Por Adrian Pietryszyn
La defensa de los derechos de los pueblos indígenas es un compromiso ineludible para quienes creemos en la posibilidad y la necesidad de una América Latina unida en su diversidad; quienes entendemos que la lucha y la resistencia no pasa sólo por las estrategias económicas y políticas que desde los Estados se pueden direccionar sino también desde la relación y comunión de nuestros pueblos, desde el compartir y el brindarnos apoyo en las experiencias comunitarias, organizativas y de resistencias, desde la conservación y protección de nuestras culturas, nuestros territorios, nuestras tradiciones y nuestras riquezas naturales.
El Encuentro por la Unidad Latinoamericana participó en el mes de mayo de la expedición a la Amazonia boliviana (Departamento del Beni) al territorio de los chimanes del Alto Río Maniqui, que realizó la Confederación de Pueblos Indígenas de Bolivia (CIDOB) con un grupo de apoyo del Foro Boliviano sobre Medio Ambiente y Desarrollo (FOBOMADE) y el Gran Consejo Chimán, cuyo objetivo consistió en visitar las comunidades y encontrarnos con los hermanos chimanes para realizar un diagnóstico sobre su estado actual, sus principales problemas y necesidades.
Lamentablemente lo que pudimos comprobar es un preocupante avasallamiento del territorio chimán por parte de agentes externos que entran a saquear sus recursos naturales, a explotarlos, a engañarlos, a robarles la dignidad. Los chimanes son un pueblo pacífico y amable que toda su vida vivió sencilla y sabiamente en la selva, de la caza, la pesca, la recolección. Sin más pretensiones que las de vivir tranquilos y en armonía con esas inagotables fuentes de vida que son el río y la selva. En la actualidad, este pueblo quiere continuar con su modo de vida.
Pero la ambición, el consumo, las necesidades del mercado, la voracidad de aquellos que buscan hacer negocios — todos valores ajenos a la cultura chimán — sumados a la ausencia casi total del Estado, han sido el motor para que madereros (cuartoneros), comerciantes, oreros, colonos, y otros agentes externos estén invadiendo, colonizando y destruyendo lo que hoy todavía continúa siendo un pueblo originario, una identidad, uno de los últimos resquicios donde el capitalismo aún no hay expandido sus lógicas y sus tentáculos, un sitio donde sencillamente tu dinero no vale. Ese mundo es el mundo de los chimanes.
¿Dejaremos que sigan derribando sus árboles, depredando descontroladamente el ecosistema?
Los animales cada vez se alejan más debido a la tala indiscriminada, y cazar, tarea que antaño era cotidiana y simple, se vuelve ardua y complicada ya que hay adentrarse en la espesura de la selva y esto implica alejarse demasiado de las aldeas.
¿Permitiremos que los comerciantes les sigan robando la dignidad a cambio de algunos productos?
Los chimanes hacen desde siempre el techo de sus casas con paños de la planta de jatata producidos artesanalmente por ellos mismos. Sin embargo, desde hace un tiempo, los paños de jatata se volvieron productos apreciados en un mercado que los requiere incesantemente. Los comerciantes les compran los paños a los chimanes por medio del sistema de trueque mediante el cual intercambian productos que no son necesarios para los chimanes. Ellos aceptan porque no tienen la noción del intercambio equivalente, convirtiéndose en víctimas de contantes abusos y relaciones de semi-servidumbre. En consecuencia, lo que sucede finalmente es que los chimanes están constantemente endeudados, y como si fuera poco, por productos que en rigor de verdad ni siquiera necesitan, productos que trastocan su forma de vida, la vieja historia de los espejitos de colores. La intromisión de los comerciantes es la peor forma de agresión que sufren los chimanes, ya que alteran completamente sus costumbres y cultura, generando la pérdida de saberes milenarios, que son reemplazados por el uso de bienes manufacturados. Además, transforman una economía familiar que se sustentaba en la división del trabajo entre hombres y mujeres en una economía dependiente de los intercambios con los comerciantes. Si el hombre está produciendo la jatata cuando debería estar cazando, pescando, recolectando o sembrando; lo que sucede es que al final del día falta el alimento.
Entonces, quién sino el comerciante proveerá los alimentos faltantes. En lugar de disfrutar los manjares que ofrece el río como el sábalo y el dorado, las familias chimanes terminan comiendo atún de lata. ¿Puede haber algo más humillante?
¿Miraremos hacia otro lado, mientras los buscadores de oro contaminan el río con mercurio matando a los peces?
De ninguna manera. La lucha de los chimanes es nuestra lucha, como lo es la lucha de todos los pueblos de la amazonia que en Bolivia, Perú y Brasil resisten a las petroleras y al avance civilizatorio. Un ejemplo de este tipo de aberraciones es el proyecto de la carretera Villa Tunari – San Ignacio de Moxos que aprobó el Estado Plurinacional y que partirá en dos al Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro Sécure (TIPNIS), destruyendo completamente lo que queda de las comunidades chimanes, yuracarés y mojeños, violando lo que la mismísima Nueva Constitución del Estado consagró como derechos.
Por eso, seguiremos acompañando a los hermanos chimanes en la defensa de su territorio, de su cultura y de su ancestral forma de vida.