paco o cocaína, la trata de personas, el gatillo fácil, entre otras actividades, no han sido afectadas después de casi ocho años de vigencia del kirchnerismo: las alianzas políticas impiden perjudicar a los aliados en sus intereses. El comportamiento de los barones del conurbano –que fueron testimoniales en las elecciones del 2009- es suficientemente conocido como para entrar en sus múltiples detalles. Las burocracias empresario-sindicales componen un tercer rubro de potenciales combinaciones no contaminantes: los matones ferroviarios que asesinaron a Mariano Ferreyra; los barras bravas acosando a bolivianos en el Indoamericano; los medicamentos truchos de las obras sociales y los vínculos de la efedrina con las campañas electorales; el descubrimiento del trabajo esclavo rural a más de sesenta años del Estatuto del Peón; la eliminación de cualquier atisbo opositor en sus elecciones democráticas; son algunos de los rasgos que caracterizan a esta columna vertebral de la construcción política kirchnerista; pero es absurdo ser reacios a estrechar relaciones con ellos. Los grupos de negocios amigos y algunos funcionarios han logrado en esto años enriquecerse con recursos públicos –sobreprecios, comisiones, subsidios, exenciones impositivas, retornos, trueques de favores y similares- además de ser personeros de nobles corporaciones mineras o petroleras, de exportadoras o de grandes bancos extranjeros. Verbisky nos critica por ser reacios a compartir una fuerza política con estos sectores; pero un movimiento nacional y popular que se sustente en tales pilares es tan creíble como las estadísticas del INDEC de Guillermo Moreno.
Por su parte, también Eduardo Aliverti (Página 12 07/025/11) califica de «postulación testimonial» por «representatividad quijotesca» a la candidatura presidencial de Solanas. Haciendo suya una idea de Néstor Kirchner, considera que antes o después «el escenario político quedará circunscripto a una gran fuerza inclinada hacia la izquierda y a otra volcada para la derecha» y advierte que se trata de fuerzas reales, no de «estampas testimoniales» como sería Proyecto Sur. En este esquema binario –que reproduce al bipartidismo bajo otras formas- el kirchnerismo sería la «gran fuerza inclinada hacia la izquierda» aunque la sus bases reales de poder sean los rubros antes mencionados. Cultura de la derrota que convoca al silencio, a la resignación, a la impotencia, a la complicidad: todo intento de construir algo diferente tiene como único destino ser testimonial o «hacerle el juego a la derecha»; porque los gobernadores, los barones, las burocracias patronales-sindicales, los grupos de negocios, no son otra manifestación de la derecha sino artífices de esa «gran fuerza inclinada hacia la izquierda». Esta experiencia ya la conocimos en los años noventa; con un similar realismo político, Chacho Alvarez y los grupos que conformaron el Frepaso nos acusaban de ser testimoniales por denunciar la orientación de su política y convocaron a integrar la tristemente célebre Alianza. Esas fracciones progresistas actuaron como pajaritos llamadores invitando a sus pares a confluir hacia su jaula-trampa; pero cuando la realidad mostró que era una trampa, porque encubrieron con sus trinos un proyecto no precisamente progresista, los pajaritos llamadores eludieron toda la responsabilidad. Tampoco esta vez vamos a ser cómplices de un entrampamiento; estamos convencidos de que es posible construir un movimiento político, social y cultural capaz de superar lacras que carcomen a la sociedad argentina y trazar un camino diferente: los jóvenes son los protagonistas principales de esa marcha y no deben ser engañados por los trinos de pajaritos llamadores.