Un pueblo tiene Soberanía Alimentaria cuando ejecuta sus propias políticas y estrategias de producción, distribución y consumo de alimentos para garantizar una alimentación cultural y nutricionalmente apropiada y suficiente para todos sus integrantes.
Soberanía es un término político que nos remite a la autodeterminación, a las decisiones de los pueblos. La alimentación es una de las necesidades básicas que tienen que satisfacer los pueblos, fundamental para la vida. El agua es también un alimento fundamental para la vida. O sea, agua y alimentación son materia y energía que nuestro organismo necesita reponer o consumir diariamente para vivir. No es una necesidad nueva y tampoco exclusiva de los humanos. No somos muy diferentes al resto de los animales y plantas en términos de necesidades de materia y energía. Podemos decir que nuestro género ha desarrollado técnicas de producción de alimentos que han ido alejándose de los principios generales de la naturaleza y han transformado a la alimentación en un negocio de acumulación de ganancias.
Originariamente es la naturaleza la que nos provee los alimentos, de origen vegetal o animal. Hace unos 10.000 años, durante el período Neolítico, se produce lo que conocemos como “la revolución urbana”, en la que dejamos de ser clanes nómades para establecernos en lugares fijos, que luego serán poblados, ciudades, etc. Esta revolución urbana implicó dos revoluciones, la de la agricultura y la del pastoreo. Dejar de recolectar de las plantas nuestros alimentos, para pasar a cultivar los mejores vegetales, de manera racionalizada en un espacio de tierra. Del mismo modo dejar de cazar los animales y comenzar a criarlos de manera racionalizada, eligiendo algunos de ellos.
Siguiendo los preceptos de la naturaleza para la producción de alimentos, hay dos elementos básicos para el cultivo y la crianza, que son el uso del suelo y el acceso al agua. La invasión de nuestro continente por parte de la barbarie europea a fines del siglo XV dio inicio al período conocido como capitalismo, determinado por la voracidad y la destrucción de la naturaleza para maximizar ganancias económicas, utilizando de manera indiscriminada el desarrollo tecnológico y científico sin medir las consecuencias ecológicas. Esa voracidad de la conquista tuvo y conserva aún, su peor característica saqueadora en la apropiación de territorios.
A partir de los años ’60 del siglo pasado el uso del suelo para la actividad agropecuaria comenzó a tener un signo fuerte de mecanización, donde se aplicaron gran parte de los avances tecnológicos logrados con la fabricación de maquinaria bélica y la disponibilidad de flujo monetario, que buscaron invertir en la industria alimentaria para hacer crecer las ganancias del capital. Con la excusa de reducir el hambre, fruto de esa voracidad capitalista, el capitalismo internacional inventó la llamada “revolución verde” para seguir apropiándose del suelo fértil, aplicando más y nuevas tecnologías, que lejos de reducir el hambre la acrecentaron, ya que gran parte de esa producción es destinada a otras industrias, como la producción de energía, la producción forestal y otros insumos para la industria de bienes y servicios.
En esa metodología de apropiación del suelo para la producción de insumos, nuestro país es uno de los que mayor concentración en pocas manos tiene del elemento territorio, llegando a la aberrante realidad de que el 92% de nuestra población habita en menos del 10% del territorio continental. A pesar de ser el octavo país más extenso del mundo y contar con la quinta región más grande de tierras con mejores condiciones del planeta para la agricultura, nuestra población vive hacinada en los bordes de las grandes ciudades sin tener acceso a una alimentación sana, segura y soberana.
¿Puede concebirse la soberanía alimentaria sin soberanía territorial? Claro que no. Alrededor de 30 millones de hectáreas cultivables de la Argentina hoy están afectadas a la producción de cereales destinados a los negocios de las grandes exportadoras de granos. Sin control del estado. Se estima que un tercio de la producción de granos se realiza de manera clandestina por puertos privados que evaden al fisco declarando sus exportaciones a simple declaración jurada, donde más del 80% de las exportadoras son extranjeras y la única de signo nacional está cuestionada por grandes defraudaciones y estafas a la administración pública.
¿Puede haber soberanía alimentaria sin soberanía económica y financiera? Tampoco. El capital financiero internacional también interviene en la producción agrícola con la colocación de producción de granos en el mercado internacional de capitales, bajo la denominación de commodities, que no son más que negocios de especulación financiera, cuyo exponente más visible es el mercado de granos de Chicago, que es referencia de precios de la producción de esos commodities. Además la comercialización de los alimentos está sometida a la distribución que realizan grandes cadenas de supermercados, que en su mayoría responden a la misma lógica de acumulación de ganancias y son extranjeras o se manejan con la misma lógica de enviar sus ganancias al exterior, aunque sean nacionales. También influyen en esta nueva modalidad de distribución de los alimentos la necesidad de hacerlo de manera de satisfacer necesidades inmediatas. La concentración de la población en combinación con la necesidad de satisfacer necesidades de alimentación, generó la industria de los alimentos llamados ultra procesados, que ofrece grandes cantidades de comida en góndolas que requieren del agregado de conservantes y aditivos que permitan que esos alimentos estén más tiempo en exhibición, lo que los hacen cada vez menos naturales, al punto de no saber si lo que comemos es sano o qué es. Todo esto redunda en enfermedades debido al deterioro y degradación de los alimentos que consumimos.
Podríamos seguir interpelando el sistema alimentario argentino, tratando de explicar por qué no tenemos soberanía alimentaria en un país que podría satisfacer el hambre de todo el continente africano. Pero mejor preguntémonos qué necesitaría la Argentina para llegar a la Soberanía Alimentaria. En primer lugar diremos que necesitamos otra distribución de la población en todo el territorio nacional, donde en cada localidad se produzcan de manera agroecológica los alimentos que necesita el conjunto del pueblo. Donde en cada localidad exista una sala de faena, un frigorífico, un tambo, huertas y frutales. Donde la comercialización y distribución sea de cercanía y no tenga que recorrer cientos o miles de kilómetros para llegar del productor al consumidor, pero además sin la intermediación de un oligopolio trasnacional. Donde la necesidad y la urgencia de abastecer de comida no estén subordinadas a la utilización de agrotóxicos y fertilizantes sintéticos que empobrecen los suelos y encarecen la producción, ya que esos agrotóxicos son provistos por empresas multinacionales, cuyos costos se valúan en dólares. Además generan una agricultura dependiente y deficitaria en términos nutricionales. Porque el uso de herbicidas, insecticidas y fungicidas degradan la biodiversidad de los suelos y requieren de fertilizantes artificiales para alcanzar la cantidad de producción necesaria.
En definitiva, diría Alberto Morlachetti, no se puede concebir el hambre en un país hecho de pan. Un solo niño o niña que muera de hambre en la Argentina podríamos decir, sin temor a equivocarnos, que es un niño asesinado. Por eso en Argentina y en América Latina “El Hambre es un crimen”. Un crimen que pagamos todes como tributo a los accionistas del hambre. Necesitamos un gobierno nacional y popular, que haga intervenir al Estado en la regulación de toda esta actividad, promoviendo fuertemente la agroecología, protegiendo el uso de las semillas nativas y criollas, recuperando saberes ancestrales de nuestros pueblos originarios y promoviendo el acceso a las tierras cultivables que tiene en disponibilidad, que son más de 20 millones de hectáreas de praderas y bosques nativos, sujetos a un plan de manejo, para que las generaciones futuras se encuentren distribuidas de manera equitativa en todo el territorio nacional, en armonía con la naturaleza, defendiendo el territorio de la voracidad del capitalismo. Y para eso se requiere de una fuerte conciencia de todo el pueblo.
El Instrumento Electoral por la Unidad Popular está comprometido con este debate
fundamental hacia el conjunto social, para que las estirpes condenadas en esta parte del mundo, tengan por fin y para siempre, una nueva oportunidad para la liberación.
Sergio Roberto Val
Presidente de Unidad Popular Lomas de Zamora
Secretario de Asistencia Social de la CTA Autónoma
Movimiento Nacional de los Chicos del Pueblo
Miembro Fundador de la Fundación Che Pibe