Por Daniel Escotorin*
Cambiar de nombre a su país para recuperar su identidad, su lenguaje y construir otro distinto. Ya no sería Alto Volta, el nombre puesto por los colonizadores franceses. “la tierra de los hombres íntegros” fue el nombre que eligió para marcar ese nuevo nacimiento como nación africana, Burkina Faso en la lengua burkinesa, idioma mossi. Hombres íntegros marcaba esa identidad opuesta a la que percibía en la vieja historia de dominio francés, de opresión, de desigualdad. Era una nueva patria con un proyecto que tenía que contener a todos, a todas y no solamente en Burkina Faso, en toda África.
Thomas Sankara era militar en esa África en continua lucha descolonizadora, con las potencias europeas retirándose a regañadientes y dejando un continente dividido a su antojo, según lo habían planeado en el Conferencia de Berlín de 1885 donde se repartieron las tierras del continente africano. El retiro podía ser en términos de administración política pero no renunciarían a la disputa y control de las enormes riquezas naturales de esas tierras y su subsuelo. Nacido en la colonia francesa de Alto Volta, vivió la experiencia de la discriminación por parte de la población francesa hacia los autóctonos, se destacó como militar y también como buen músico en su banda de jazz al mismo tiempo que tomaba contacto con ciertos autores y textos que influenciarán en su formación política e ideológica, nada menos que Marx, Lenin, entre otros. Solo faltaba la ocasión que no tardaría para que ese joven militar ascendiera en su carrera política no exenta ya de peripecias y cárceles, llegando a los puestos más altos del gobierno de la ex colonia francesa.
Alto Volta se había independizado en 1960 y en esas dos décadas los gobiernos militares se sucedían a la par de intentos republicanos débiles y sin ninguna solución de fondo o proyecto nacional. En 1982 un nuevo golpe de Estado impulsa a Sankara al cargo de primer ministro y luego en 1983 llega a la presidencia de Alto Volta. Es el punto de inicio de la otra historia, la refundación y la revolución de ese pueblo oprimido por casi un siglo de dominación colonial francesa.
En 1984 procede a cambiar el nombre del país, lo llamó BURKINA FASO, la tierra de los hombres íntegros, una denominación que hablaba de su historia, de ese pasado de comunidad entre los hombres y mujeres junto a la tierra, la naturaleza. Y no fue azaroso ese nombre porque a la par puso en marcha todo un modelo de igualdad como no se había visto en muchos lugares del mundo. Antiimperialista, socialista, panafricano, sensible a las desigualdades y sufrimientos de su pueblo llevó adelante políticas y transformaciones impensadas para su época. Nacionalizó las tierras y realizó una reforma agraria para evitar las hambrunas recurrentes y asegurar la soberanía alimentaria, impulsó acciones de reforestación como forma de lucha contra la desertificación, las sequías y el cambio climático que ya avizoraba; llevó a cabo campañas de vacunación y de alfabetización en la población infantil. Pero donde fue más allá de su tiempo y su espacio fue en el campo de los derechos de la mujer: abolió la poligamia, el matrimonio forzado y la mutilación genital femenina, integró a su gobierno a las mujeres mientras alentaba su educación en todos los niveles y bregaba por una igualdad entre varones y mujeres en todos los órdenes de la vida. “Las promesas de la revolución ya son realidades para los hombres. En cambio para las mujeres no son más que rumores” expresó en un discurso del 8 de marzo de 1987. Un adelantado a su tiempo en todos los aspectos.
Era austero hasta lo inimaginable, suprimió los autos oficiales Mercedes Benz por los Renault 5, despojado de todo lujo personal y oficial, en su vida privada como en su vida pública, dentro y fuera de su país y también así se lo exigía a sus funcionarios. Esa austeridad estaba profundamente ligada al proyecto de país, social y económico: consumir lo propio, producir lo necesario. Así su comida y vestimenta eran productos autóctonos y se encargó de resaltar esa cualidad incluso en foros internacionales como el de Addis Abeba, en 1987. Allí, en la cumbre de la Organización de la Unidad Africana (OUA) puso de manifiesto sus convicciones y principios para lograr esa unidad de naciones para un África más justa y fuerte en la lucha contra el verdadero mal: el colonialismo europeo que se expresaba ya en forma de deuda externa. Sankara tenía muy claro contra el poder mundial que se estaba enfrentando y de los riesgos de este desafío: su propia vida.
Sabía de las dificultades de lograr esa unidad cuando en sus propios países los gobiernos eran lacayos de sus ex colonizadores: “¿Cuántos jefes de Estado están prestos a saltar a París, a Londres, a Washington cuando desde allí son convocados a una reunión, pero no pueden venir a una reunión aquí, a Addis Abeba en África?”; “Los orígenes de la deuda se remontan a los orígenes del colonialismo. Quienes nos han prestado dinero son los mismos que nos colonizaron. Son los mismos que gestionaban nuestros Estados y nuestras economías. Son los colonizadores los que endeudaron a África con los prestamistas, sus hermanos y primos. Nosotros somos ajenos a esta deuda. Por lo tanto no podemos pagarla”. “La deuda en su forma actual es una reconquista de África sabiamente organizada” denunciaba y reclamaba por una unidad integral no para negociar, sino para no pagar la deuda: “si no pagamos, los prestamistas no se van a morir. Estemos seguros de esto. En cambio, si pagamos, somos nosotros los que vamos a morir”.
Pacifista a pesar de su condición de militar, pero un pacifista con una clara conciencia de que las guerras en su continente eran causadas por el imperialismo, que las armas causaban más injusticias y dolor en los pueblos africanos. Admirador de Fidel Castro y del Che Guevara, usaba un uniforme militar y una boina roja a modo de imitación pero recalcó en varias oportunidades que “la revolución en Burkina Faso no es la copia de ninguna otra revolución” por eso también se lo denominó “el Che Guevara africano” pero sus reformas se acercaban a la de otros grandes movimientos y líderes de todo el mundo.
Semejante experiencia revolucionaria, contestataria y de oposición a los intereses del colonialismo francés estaba sujeta al peligro latente de la conspiración externa e interna, o sea de la traición. Thomas Sankara lo sabía y no hizo nada para detener el movimiento que se gestaba a sus espaldas de la mano de su funcionario más cercano y de confianza, Blaise Campaoré junto a otros militares y con el apoyo de los gobiernos de Liberia, Costa de Marfil, Malí, es decir los gobiernos que respondían directa o indirectamente a los dictados de París.
El 15 de octubre de 1987 un grupo comando ingresa al palacio de gobierno en Uagadugú, asesina a Sankara y a una docena de militares y funcionarios. Campaoré toma el poder. Como todo golpe de Estado y conspiración es difícil identificar y encontrar pruebas de la participación de gobiernos extranjeros pero a partir de su asunción se alinea con los intereses de Francia, deshace medidas del gobierno anterior, se convierte en una dictadura con alta represión e igual corrupción, es el alfil de los franceses en el África subsahariana central apoyando a gobiernos similares en Costa de Marfil, Sierra Leona, Níger entre otros.
El cuerpo de Thomas Sankara, como el del Che, desapareció. El traidor, asesino y dictador Blaise Campaoré fue derrocado en el año 2014 por una revuelta popular y eso abrió el camino a la justicia y la verdad sobre lo sucedido ese 15 de octubre. Este 11 de octubre debía iniciarse el juicio pero fue postergado hasta el próximo 25.
La saga de dictadores africanos representan más que lo que suelen mostrar las películas del primer mundo: tiranozuelos de gustos excéntricos y sanguinarios. Son principalmente fieles guardianes de los intereses de las potencias europeas y yanqui; cuando éstos se vieron en peligro fueron los paracaidistas belgas, la Legión Extranjera francesa o los marines estadounidenses los responsables de restablecer el orden tambaleante para luego ceder la tarea sucia a cipayos siempre dispuestos a vender y matar a sus pueblos a cambio de los dispensas de sus amos. Los cimientos de las brillantes civilizaciones occidentales con todo su esplendor de valores, arte y modelos democráticos están asentados sobre la barbarie, genocidios y la explotación social inhumana no solo tolerada sino también promovida por ellos mismos en sus viejas colonias. Thomas Sankara, que denunció hasta los últimos momentos de su vida esta realidad, está a la altura de los mejores próceres y mártires de la lucha por la libertad y la dignidad de los pueblos africanos y del tercer mundo: Lumumba, Fanon, Cabral, Biko, entre tantos.
Burkina Faso, la tierra de los hombres íntegros, el nombre de un país que ya es toda una declaración de principios, del sueño de libertad e igualdad que Thomas Sankara soñó y llevó a la práctica, a pesar de ese 15 de octubre de 1987 el “Che Guevara africano” revive en la memoria de pueblo íntegro que recupera sus palabras “Sankara puede morir, pero el pueblo es el que debe continuar”.
*Historiador. Escritor. Presidente de Unidad Popular Salta